HORACIO ALTUNA, EL ESTADO DE LAS COSAS Y SU HISTORIA EN EL ARTE
“No reniego de eso, pero sí de que me hayan encasillado en lo erótico”, dice el dibujante, que reconoce que hay un reverdecer del comic, pero puntualiza que hay viejos problemas que subsisten: “No puede haber mejora sin una apuesta editorial”.
› Por Andrés Valenzuela
Décadas antes de que Carolina Ardohain ratoneara a miles como sex symbol, otra Pampita enamoró a legiones de lectores y a un periodista de ficción, el Loco Chávez. Era una Pampita dibujada con mano maestra por Horacio Altuna. El responsable de ese cuerpo infernal (el de tinta, no el de Ardohain) espera a Página/12 en un bar leyendo el diario y un libro del filósofo esloveno Slavoj Zizek sobre la cultura europea. De paso por el país para visitar amigos, Altuna se hizo el tiempo para dos cortados y una charla sobre los temas que atraviesan su vida: las luchas gremiales por los derechos de autor, la historieta “de autor”, el comic nacional y la historieta erótica que, según comenta riendo, le valió estar “en la educación sentimental de muchos pibes”.
A lo largo de la charla, Altuna tendrá, como sus personajes, momentos de intensa gestualidad que, como con ellos, dará cuenta de su mundo interior. “El pedido de personería gremial nos quedaba un poco grande”, reconoce a la distancia Altuna, cuando se lo invita a recordar la época de militancia en la Asociación de Dibujantes de la Argentina. “Era una especie de actividad frenética por reivindicaciones”, describe sobre la época en que dibujantes y guionistas intentaban hacerse respetar por la editorial Columba. “Después vino la dictadura y todo se fue al diablo, inclusive nuestro abogado, al que mataron”, cuenta con la cabeza ladeada y un matiz de tristeza en la voz. “Ya se imaginará, fue una experiencia estimulante cuando nació y terrible cuando se jodió.”
Sobre el final de la dictadura, Altuna no aguantó más. Hizo las valijas y se fue a España, para afincarse en Cataluña, donde hoy hace Familia Tipo, una tira diaria costumbrista sobre un matrimonio de cuarentones y sus dos hijos, para un diario de la región. Hace diez años se incorporó a la junta directiva de la Asociación Profesional de Ilustradores de Cataluña (APIC), de la que era miembro desde 1984. Hace casi cuatro años, una votación unánime lo eligió presidente de la entidad. La bonanza económica de esa tierra, sin embargo, no hace que los problemas de su profesión desaparezcan.
–¿Qué problemas enfrentan los dibujantes ilustradores de allá?
–Los generales de la globalización: la falta de trabajo, importación masiva de material barato que te deja sin trabajo. Y claro, el deterioro de lo que se paga, la falta de seguridad laboral y tener que empezar a reivindicar derechos de autor prácticamente de nuevo. Los mismos problemas de aquí. Si tuviera que explicar la globalización en el marco de la profesión, diría que Europa recibe de Estados Unidos y Japón una cantidad de material barato que deja sin trabajo a los autores locales, y el remanente se vende, también barato, a América latina y deja sin trabajo a los colegas de acá.
–Acá se habla desde hace un tiempo de un reverdecer de la historieta nacional. ¿Qué hace falta para que se consolide?
–Lo que en todos los países: una industria editorial que apueste por la producción nacional. Imagínese que vengo de España, donde el 92 por ciento de lo que se publica es importado.
–¿Tanto?
–Sí. Y en Francia se están encontrando con que el 42 por ciento del mercado es manga. Aquí, como en España, hay grandes autores, pero no puede haber solución ni mejora sin una apuesta editorial.
–Ya que habla del manga, ¿qué impacto va a tener de acá a un tiempo?
–Me temo que no puedo ser optimista, más allá de las virtudes que pueda tener algún material japonés. Siempre digo que al comprar material de afuera compramos su visión del mundo, tradiciones, historias, su manera de ser. Con el tiempo eso puede ser un problema de identidad nacional o cultural. En la época de la globalización, luchar contra eso es un poco inútil. En todo caso es inútil luchar en contra, pero no luchar por lo nuestro.
Durante la conversación, Altuna parece adelantarse a las preguntas. Y no duda en elogiar la revista Fierro como un “ejemplo encomiable” (ver recuadro) y recala en el tema que lo apasiona: el comic de autor.
–Una vez un amigo mío me dijo la diferencia entre dibujante y dibujador. El dibujante es un autor. El “dibujador” es un tipo que hace cosas por encargo, no cuestiona lo que hace ni lo que crea.
–¿Un mercenario?
