EL CHOQUE URBANO Y LA NAVE, SU úLTIMA OBRA INSPIRADA EN EL BOSCO
El grupo de Manuel Ablín, Santiago Ablín y María Zoppi propone, sin palabras, combinar percusión y danza para contar una historia sobre la locura “con la fuerza de una comparsa de candombe y de un bloco brasileño”, según afirman.
› Por Sebastián Ackerman
Pasaron de ensayar, en 2002, en galpones que alquilaban por cien pesos en el centro porteño a hacer presentaciones, en 2007, en Latinoamérica, Europa y Asia. El Choque Urbano es más que el discurrir del tiempo y –obviamente– de los ensayos. Crean un lenguaje, experimentan con sonidos y construyen una historia que se arma en la cabeza del espectador. Y todo sin palabras: percusión, danza, acción (como ellos lo llaman) son los elementos que sustituyen la oralidad en sus obras. Frente al estreno de La nave (su nuevo espectáculo, los jueves en el Paseo La Plaza), Manuel Ablín, Santiago Ablín y María Zoppi explican a PáginaI12: “Este nuevo espectáculo nació de Che, hagamos algo nuevo, porque si no es juntarse a ensayar y que sea un laburo nada más. Es una necesidad de subsistencia también, porque el hecho de encarar algo nuevo nos alargó la vida como grupo. Fue dar un paso más para seguir viviendo y que tiene que ver con crear un nuevo show”, coinciden los tres.
La nueva obra se inspiró en un cuadro de El Bosco, el pintor holandés, titulado La nave de los locos, en el cual se ve a un grupo de personas en un barco. “En la Edad Media encerraban a locos, leprosos y enfermos en barcos cargados de provisiones y los largaban al mar –cuenta Santiago–. Y empezamos reproduciendo un cuadro, pero lo que hay es un viaje: un día en una nave. Y en esta nave los locos van haciendo acciones físicas, movimientos, repeticiones; por ahí empezamos”, recuerda. Y Manuel señala que “el tema de La nave es un disparador, porque nuestra apuesta es a una nave y buscamos por ahí. Ahora, que eso se literalice y se haga una historia acerca de los personajes, estos locos que andaban navegando”. Y María afirma que no hay que irse tan lejos en el tiempo para pensar en la locura: “A veces hablamos que tiene que ver no con una locura extrema, sino con los vestigios de locura que se ven en la ciudad. Por allá cae un amigo con una ataque de pánico, por acá otro va al psicólogo, subirse al subte a la mañana es una locura. Por eso La nave fue un disparador. No quiere decir que nosotros queramos representar literalmente eso”, afirma.
–¿Se puede definir qué es El Choque Urbano?
M. A.: –Yo puntualizo en la palabra “grupo”: somos un grupo que transmite principalmente a través de la música un montón de sensaciones. El hecho de estar sobre el escenario y que vaya más allá del toque implica una presencia corporal importante. Eso es lo que yo veo de afuera. Y más allá de los detalles y colores que hay del teatro y de la danza, en lo que se engancha el espectador viene de la mano de la percusión, con toda la fuerza de una comparsa de candombe, de un bloco brasileño. Esto está reformulado en un contexto ciudadano con una composición que remite a lo electrónico o al dance.
S. A.: –Creo que de afuera se ve un grupo que hace siete años trabaja y hace cuatro que vive de esto, le dedicamos mucho tiempo, y eso se ve en una química de grupo. Tenemos mucho viaje juntos, mucho ensayo juntos: nos conocemos mucho, somos amigos, novios, familia, y trabajamos hace mucho juntos.
M. Z.: –Se maneja cierto lenguaje, cierto código que tiene que ver con esa cantidad de horas compartidas. Hay un código interesante, que creo que se ve de afuera. De hecho, cuando entra gente nueva se tiene que acomodar a ese código.
–Ustedes cuentan historias, pero sin palabras. ¿Cómo se logra eso?
M. A.: –El teatro es acción. Si el actor no hace no pasa nada. Algo quiere. En nuestro espectáculo anterior (Fabricando sonidos) había dos actores, o tres, y el resto funcionaba como coro. La nave está recién empezando. Acá no hay tanta variedad de instrumentos como hubo en Fabricando... (bolsitas, pelotas), sino que es más melódico.
