HISTORIETA › EMILIO UTRERA Y LA TOMA, LA HISTORIA QUE APARECE EN LA REVISTA FIERRO
Este mes la revista no presenta su habitual antología, sino una obra completa. Allí, el dibujante ofrece un reflejo de la debacle de 2001 a través de la toma de una imprenta recuperada.
› Por Lautaro Ortiz
“Edición especial.” Así reza el flash al pie de la nueva portada de la Fierro que llegará mañana a los kioscos del país. ¿Por qué especial? Varias son las respuestas: primero, que el lector no se encontrará con la habitual antología de historietas sino con una historia completa, cerrada, tipo libro de 70 páginas a puro color, bajo el simple y directo título de La Toma. Segundo, y como dice en el prólogo de Juan Sasturain, porque este trabajo es una novedad en sí misma: “No hay algo parecido dentro del género en nuestra tradición, contar un conflicto laboral, sin caer en ningún tipo de alegato ni recurrir a estereotipos, no es un mérito menor”. Y por último, porque su autor demuestra, página por página, que es uno de los mejores dibujantes argentinos. Se llama Emilio Utrera, y es hijo de la democracia y aprendiz y descubridor del oficio a fuerza de autoeditarse desde principio de este siglo. A partir de su revista Barras (relatos en torno a las hinchadas de fútbol, tablón y birra), los lectores supieron que ese dibujante había encontrado un lugar entre maestros por él admirados: Carlos Giménez, Frank Miller y Enrique Breccia.
En noviembre de 2015 el dibujante pensó en un relato ligado a la experiencia personal y volvió su mirada sobre aquellos días de laburante solitario de historietas cuando el país se desplomaba en amarguras: la debacle económica y social de 2001. No lo dudó. El conocía bien el escenario ideal para llevar a cabo un relato de aquellos tiempos: las imprentas recuperadas por sus trabajadores.
La Toma, que Utrera redibujó (color con tinta china de colores) en tres oportunidades en estos últimos cuatro meses, no es más ni menos que eso: el testimonio personal de la lucha de los laburantes dentro y fuera de una imprenta bautizada como Félix Hermanos, fundida por empresarios ines- crupulosos. Los conocía bien a todos y los dibujó: el viejo militante, el garca, el político ventajero, el resentido, el despistado, el solidario, el loco, el villano y varios personajes más. Pero ¿cómo lograr contar todo eso en una historieta? La respuesta es sencilla: “Hice foco en un adolescente de lápices tomar que, mientras el conflicto laboral crecía, se pasaba horas haciendo esa gilada de dibujar caricaturas y pijas en los baños del laburo para pasar el tiempo”, empieza a relatar Utrera, nacido en 1983, y habitante de los fondos mal iluminados de Claypole.
–¿Empezó todo, entonces, por un mal sueño?
–Como siempre. Pero más que por un mal sueño, por un mal chiste: el pibe que quiere ser dibujante y la sociedad lo increpa con la pregunta: “¿Y de qué vas a vivir?”. En 2001, los jóvenes teníamos que encontrar esa respuesta mientras éramos testigos de escenarios de revuelta, en la calle o en la fábrica. Uno veía eso y soñaba con llegar a ser alguna vez el propio jefe, tomar las herramientas de producción y enfrentar el mundo con la frente en alto, y llegar a casa y ser el héroe de nuestros hijos. A esa idea adolescente la completé luego con algunas lecturas sobre pintores, muralistas y políticas sindicales. Si ellos en un contexto de represión pudieron luchar, escribir o pintar, ¿por qué nosotros no? Con ese incentivo doté a esta historia de cierto tono épico.
–Y lo tiene. Los trabajadores no sólo enfrentan a los empresarios sino que superan hasta sus propios miedos. En ese contexto, ¿cuál es la razón por la que el joven dibujante no interviene nunca en el conflicto? Hay ahí un juicio sobre el rol del artista...
–Hice varias versiones de esta historieta. Una de ellas estaba más centrada en un grupito de trabajadores muy jugados, bastante homogéneos, que luchaban todos por una reivindicación mientras, en el proceso, cada personaje desnudaba sus miserias. El viejo resentido que quería cobrarse todos los años perdidos en esa fábrica, el anarco que quería prender fuego todo, el falopero paranoico que se manejaba por el billete, el gordo de mierda que robaba comida y solo pensaba en su estómago, los mercenarios, los vendidos, los hijos de puta... Al final hice caso a las sugerencias de Fierro e incorporé a Cristian, el pibe con sus bellos graffitis en un contexto de lucha. Y la historia se hizo más sencilla, más gráfica, relegando el “drama” en pos de una estética más delicada. Pero la idea siempre fue “mantenerlo simple”, porque la toma de una fábrica es una toma de una fábrica, y punto. El dibujante representa a lo largo de La toma un poco esa idea del egoísmo del artista. Por más compromiso que tenga con la comunidad y por más rebelde que se crea, mientras tenga el ego bien alimentado no le importa mucho si hay asado o sopa en la olla. Es así.
–Salvador Sanz y Jorge Lucas fueron sus profesores, sin embargo se advierte que su trabajo tiene el pulso de quien se formó a partir de la prueba y el error. ¿Fueron los fanzines ese lugar de ensayo?
–Sí, estudié con ellos. Y después arranqué en una revista de material educativo llamada Barrios Bajos, centrada en el tema de derechos de los jóvenes. Ese trabajo ad honorem me puso en contacto con algunas realidades, y con gran libertad pude mezclar el lenguaje de la historieta para hablar de diversos temas referentes a los derechos y la vida de los chicos en riesgo. Después me junté con la gente de Culebrón Timbal, que hizo grandes laburos con lenguaje bien de conurbano mezclado con ciencia ficción, y experiencias de murgas, rock, cine, circo, plástica, radio comunitaria, diseño y por supuesto la historieta llamada El cuenco de las ciudades mestizas. Así me formé, en publicaciones independientes. Después llegó mi propia revista Barras que me puso en contacto con gente relacionada con las hinchadas de fútbol. Pero era un ambiente donde no se curte la lectura ni bajo la orden de un juez, y mi revista tuvo poca vida, volvía a ser el mismo barbudo, granuliento de siempre, leyendo historietas. Ese fue mi camino, sí, prueba y error. ¿No es así como se hacen las cosas?
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