Jueves, 23 de julio de 2015 | Hoy
HISTORIETA › JULIáN GORODISCHER, SERGIO LANGER Y SUS LIBROS CON TEMáTICA JUDíA
En Camino a Auschwitz, el periodista y escritor ficcionaliza parte de su herencia familiar para iluminar áreas poco transitadas de la resistencia al Holocausto. Judíos, del humorista gráfico, explora aspectos identitarios con su habitual estilo corrosivo.
Por Andrés Valenzuela
Por distintos motivos personales, ambos libros marcan un antes y un después en la producción de sus autores. Tanto Judíos, del humorista gráfico Sergio Langer (por Planeta), como Camino a Auschwitz, de Julián Gorodischer (en tándem con el dibujante Marcos Vergara, por Emecé), sacan a la luz los orígenes de ambos, les permite explorar sus historias familiares y reflexionar sobre su identidad y el legado que lo judío tiene sobre sus vidas. Langer recorre la cuestión desde su habitual humor corrosivo –ese que le crispa los pelos de la planta de los pies a más de uno–. Gorodischer se vuelca hacia el periodismo en historieta, ficcionalizando parte de su herencia familiar para iluminar áreas poco transitadas de la resistencia judía al Holocausto. Langer usa su plumín y en entintado ácido. Gorodischer recibe la ayuda inestimable de Vergara, quien imprime ritmo narrativo historietístico al relato del cronista. En diálogo con Página/12, ambos reflexionan en torno de esta vertiente de su producción autoral y discuten sin ponerse de acuerdo sobre la pregunta “¿Existe tal cosa como la historieta judía?”.
Las tres historias que componen Camino a Auschwitz fueron publicadas originalmente en otros espacios: webs y revistas. Pero su origen está en un viaje que Gorodischer hizo a Polonia en 2013. “Fue un típico viaje de reencuentro con los orígenes, aunque no tenía intenciones de hacer un libro”, cuenta. “Encontré poca información porque el pueblo de mis antepasados había sido destruido, entonces cuando apareció la idea del libro lo situé en el centro urbano más poblado y cercano, que era Cracovia”, explica. A la poca información de sus ancestros que encontró, el cronista sumó testimonios de otros sobrevivientes de los campos de concentración nazis y de partisanos. Se metió en los archivos de la Fundación IWO (Instituto Judío de Investigaciones), que centraliza en Buenos Aires toda la información judeopolaca de la Segunda Guerra Mundial, y avanzó con entrevistas a sus familiares. “Está armado con un conjunto de testimonios cuya suma concluye en un relato testimonial, pero que se da el permiso a la manera de la verdad gráfica esencial que plantea Joe Sacco, de hacer un trabajo de yuxtaposición, siendo leal a la memoria del acontecimiento histórico”, señala. La ficcionalización, aclara, sólo refiere a las tramas e hipótesis sobre sus familiares. El resto no es más que una de las formas de la verdad. Además de esos testimonios, Gorodischer recurrió a las voces de quienes lo antecedieron en el tema, como Primo Levi o Hannah Arendt.
Para Langer la realización de Judíos fue el emergente de años de dejar el tema en segundo plano. “Nunca consideré que era un género que quería explorar, ni busqué que se me identifique como humorista judío, siendo que vengo de una familia no religiosa”, comenta. Aunque comenzó con un abundante archivo de material propio ya dibujado, fruto de los muchos años en el medio (comenzó en la revista Humo(r), allá lejos y hace tiempo), cuando se materializó la idea de darle bola a sus orígenes descubrió que iba a necesitar mucho más material. “La motivación del proyecto me llevó a dibujar mucho y a encontrar nuevas aristas –recuerda–. Además pasó lo de Charlie Hebdo, lo de Medio Oriente y el Ejército Islámico, y todo eso le sumó un buen 30 por ciento al libro.” Su propio abordaje, reconoce, surgió intuitivamente, aunque con la presencia fuerte de su historia familiar. “Tengo un tío que peleó en Stalingrado y una madre y una tía que pasaron por un campo de concentración en Ucrania”, desliza. La alusión no es una simple anécdota, pues incluyó este trasfondo en un apartado del libro. “En un momento pensé que tenía que contextualizar los chistes, porque sino pensás que soy un judío que se auto odia, y pensando que así quizás empobrecía el libro, que en realidad no tenía que justificarme ante nadie porque uno tiene todo el derecho de hacer lo que quiere y puede con la historia de uno, lo enriquecí.” Así aparecen fotos de sus bisabuelos o la breve correspondencia que intercambió con su “superhéroe” Simon Wiesenthal.
