FANNY DALTON, UN PERSONAJE CLAVE DE LA ESCENA PORTEñA DEL FOLKLORE
Entre 1960 y 1985 estuvo al frente de un local que marcó época en el folklore, y al que se conocía simplemente como La Peña de Fanny. La historia de una mujer que nació rica, se dedicó al espectáculo y lo perdió casi todo.
› Por Karina Micheletto
Se le puede preguntar a cualquier músico que haya transitado la época del boom del folklore, cuando este género realmente sonaba en todas partes. También a escritores, actores, artistas, militantes que transitaron la bohemia porteña de aquellos años. Hubo un reducto que albergó, en el amplio sentido de la palabra, a folkloristas de todo el país. El lugar no tenía nombre, o mejor dicho tenía un nombre impuesto: todos lo conocían, simplemente, como La Peña de Fanny. Desde Los Chalchaleros a los menos conocidos, el folklore pasó por el escenario de esa peña. Muchos fueron los músicos de provincias que antes de ser famosos encontraron allí la comida y el alojamiento que no podían pagar. Fanny, “la que alberga a los artistas”, fue la anfitriona de la mítica peña que funcionó primero en Cerrito 34, y luego en Ecuador 979, y que desde 1960 a 1985 marcó diferentes etapas de la noche folklórica porteña.
“Mi peña estaba siempre abierta, pero había que tocar timbre”, aclara ahora la señora que alguna vez fue actriz y que se conserva tan coqueta como siempre: a lo largo de la entrevista sólo revelará su fecha de cumpleaños, 29 de septiembre. Perteneciente a una familia “de estancieros ricos” (“casa con choferes, cocineros, jardineros”), Fanny dice con naturalidad que hasta hace poco sólo conoció la riqueza. Su nombre fue alguna vez Esilda Monet, pero esta chica de clase acomodada no siguió precisamente los cánones impuestos: eligió ser primero la actriz Fanny Dalton, y luego la “dueña y directora absoluta” de su peña, tal como apunta una revista Panorama del año 1964, que la describe de esta manera: “Rubia, ceñida, divorciada y fumadora de cigarrillos negros, en más de una ocasión ha tenido que enfrentarse a clientes como aquel que la apuntó con un revólver, aplicando (cuando podía) certeras bofetadas a parroquianos desaprensivos”.
Su árbol genealógico incluye una madre concertista de piano, un padre profesor de Filosofía, fundador del diario El Tribuno de La Pampa, amigo de gente como Hipólito Yrigoyen y de Arturo Frondizi (Fanny todavía conserva el anillo que Frondizi les regaló a cada una de las hermanas). También un tío ministro de Educación –“con un retrato gigante en el Palacio Pizzurno”–, un bisabuelo primer poblador de la Patagonia (Ernesto Rouque) y un abuelo integrante de la campaña de Roca que se alzó con enormes extensiones en tierras, y que no impidió que Fanny cultivara una amistad con Osvaldo Bayer. “Y sí, soy la oveja descarriada, pero la única de la familia que tiene el Premio Alicia Moreau de Justo ‘A Fanny, por su actitud en la vida’.” Tengo muchos otros premios como actriz, pero ése es el mejor que pude recibir en la vida”, se enorgullece.
En el reciente documental sobre Hugo Díaz A los cuatro vientos, se recuerda la generosidad de Fanny al frente de su peña. Y Hamlet Lima Quintana la homenajea en su libro Los referentes: “El primer templo del nuevo cancionero folklórico en Buenos Aires fue, sin lugar a ninguna duda, Cerrito 34 (...) Fanny era una especie de sacerdotisa amparadora de cuanto cantor o músico desvalido llegaba a Buenos Aires con su guitarra bajo el brazo y el hambre en todo el cuerpo. Allí había que cantar porque no existían los micrófonos y la guitarra pasaba de mano en mano y a la voz había que largarla como el viento de agosto, el mejor viento para remontar barriletes”. También hay música compuesta en su honor, como “Tema de Fanny”, de Daniel Altamirano.
“Mi papá no sabía que yo tenía la peña –cuenta ahora Fanny–. Estudié seis años Arte Dramático y tampoco supo papá que yo trabajaba en teatro. A la hora del té yo pedía permiso para ir a la casa de una compañera. ¡Mentira, me iba a la radio! Después, tenía que esconderle los diarios. Yo era la primera actriz en Nuestra Natacha, de Casona. Cuando puse la peña, en el año ‘60, sólo lo supieron mis hermanos, que no lo tomaron muy bien. Uno hasta estuvo largo tiempo sin hablarme. No sé qué se habrá creído, que yo era copera, qué sé yo... La peña fue un toque mágico en mi vida, y no sé por qué me tocó a mí.”
–¿Y usted tenía algo que ver con el folklore?
–¡No, para nada! Mi madre era concertista de piano, y mi padre, cordobés, marcaba la guitarra con los amigos, pero nada más. Un amigo santiagueño me llamó un día y me dijo: “Te tengo que pedir un favor muy grande, ¿podrías atenderme la peña de Cerrito? Porque estoy enfermo”. Yo no quería saber nada. Me pidió que lo ayudara al menos un mes, y como era un amigo, acepté. Puse mis condiciones: sin policía con uniforme, sin levante, y aquí no se habla de política. Fue de esas cosas que te pasan en la vida, y vos no sabés por qué.