–Pero sin la ética. Porque un mercenario tiene una ética de mierda, pero ética al fin. Yo nunca trabajé con guiones que no me gustaran. Si a mí viene alguien, aunque sea alguien importante que vende muchísimo, con un guión que no me gusta, no lo dibujo. Por ejemplo, los guiones de Alejandro Jodorowsky para mi gusto son malos, pero el dibujo de Juan Giménez es fantástico. Jodorowsky nunca podría haber hecho un producto como La Casta de los Metabarones sin el formidable dibujo de Giménez. Ahí está el peso de un autor.
El repaso de nombres de aquí y allá hace un alto en el español Miguel Brieva, quien recientemente expuso sus trabajos en la Argentina y cuya obra tiene una honda crítica social.
–Miguel es un gran ejemplo, uno de los tantos buenos profesionales que hay en España –señala Altuna–, pero se tiene que autogestionar. Ese es el asunto. A ver: yo quiero dibujar, no ir en busca de un editor o meterme en problemas de distribución que ni quiero saber en qué consisten.
–En un reportaje lamentaba que a los jóvenes españoles no les interesa el comic con contenido social.
–Me parece que no es un problema sólo español, sino mundial, en el campo de la historieta. Se bajó el listón. Hasta hace un tiempo se editaba mucho comic de autor y, de buenas a primeras, la invasión del manga y el superhéroe lo arrasó. Recién hace algunos años está volviendo con eso que llaman “novela gráfica”. Pero la desproporción entre el consumo de un tipo de historieta y otro es brutal. Forma parte de la época: es el desprestigio de los políticos, la falta de interés de los jóvenes por el mundo de la política allá es muy notable y lamentable. Entonces, la falta de lectura con contenido social forma parte de la falta de interés también general.
–Usted reclama contenido social a la historieta, ¿alguna vez se sintió un militante a través de su arte?
–No... yo les tengo mucho respeto a algunas palabras. La militancia, el exilio... No soy militante, pero reivindico la historieta como una forma de expresión. Me parece que si alguien tiene en la cabeza cosas que decir, tiene que decirlas. La historieta no es un medio ingenuo, tiene un poder de penetración muy notable. Con ella se puede hacer de todo, erotismo, pornografía, infantiles, adolescentes y relatos políticos, manejar ideología. Quizás queda grande, pero tratar de meter algo de la formación que uno tiene es una reivindicación natural de cualquier autor, porque se habla como si la historieta fuera sólo de evasión o para niños, y no es así.
–Acaba de mencionar la historieta erótica, con la que se hizo un buen nombre. ¿Es cierto que reniega de eso?
–No, no reniego. Sí de que me hayan encasillado como autor de ese género. Mire, debo tener alrededor de 10.000 páginas hechas en mi vida, pero de todo eso, sólo quinientas, o menos, fueron editadas por Playboy. Y eso, aparte de ser un buen negocio para mí, me encasilló, porque sí hago chicas lindas y he estado en la educación sentimental de muchos pibes, pero también hago otras cosas.
–¿Por qué el comic erótico siempre mantiene cierta vigencia?
–El comic erótico se vende mucho en España. A lo mejor también en Italia, pero en el resto de Europa no es tan pedido. En Francia no pega, se vende poco y además no se puede exhibir mucho. Y la verdad no sé por qué pega. Debe ser lo que pone el autor en el dibujo que no hay en la fotografía. Quizás la fantasía del autor se refleja mejor. Por ejemplo, del cine porno que vi en mi vida, que no fue tanto, la verdad es terrible. Del erótico como tal, no recuerdo nada que me haya inquietado. Literatura ni siquiera. Pero la historieta sí tiene eso que te revuelve algo interior.
–Y dejando lo analítico un momento... ¿de dónde saca las modelos?
–(Se ríe.) Desde siempre me gusta mucho dibujar la figura humana. Pero completa, todo lo gestual inclusive. Mis personajes se mueven mucho (se mueve imitándolos). Me parece que tengo que transmitir una naturalidad que acompañe lo que quiero decir. Todo eso requiere cierta habilidad y búsqueda de perfeccionamiento. Puedo hacer hombres muy lindos, viejos decrépitos y chicas lindas o mujeres espantosas. Por eso mi mirada no es inocente. Yo miro a alguien y voy a la ropa, los huesos, cómo se mueve, cómo se sienta, cómo acomoda el esqueleto. O sea, me salen chicas lindas porque las sé dibujar, el resto es que me piden chicas lindas y es una habilidad que aprovecho.
Eso que Altuna llama modestamente “habilidad” tiene cuerda para rato. Cuenta que firmó hace días un contrato para editar varios tomos que combinarán material viejo y nuevo. “Soy un tipo optimista”, dice, como sacándose presión de encima, “eso significa que voy a terminar de dibujarlos a los 72 años”, recién en seis años. “Pero Francisco Solano López pasó esa edad hace rato y sigue dibujando”, se le protesta. “Sí, claro... pero Solano es fantástico”.
–¿Y usted qué es?
–Soy un dibujante de historieta. Soy un autor.
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