HABLA JOHN LE CARRE
“El dúo Blair-Bush es una catástrofe”
El autor de El jardinero fiel dice que “si ponen bombas hay que saber por qué”.
Por LOURDES GOMEZ*
Desde Londres
John Le Carré (Poole, Inglaterra, 1931), el brillante autor de novelas de espionaje –actividad que él mismo desempeñó en los años de la Guerra Fría– viajó a Londres desde su residencia de Cornualles para promocionar la adaptación al cine de El jardinero fiel, dirigida por el realizador de Ciudad de Dios, el brasileño Fernando Meirelles. Ambientada en Kenia y con la industria farmacéutica como objeto de una feroz crítica, El jardinero fiel es la obra que más ejemplares ha vendido de la fructífera trayectoria de Le Carré, cuyo nombre real es David John Moore Cornwell. El maestro de la novela de suspenso, que descubrió en la globalización sin conciencia social una salida creativa tras el final de la Guerra Fría, se siente defraudado por la línea política que marca Washington y Londres sigue sin chistar. Pero, en la madurez de sus 74 años, no ha perdido la esperanza e, incluso, reforzó su idealismo.
–¿Qué esperanzas abriga con la adaptación de El jardinero fiel?
–Nunca me aproximo a una adaptación con sentimientos de pertenencia. No quiero la película del libro, quiero la película por la película, un trabajo creado con sustancias diferentes. Fernando aporta su visión con una convicción genuina. Trajo parte del espíritu que informa su trabajo Ciudad de Dios, un gran sentido del horrible desperdicio de vidas humanas. En las barriadas de Nairobi están los niños que nunca irán al colegio ni probarán una comida adecuada. Son quizá los Goethe, Thomas Mann y Dante de la futura civilización africana, pero no hay forma posible de liberar ese talento. El film llega en un momento muy oportuno. Puede realmente provocar que la gente escuche, observe y piense.
–La atención pronto se desvió hacia los atentados de Londres.
–No creo que la gente separe mentalmente los orígenes del terrorismo de la necesidad de poner fin a la pobreza. La gente corriente, cuando se le permite pensar, reconoce que si se continúa explotando a una comunidad durante mucho tiempo, se crea, por muy psicótico y erróneo que sea, no odio, sino un afán de venganza. Lo inteligente hoy es no aportar una lógica al terrorismo, ya que eso implica dignificarlo. Pero en la percepción pública no creo que se diferencie entre un tipo de privacidad u otra. Y, a nivel colectivo, comenzamos a darnos cuenta de que terminaremos con el tiempo recolectando lo que sembramos.
–¿Cómo explica entonces que los presuntos suicidas británicos tuvieran una existencia relativamente acomodada?
–No creo en excusas, pero si alguien intenta matarte conviene descubrir el porqué. Según mi experiencia, en la hermandad islámica, el sentido colectivo de que han sido humillados, explotados, engañados, divididos y enfrentados unos a los otros es muy fuerte. Los inteligentes, la clase media, se sienten herederos de esta carga colectiva y, cuando caen en un radical y sistemático lavado de cerebro, se creen los escogidos para cometer estos actos.
–En sus últimas novelas e intervenciones públicas, delata cierto radicalismo político. ¿Se siente defraudado?
–Enfadado sí, pero no entiendo el significado de radical. El engaño político alcanza niveles inaceptables. La alianza Blair-Bush es una catástrofe. Ya escribí en su día que pondría en peligro nuestra seguridad nacional. Eso no es ser radical, sino la posición de cualquier liberal británico. El hueco de la verdad es alarmante, insultante y peligroso. Se quejan de que los jóvenes se enajenan del proceso político británico, cuando de lo que deberían quejarse es del fracaso de los partidos políticos. No se han diversificado ni representan lo que realmente pensamos.
–¿Ve alguna alternativa a la presente situación?
–En el Reino Unido y en los Estados Unidos no existe una oposición parlamentaria. Esa es la miseria a la que nos enfrentamos. Y el peso de esta responsabilidad ha pasado a gente de mi profesión y a los medios de comunicación. Es una herejía moderna sugerir hoy que la guerra de Irak puede ser responsable de los actos terribles que se están cometiendo. No digo que la guerra los excuse, pero es un insulto a la inteligencia sugerir que la invasión de Irak no inflamó las llamas del terrorismo.
–¿La adaptación de El jardinero fiel se encuadra dentro de esta nueva responsabilidad del autor?
–Aporta información sobre el terreno en un momento en que nos engañan, nos mienten y pasan la verdad por el centrifugado de la conveniencia política. En este mundo de noticias virtuales, el documental de ficción nos acerca a la verdad, rellena ese hueco que quedó vacío de conocimiento dada la inanidad de la información recibida en la forma en que se nos transmite actualmente.
–¿Qué lo llevó a elegir la industria farmacéutica como objeto de denuncia?
–Me sirve de metáfora de la explotación del Tercer Mundo y de los países en vías de desarrollo que se aprecia en todos los campos. Se habla de corrupción en Africa, pero ¿quién los corrompió?
–¿Añora sus años dedicados al espionaje?
–Fueron tiempos extraordinarios. Fascinantes incluso para un pececito nadando en el charco del secretismo. Es el mundo donde se toman las decisiones, donde parece que te aproximas más y más al centro de tu país. No creo que exista un centro secreto, sino que detrás de la última puerta está el vacío. Tampoco imagino qué implica ser espía hoy. Durante la Guerra Fría, el mundo del espionaje estaba muy estructurado, con unas normas de comportamiento que todos observaban. Era esencialmente un pasatiempo europeo, no muy sangriento, salvo por el ocasional asesinato o secuestro de algunos agentes. En la situación actual no sabría penetrar en este mundo.
–¿Por qué?
–Podría captar a un chico que va a la mezquita, a la mezquita equivocada, e invitarlo a dejarse seducir por el imán o mulá. Pero más allá, ¿qué se puede hacer? El agente de inteligencia se aprovecha de las rivalidades humanas, de las ambiciones políticas o económicas, de los que necesitan protección o quieren revancha... ¿Cómo puede penetrar en estas nuevas células? ¿Cómo se adentra en algo tan fragmentado y, por lo general, tan incorruptible?
–¿Es el Islam el motor del terrorismo moderno?
–El camino hacia el extremismo militante no sólo se da en el Islam, sino también en la extrema derecha de los movimientos cristianos y del sionismo. El señor Bush reitera que el estilo de vida estadounidense es el único que merece la pena vivir. Esto es, para mí, una declaración fundamentalista, y la idea de que esa forma de vida es exportable me resulta obscena. Debemos contenernos un poco a la hora de imaginar que islámico significa extremismo. No nos dejan sugerir que una forma de extremismo produce otra, pero yo ciertamente pienso que sí podemos decir que una forma de simplificación produce otra. Si adoptamos el concepto orwelliano de “América, buena; Islam, malo”, no queda espacio a la flexibilidad.
*De El País de Madrid. Especial para Página/12