No es casual que ambos dediquen el libro a sus madres. Langer, en su ausencia, siente que el homenaje póstumo le permite despedirla y conjurar fantasmas del pasado. Un tránsito sanador que Gorodischer también reconoce en su propia madre. “Yo me quedo con el efecto que produjo en mi familia, que es más fuerte que cualquier otro resultado”, afirma el periodista y escritor. “Refundar un relato en el contexto de este libro tiene el mismo peso que si cada elemento fuera tal como realmente ocurrió”, reflexiona Gorodischer. Además, considera que el periodismo en cómic permite –a diferencia de su formato más tradicional– “jugar con los deseos, fantasías y lo imaginario”. Este recorrido por esa identidad, que se permite explorar las relaciones sexuales tanto en la resistencia como en los campos de concentración y reflexionar sobre la construcción de identidad en un contexto deshumanizador, es una de las mejores bazas del libro, aunque no faltó quien viera en ello una ofensa y lo denunciara al Inadi (sin mayor éxito). “Todo esto, más que legado, permitió en mi familia una prospectiva a futuro, poder pensar realmente en dar vuelta una página, y eso sólo se puede hacer al poner la vida en perspectiva, dándole un cuerpo y una voz a los antepasados”, celebra.
Langer, en tanto, reconoce una historia de vida atravesada plenamente por la colectividad judía, a la que adscribió por vocación materna desde su primer minuto de vida social y de la que trató de despegarse –infructuosamente, reconoce– a partir de su ingreso al universo del dibujo y el humor gráfico. “A mí me atraviesa todo lo judío desde que mi madre vino de Ucrania y mi padre de Polonia”, entiende. “Soy primera generación acá, mis padres hablaban en idish entre ellos, que yo entendía, y además fui a jardín, primaria y secundaria judía”, recuerda. “Yo creía que haciendo humor podía despegarme de eso, ¡craso error! Hice un libro más judío imposible”, acepta. “Había en mí una sensación de despegarme de esa familia que me fagocitaba, con lo que me había criado desde una cosa muy cerrada en sí misma, con amigos judíos, yendo a escuelas judías, en clubes judíos, en un departamento en el Once, con un profesor de acordeón y mi madre deseando que yo ejerciera de arquitecto y fuera un activista en la comunidad, todo muy cerrado”, describe. Tantos años después de su primera viñeta publicada, Langer se sorprende a sí mismo pensando por qué nunca había trabajado, por ejemplo, con su legado idiomático del idish. “Era parte de mi historia, pero no mi herramienta”, analiza.
Ambos se reconocen parte de un movimiento cultural más amplio, una renovación en las voces de la tradición artística judía en Argentina, muchos de ellos también vinculados con el universo del relato gráfico, como Pablo Tajer, Daniel Sacrosiky, Sebastián Scherman, Lautaro Fiszman, Flor Werchowsky, Javier Sinay, Ezequiel Semo y Brian Jánchez (ver recuadro), entre muchos otros. “Somos la punta del Iceberg, del Goldberg, del Grinberg”, bromea Langer. Además, en las librerías porteñas no es difícil encontrar otros títulos que abordan la historieta judía desde la historieta. Además del fundacional Maus, de Art Spiegelman, hay otros, como Una judía americana perdida en Israel, de Sarah Glidden, o Jerusalem, de Guy Delisle.
Hasta aquí llega el acuerdo entre ambos. Para Gorodischer, se trata de un nuevo género, fruto de un contexto histórico particular. Para Langer esto no alcanza para hablar de nuevo género, pues no le encuentra rasgos formales –desde la hechura de la historieta o el humor gráfico, claro– distintivos que la separen del resto, más allá de la temática puntual. “No tiene códigos distintos a la historieta en general”, plantea el dibujante.
Gorodischer discute eso. “Para mí sí lo es, por cuestiones históricas y contextuales”, afirma y se basa en el costado estadounidense del fenómeno. “En los medios norteamericano el tema de Israel y Medio Oriente es un tema de agenda cotidiana, y los ejecutores de estas historietas suelen ser judíos”, opina. Su argumento no convence a Langer, quien tampoco duda cuando Gorodischer le señala que, además, en la mayoría de los casos se trata de relatos de viajes.
El acuerdo, si acaso, llega con la figura de Art Spiegelman. El célebre historietista norteamericano –quien visitará Argentina en septiembre para el festival Comicopolis– es una de las voces que redefinieron el rol de la historieta en el mundo, al punto de ganar un premio Pulitzer con su obra. De Maus hasta la fecha, ambos se vuelcan a discutir sobre el estado de la cultura judía hoy en Argentina. Y allí se les propone reflexionar por qué en su caso y en el de otros lo judío reaparece bajo la vestimenta del noveno arte. “Si lo analizamos, el lenguaje de la historieta es más joven, está vinculado con el pop, con lo masivo y con lo audiovisual, entonces tiene un impacto mucho más directo”, propone Langer. “Yo no podía pretender que mi madre entendiera lo que yo hacía, pero sí recuerdo que en una charla un pibe joven me reivindicó porque mi humor le permitía a las nuevas generaciones reírse de algo tan terrible y mantener viva la memoria”, destaca. Gorodischer entiende que en su caso el proceso estuvo vinculado con la necesidad de refrescar sus recursos formales. “Fue una renovación de la pasión formal, tras tanto tiempo de escribir texto, y me permitió encontrarme con una mayor imaginación visual, cambiar de lenguaje de producción”, dice. Y agrega: “Me parece que cuando se produce una irrupción tan contundente como la de Maus, esas huellas siguen durante décadas después”.
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