ROSA MONTERO COMENTA Y ANTICIPA SU NUEVA NOVELA
“Trata de la aventura de la vida”
Historia del rey transparente se titula la nueva incursión de la periodista española en el campo de la novela. La autora de El corazón tártaro y La loca de la casa retrocede al siglo XII e imagina la historia de una campesina que tiene que disfrazarse de hombre para sobrevivir.
Por Silvina Friera
La madurez le sienta muy bien a Rosa Montero. Tan bien que se atrevió a escribir una voluminosa novela de aventuras, Historia del rey transparente (Alfaguara), ambientada en la Europa medieval del siglo XII, un mundo que, lejos del lastre oscurantista, es mucho más luminoso de lo que señalan los manuales escolares. La protagonista y narradora, Leola, es una joven campesina a la que, con quince años y a punto de casarse, le queman la casa y se llevan al novio y a su padre. Con las pocas fuerzas que le quedan decide robar la armadura de un muerto, vestirse como un caballero y deambular por castillos, abadías y monasterios, pueblos y ferias, acompañada de una suerte de alter ego de Sancho Panza: Nyneve, una hechicera, bruja o hada, según ella misma se presenta. La parábola de Leola podría sintetizarse en el pasaje que va de la servidumbre a la libertad, del analfabetismo a la sabiduría, después de peregrinar y luchar, durante 25 años. “Siempre hice libros muy distintos”, explica la escritora española en la entrevista con Página/12. “Hay dos tipos de novelistas: los cerezos, que son los que se enroscan sobre sí mismos y siempre hacen la misma novela, y los forros, que son los que caminan y caminan buscando nuevos horizontes. Yo soy un forro total”.
La escritora española dice que “se debe escribir siempre desde donde ya no sabes”. Antes, pese al impulso juvenil, no se hubiera atrevido a hacer una novela de aventuras, y confiesa que no hubiera sabido cómo contarla. Historia del rey transparente “trata de la aventura de la vida, de la existencia, de cómo se envejece bien o mal, de cómo se acepta o no la idea de la muerte, de los amores perdurables y de los que no duran nada, de las lealtades y de las traiciones, todas esas cosas que uno va aprendiendo con la edad, pero con bastante edad”, define Montero.
–¿Por qué eligió el contexto de la Edad Media?
–Una no escoge las novelas que escribe, ellas te escogen a ti, son como sueños diurnos del autor: se te mete una imagen dentro de la cabeza y tienes que escribir. Los novelistas deberíamos escribir siempre esos libros que son necesarios para nosotros, siempre lo he hecho y creo que se nota cuando un novelista escribe un libro que no le es necesario. Hace diez años que me dio una temporada de pasión lectora por los libros medievales, de historiadores, y me pasé dos o tres años leyendo mucho, y porque estaba ahí, metida en ese hábitat mental, lo primero que se me ocurrió de la novela vino con su carga medieval. Los sueños nocturnos también se contagian de lo que nos sucede durante el día, hay cosas que hemos vivido que impregnan nuestros sueños. Y con las novelas pasa lo mismo: se impregnan de alguna manera de aquello que estás viviendo en ese momento.
–¿En qué sentido entiende al siglo XII como luminoso?
–Me encantó descubrir que fue un siglo absolutamente brillante en el que se produjo una explosión de progreso y de modernidad. De hecho, todo lo que hoy somos empezó en ese siglo; lo que hoy llamamos Renacimiento para mí no es más que los restos del naufragio del verdadero renacimiento social y cultural que fue el siglo XII. Me resultó fascinante ver ese mundo en donde empiezan las ciudades modernas, el sistema protodemocrático y la individualidad contemporánea y moderna, que son el núcleo y el hueso de nuestra vida y de nuestra visión del mundo. Aunque hice una recreación del siglo XII, muy sensorial y cotidiana, mi ambición principal no era contar cómo era ese siglo sino contar cómo es nuestro mundo y cómo somos los seres humanos.
–La novela comienza con Leola que dice: “Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre”. ¿Fue deliberado otorgarle al personaje una plena conciencia de su individualidad?
