HISTORIETA › LO QUE QUEDO DE 2015 Y LOS INTERROGANTES PARA 2016
Los principales festivales rebasaron de público, hubo notables visitas internacionales y, fundamentalmente, se publicaron varios buenos libros para seguir leyendo. El decisivo rol del Estado. Incertidumbre frente a la política oficial para el sector.
› Por Andrés Valenzuela
2015 era el año para hacer todo bien. No porque todo fuese más fácil, sino porque era más necesario que nunca. Quizás la historieta no se haya sacado un diez en ningún boletín imaginario, pero se las arregló para cumplir con las expectativas. Los principales festivales rebosaron de público, hubo visitas internacionales de excepción, un puñado de buenas noticias, algunas decepciones y, sobre todo, varios buenos libros para seguir leyendo en los años por venir (algunas recomendaciones, en el recuadro aparte). No está mal.
Las estadísticas provisorias del sector arrojan 119 títulos de autores argentinos, apenas 15 menos que en 2014 (fueron 134 entonces). Una diferencia que seguramente se zanjará rápido, si no se revierte, cuando se incorporen los datos de las últimas editoriales, aún sin contabilizar al cierre de esta edición. Es decir que, pese al turbulento año político y las fuertes presiones económicas sobre la industria local, el sector de la historieta se mantuvo relativamente estable, al menos en lo que a publicación de autores nacionales se refiere. Estas cifras, vale aclarar, no incluyen reediciones, reimpresiones ni fanzines. No consideran la historieta extranjera y, en el caso de las publicaciones periódicas, se las considera como un único título a efectos de la contabilidad (por ejemplo, la revista Fierro es un título y no doce). Además, la estadística deja aparte libros sobre historieta pero que no necesariamente son historietas.
Aunque el estancamiento en la cantidad de títulos publicados pueda decepcionar, un poco de perspectiva sobre la historia reciente del sector arroja cierta tranquilidad. Entre 2009 y 2014, la publicación de historietas de autores nacionales creció casi un 80 por ciento, pasando de 75 títulos a 134. Sin embargo, en ese período hubo otro año de estancamiento: 2011. No es casual: fue cuando el país entraba en otro año de incertidumbre electoral. Que en 2016 el rubro retome la senda de crecimiento ya dependerá de otros factores. El actual es un modelo económico distinto que el que se desarrolló durante el kirchnerismo. Si durante los años anteriores el Estado fomentaba el consumo y limitó la entrada de títulos importados, ahora la ecuación se invirtió. Si a ello se suma la escalada del dólar y las reticencias expresadas recientemente a este medio por los editores locales, quizás haya que prepararse para que 2016 sea el primer año de retracción en más de una década de publicación de historieta argentina.
En el apartado festivalero, uno de los pilares del sector, la cosa estuvo tan bien (e incluso mejor) de lo que podía esperarse. Tanto el rosarino Crack Bang Boom como el nacional Comicópolis superaron la convocatoria de público de la edición anterior en un 25 y un 22 por ciento, respectivamente. Y si en 2014 despertó Córdoba con la aparición de dos festivales, en 2015 los comiqueros de La Docta pudieron disfrutar de un tercer evento en la provincia. Esto sin contar los múltiples festivales en otros puntos del país, como San Luis, Salta o Reconquista, entre muchos más. Para el sector de la historieta, la única cuenta pendiente en Argentina la tiene Mendoza. Es curioso que la provincia de Quino, de Carlos Giménez, de Chanti y de tantos otros talentosos historietistas y humoristas gráficos no consiga aún plasmar todo su talento en un festival de jerarquía.
Además, estos eventos supusieron también la visita de autores de jerarquía, como el consagrado Art Spiegelman o el monumental José Muñoz, además de próceres del plumín como Carlos Giménez, Winschluss, Jason, Miguel Gallardo, Willem, la sorprendente Jill Thompson y una cohorte de editores internacionales que anduvieron revisando carpetas de dibujantes y proyectos editoriales.
Al comienzo de esta nota se dice que 2015 era el año para hacer todo bien. Y era así sobre todo porque se trataba de un año electoral de resultados inciertos. Muchos festivales tiraron toda la tinta sobre el papel para mostrar su potencial y la calidad de la producción local, digna de ser apoyada. En el rubro comiquero esto es doblemente importante porque los festivales más convocantes –que son un punto de venta crucial para las finanzas de las editoriales locales– son de administración mixta, coorganizados por el Estado y la iniciativa de autores, especialistas y voluntarios. De los tres grandes eventos del país –CBB, Comicópolis, Argentina ComicCon–, sólo Argentina ComicCon se hace con capitales íntegramente privados y como consecuencia de ello se advierte un vuelco por los productos audiovisuales de producción norteamericana que prevalece sobre el interés genuino por el noveno arte argentino. Es el aporte estatal el que ubica la regla sobre la promoción cultural y la difusión de la realización local. De que las nuevas autoridades de Nación, Rosario, San Luis y distintas localidades lo perciban así dependerá mucho la performance del sector en 2016. Por ahora no hay noticias de qué sucederá con Tecnópolis y mucho menos con sus eventos subsidiarios, como Comicópolis. Crack Bang Boom no confirmó fecha para este año, pero tampoco hay indicios de que no vaya hacerse y allí se mantiene firme la esperanza del fandom local.
De otros emprendimientos estatales a nivel nacional que vale considerar para el sector tampoco hay definiciones aún. La intensa vida política nacional de los últimos meses se llevó puesta la posibilidad de designar autoridades en el flamante Instituto Nacional de Artes Gráficas. Habrá que ver si el INAG, bajo la órbita del ministro de Cultura, Pablo Avelluto, comienza su andadura –y cómo–. La otra incógnita está en la Biblioteca Nacional, que quedará bajo la tutela de Alberto Manguel. De Manguel dependerá el trabajo del Archivo Nacional de Historieta y Humor Gráfico, que realizó un trabajo excepcional en los últimos años, rescatando el acervo de producción e incluso sacando a la luz obras casi sepultadas por el tiempo, hasta ignoradas por los académicos y por la historiografía de la disciplina.
Al final del año, se puede decir que la cosa no estuvo mal para la historieta argentina. Es cierto, podría haber funcionado un poco mejor para algunas editoriales, para algunos emprendimientos y hubo que lamentar la partida de algunas figuras del ambiente (ver aparte). En virtud de los méritos alcanzados, al menos podría haber alguna certeza sobre lo que deparará 2016. Pero lo dicho al comienzo de la nota se sostiene: hay suficientes libros y revistas para leer (más de dos por semana sólo de autores argentinos, sin contar la historieta de afuera) y muchos de ellos son excepcionales. Será cuestión de seguir leyendo.
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