–¿Se acuerda de la primera noche que abrió?
–¡Uy, me quería morir! Yo trabajaba en el teatro, salí de la función para la peña, sin saber qué sucedería. ¡Esa misma noche se llenó! Fue una cosa, para mí, medio milagrosa. Enseguida se empezó a comentar por todo Buenos Aires, trataron de imitarme otras mujeres, que también pusieron negocios. Claro que en ese momento había poca oferta en la ciudad, se habían ido Los Hermanos Abalos de “Achalay”, por ejemplo. Abrí yo con folklore y la gente se volvió loca. Todos aparecieron solos, no llamé a nadie nunca. Apareció un conjunto que se llamaba Los Tres para el Folklore, ¡uy, lo que fue eso! A ellos los hice grabar, también a Los Huanca Hua. Le mandé escrito a Mejía, del sello Odeón, en una servilleta de papel: “Por favor, se llaman Los Huanca Hua, cantan muy bien, me gustaría que grabaran”...
–¿Le mandó en una servilleta la recomendación para grabar?
–¡Se lo pedía, no era recomendación! ¡Qué insolencia la mía, pienso ahora! A Fernando López, el esposo de Ramonita Galarza, gerente artístico de Odeón, también le pedía así, sin más.
–¿Qué artistas iban a su peña?
–Uff... tantos... Don Atahualpa. Mercedes Sosa y todos los del Nuevo Cancionero. Víctor Heredia, que era muy jovencito y venía a comer a casa, Cuchi Leguizamón, Jaime Dávalos. Hernán Figueroa Reyes, Los Fronterizos, que ya no estaban juntos, pero fueron separados a cantar. Hugo Díaz, que era incomparable, Horacio Guarany, Facundo Cabral. Los Chalchaleros vinieron a cantar, y yo no les pagué nunca un peso. La primera noche estaban anunciados, todo vendido, reservado. Y sobre la hora me llaman para decirme que el dueño del otro lugar en el que actuaban, pagos, no los dejaba. ¿Qué hago? Ahí nomás me puse un abrigo, me tomé un taxi, y fui a hablar con el responsable de la peña. Le expliqué que eran amigos, que no cobraban. Me dijo: está bien señora, quédese tranquila, van a ir. ¡Estaba la vereda de Cerrito repleta, yo tenía un susto tremendo! Iban también actores, actrices: Víctor Laplace, mi amigo Huguito del Carril, con ellos estuvimos juntos en la última película en que trabajé, La mala vida. Amelia Bence, Alba Mujica, Barbarita Mujica, muchísimos. Iba gente de letras, gente importante. Iban muchos montoneros, la presidenta Cristina Kirchner y su esposo han ido. Iban el Padre Mugica, Santucho. Iban los del ERP, que yo no sabía ni qué era. Yo no soy de ningún partido, pero me dolió mucho que después amigos míos me preguntaran: Fanny, cómo nunca te tocaron los militares, con la gente que iba a tu peña. Siempre pienso que seguramente habrán ido militares sin que yo lo supiera.
–¿Cómo le fue económicamente?
–No le daba importancia a eso. Siempre he vivido como rica, y siempre pude dar. Estuve en Cerrito del ’60 al ’64, de ahí me echaron, me anularon el alquiler porque iban a tirar la casa abajo. Me pasé meses buscando una nueva casa, hasta que encontré la de Ecuador 979, un petit hotel precioso. Tenía tres plantas, un jardín, y abajo la peña. Para alquilarla tuve que mentir, dije que era para dar clases de danza. Ahí puse una gran biblioteca, porque era muy importante que los músicos pudieran leer. Hasta que, en 1985, me quitaron esa casa, y ahí sí que quedé en la calle. Nunca supe bien qué pasó. Lo único que sé es que llegó un hombre y dijo: esta casa es mía, yo pago Rentas. Yo vivía en otro mundo, ni siquiera fui a buscar el contrato, no me moví, dejé que hicieran, y nadie me ayudó. Muchos años después, Julio Strassera, el fiscal, que iba a la peña cuando era estudiante, me dijo: ¡pero Fanny, cómo puede ser que no hayas hecho nada! Buscó y vio que no había ni un juicio iniciado, nada. Pero como ya había pasado el tiempo, no se pudo volver atrás.
–¿Y qué hizo después de que la echaran?
–Me fui a vivir a un hotel. Abrí alguna peñita, una cerca de Sadaic, en un subsuelo. Pero nunca fue lo mismo. Fue muy duro. Siempre digo que mi refugio es Dios, porque yo tendría que haberme muerto. Imagínese que de la noche a la mañana quedé en la calle, sola...
Fanny sigue recibiendo en su casa a algún que otro músico amigo que viene a Buenos Aires por unos días. Sigue pensando en la conveniencia de “alguna peñita”, aunque ahora los números no cierran. Tiene una hija que vive en Londres, una nieta, un nieto piloto de avión que la está haciendo feliz con su visita. “¡Y ahora soy la reina de los cartoneros! –se ríe–. Siempre me esperan en la puerta de casa, porque saben que algo les doy. Es que no puedo ver que otro no tenga y yo sí. Y eso lo aprendí de mi papá.”
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