–Claro, ella nos relata su vida, está orgullosa y con razón. Saliendo de la nada y siendo campesina, sierva de un noble, que en aquella época era como ser esclavo, consigue en esos 25 años tantas cosas, no sólo aprender a leer y escribir sino a ser sabia, en el sentido más existencial de la palabra, esa sabiduría que deberíamos intentar alcanzar todos, que no consiste en acumular conocimientos pasivamente. Esa sabiduría, que es una virtud activa, es la maduración de lo intelectual y de lo emocional: aprender a conocerse a sí mismo y a conocer a los otros, entender mejor el mundo y alcanzar cierta armonía.
–¿El trasfondo es muy esperanzador?
–Sí, creo que es mi novela más optimista, la más exultante de la vida porque Leola encuentra su propio lugar en el mundo, algo que nos cuesta tanto a todos, y llega a adquirir una serenidad frente a los agujeros de la existencia que yo disto mucho de tener. Creo que Leola ha hecho de su vida una obra de arte.
–En un momento Nyneve, que es una hechicera, reivindica la razón como única arma. ¿Esta sabiduría que alcanza Leola es por el descubrimiento de la razón?
–No necesariamente, la razón es un arma, pero Nyneve no reivindica la razón pura y dura que vacía al mundo de su misterio. No soy creyente, pero la razón no comprende el misterio de la vida, eso es evidente, aunque sea nuestro mejor instrumento para no caer en aberraciones.
–¿Hasta qué punto hay un paralelismo entre la dupla Leola/Nyneve y Quijote/Sancho?
–Es verdad que hay semejanzas: Leola es un caballero que no es un caballero, lo mismo que el Quijote, va acompañada por un escudero que no es un escudero, como Sancho. La primera vez que me di cuenta de esa posible horma fue con el libro ya publicado, oyendo a mi pareja explicar la novela a unos amigos: “ésta es como el Quijote”. Y me dije: “¡vaya!” (risas). En el momento de la escritura no he sido consciente, pero todos somos hijos de nuestros padres y efectivamente la impregnación del modelo del Quijote es tan profunda en la sociedad española, incluso para aquellos que no han leído el Quijote, que termina convirtiéndose en un rasgo cultural profundo de nuestra identidad.
–Al comienzo de la novela el señor de Ballaine dice que “hoy impera la codicia y las palabras valen tan poco como guisantes podridos”. Suena demasiado actual, ¿no?
–Sí, creo que el ser humano siempre es igual en lo emocional, aunque haya grandes cambios en lo cultural y en las costumbres sociales. Hay pintadas en las tumbas egipcias que dicen: “¡qué horror este libertinaje de nuestros hijos que no obedecen y no hacen caso a sus mayores!”. Igual que lo que se dice ahora, pero hace 3000 años. El ser humano se repite a sí mismo. Aunque Ballaine es un personaje que quiero mucho, no estoy de acuerdo con lo que piensa. Otra cosa que dice es que “la vida es un tiempo malo que nunca termina”. Puede ser una frase muy hermosa, pero yo tengo una idea de la vida muchísimo más luminosa, por lo menos a ratos.
–Uno de los personajes señala que la Iglesia se estaba quedando anticuada. ¿Esta era una percepción del siglo XII o es una licencia literaria?
–Supongo que habría gente que lo pensaba y por eso se adhirieron tantos a lo que la Iglesia consideró que era la “herejía cátara”. No sé si alguien pensó esa frase, pero es perfectamente sostenible porque estaba en el aire.
–¿Qué opina de la supresión de la obligatoriedad de la religión como materia de estudio que tanto revuelo está causando en España?
–Esto forma parte de una escalada política. Evidentemente lo de las clases de religión no es que estén anticuadas; en realidad, están luchando para mantener sus privilegios, están luchando por poder, no es pura tontería. Yo estoy completamente en contra de que la religión sea obligatoria. Pero la ley socialista que están sacando es francamente horrorosa como ley educativa, al margen de lo de la religión, y está prácticamente todo el mundo en contra de ella. Somos uno de los países que estamos a la cola de la educación, solamente peor que nosotros están Malta y Portugal. El horror es que esta ley va a hacer que empeore la situación educativa de los españoles.