–¿Y cuál es su metodología de trabajo?
M. A.: –Estrenar una obra tiene que ver con el propósito de vender entradas, porque tenemos que subsistir, pero la fecha de estreno no es una condición para que vos encuentres ese amor o esa belleza que buscás en lo que hacés. Nadie te garantiza que porque estrenás va a estar la obra lista. Quizás empezás a hacerla, y al transitarla empezás a encontrar el sentido de la cosa. Es nuestra forma de trabajo, pero yo creo que sucede mucho en todas las obras. Nosotros no hacemos teatro, pero sí vivimos esa experiencia de esa manera: el teatro se vive en el momento. No es algo cerrado y muerto, sino que es algo vivo en permanente transformación.
S. A.: –Para mí tiene que ver con los grupos que trabajan día a día y no con las obras convencionales. Esas son obras que se arman, se ensayan tres meses y se estrenan, y después se labura. Nosotros con Fabricando sonidos estuvimos modificando cosas hasta la última pasada.
M. Z.: –De todas maneras, tenemos que ir cerrando, aunque nunca cierre del todo, para poder transitarlo como actores. El grupo ya se acostumbró a esta metodología del cambio constante, a estar laburando cuatro horas una cosa y que no vaya. Al elenco lo ayudó a abrir mucho la cabeza, aunque al principio costó un poco asumirlo. En La nave fue del vacío total el proceso de creación, menos en la música. Fue bastante raro. Si me pongo a pensar en lo que se generó ahora acordándome del principio era un vacío angustioso.
–Muchas veces dijeron que lo que los diferencia de Mayumaná y Stomp es que son de Buenos Aires, que queda en Argentina, que está en Latinoamérica. ¿Cómo se plasma esa diferencia en los espectáculos?
M. A.: –Eso no tiene forma, es una cuestión energética que quizá se traduce en formaciones que tienen que ver con el espectáculo, con la música, con el guión. Yo generalmente digo ese tipo de cosas y creo que tiene que ver con la formación cultural que uno tiene en base al lugar donde se cría y donde vive. Y después a la hora de expresarte surge eso. Lo que nos diferencia es los lugares donde nos hemos desarrollado cada uno de los grupos. Y nos unen ideas compartidas de la resignificación de los objetos y la música.
S. A.: –Que seamos latinos se ve en la calle. En Holanda fuimos a bailar y no hay onda; vas caminando por la calle y ni se miran a los ojos. Acá hay otra energía. Nosotros somos como un grupo de batucada: vamos juntos a todos lados.
M. Z.: –Yo le sumaría una cuestión: en todo el mundo los momentos de crisis son en los que se explota artísticamente, donde el artista explota. Y creo que lo que sucede con el latino es que se vive en constante crisis, entonces hay algo expresivo diferente porque tenés que vivir la vida de otra manera. Acá está más complicado, hay que rebuscársela más. El arte es realmente una necesidad expresiva. Igual, estoy hablando en un nivel muy general, hay buenos artistas europeos o norteamericanos.
El año pasado, El Choque llevó sus ritmos de gira por Latinoamérica, Holanda, Siria y Corea del Sur. Pero más allá de la diferencia idiomática, al trabajar con la acción más que con las palabras, no hubo dificultades en la presentación en sí, aunque sí hubo sorpresas en lo que la rodeaba. Y cada uno se trajo una anécdota en la valija. Santiago recuerda que “una función en Corea fue para un colegio, todos vestidos igual: fue muy Pink Floyd”. María no olvida la presentación en Siria, donde debió comportarse de otra manera. “Fue una locura, porque la mujer tiene un lugar rarísimo. Es otra cultura, es muy diferente. Hicimos una función en una plaza para 3000 hombres, y no te podían ver la panza, o los brazos. Se planteaba una cosa de fanatismo absoluto, gritos constantes. ¡Hasta algunos me dijeron que yo les daba miedo arriba del escenario!”
* La nave se presenta los jueves a las 23 y los viernes y sábados a la 0.45 en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660.
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