Vie 01.08.2008
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LA HISTORIA SECRETA DETRAS DEL PASE DE LOS STONES

Cómo negociar con Allen Klein

La partida de EMI y el nuevo contrato de The Rolling Stones con Universal se llevó todos los titulares, pero detrás del catálogo conocido hay un tesoro que sigue en manos del personaje que supo desplumarlos a fines de los sesenta.

› Por Diego A. Manrique *

El reciente fichaje de los Rolling Stones por Universal fue interpretado en el contexto de la crisis de EMI, su anterior discográfica. Pero es pura anécdota: fuera de esas batallas, lo importante es que todo el catálogo del grupo está bajo un mismo techo. Universal ya tenía los derechos de distribución de lo que grabaron entre 1963 y 1970. El deslumbrante material que los Rolling Stones plasmaron durante los sesenta es, comparativamente, desconocido: se trata de un inmenso tesoro que muestra a una banda que, en busca de su sonido rockero, deja obras maestras en diferentes palos (blues, pop, soul, psicodelia, retro). Como ocurrió con The Beatles, The Who o los Kinks, la década prodigiosa fue para los Stones una etapa asombrosamente productiva.

Una obra que, a diferencia de sus colegas, Mick Jagger y compañía apenas han explotado. Desde luego, siguieron tocando “Satisfaction” y otros himnos, pero prefirieron potenciar el material que editaron a partir de 1971. Tiene lógica... empresarial: lo grabado en las últimas cuatro décadas es de su propiedad exclusiva y constituye el catálogo de Rolling Stones Records, justo lo que acaba de contratar Universal de forma temporal, igual que antes lo tuvieron Warner, CBS, Virgin o EMI. Pero sus creaciones primigenias no están bajo su control: fueron despojadas de ellas por Allen Klein, un contable estadounidense que, para su eterna vergüenza, les engañó como a principiantes.

Los Rolling Stones tuvieron las ideas claras desde el principio. A diferencia de los Beatles, que eran finalmente empleados de EMI, los Stones sólo cedieron la distribución a la compañía Decca; ellos conservaban la propiedad de sus masters. Una decisión astuta de los que fueron sus descubridores, Andew Loog-Oldham y Eric Easton, que seguían las lecciones de Phil Spector. Con el tiempo, Jagger y los demás descubrieron que Oldham y Easton no estaban a la altura de su retórica: hacia fines de 1967, los Stones estaban arruinados. Sus conflictos con la ley habían agotado sus recursos económicos, y debido al quebradizo estado de Brian Jones habían renunciado a las giras. Fue entonces cuando pidieron ayuda a Allen Klein.

Allen Klein era una leyenda turbia del show business estadounidense. Un huérfano de Nueva Jersey que se había ganado una dura reputación como defensor de los artistas frente a los manejos de las discográficas, entonces nada diligentes a la hora de determinar los royalties. Contratado inicialmente por Oldham como contable de los Stones, Klein aceptó negociar en su nombre. Se presentó en la sede de Decca y, con modos que parecían extraídos de una película de la mafia, aterró a los directivos. Decca vivía traumatizada por haber rechazado a los Beatles en 1962; no se podía permitir perder a los Stones. Klein consiguió unos sabrosos adelantos y un porcentaje de las ventas superior al que disfrutaban los Beatles.

Agradecidos, los Stones le otorgaron a Klein plenos poderes como representante. Pero cometieron un error mayúsculo: su empresa se llamaba Nanker Phelge Music Limited, pero traspasaron su obra a Nanker Phelge Music USA, que no era una sucursal sino una compañía cuyo único propietario se llamaba... Allen Klein. Pronto comprendieron que el hada madrina era una madrastra. Conservador incluso en negocios, Klein discutía cada petición de dinero, fuera para gastos cotidianos como para inversiones (culpa suya fue que no se terminara la famosa película Rock and roll circus). El hombre que parecía la salvación –Jagger convenció incluso a John Lennon para que Klein gestionara los asuntos de los Beatles– se había convertido en un cancerbero.

En 1970 finalmente se independizaron, creando una empresa –Rolling Stones Records– para sus futuras grabaciones. Y pactaron con Atlantic Records, parte del grupo Warner, el primero de sus contratos de distribución. A la hora de romper con Allen Klein, comprobaron que habían sido desplumados. Su ex representante era dueño de las joyas de la corona: de todos sus discos, hasta el en vivo Get yer ya-ya’s out, pero también de los derechos editoriales de sus composiciones e incluso de proyectos que había desaprobado como el Rock and roll circus. Años de litigios no pudieron cambiar nada.

A la larga, el resultado fue catastrófico para los Stones. Durante años intentaron evitar el repertorio en manos de Klein, aunque terminaron regrabando algunas de esas canciones en discos en vivo. Pero ese distanciamiento les jugó en contra: su pasmosa obra de los sesenta quedó eclipsada, ignorada por gran parte de esos millones de fans que acuden a los estadios en busca de Sus Majestades Satánicas. Klein, hasta tiempos recientes, no permitió reediciones remasterizadas. Y se ha mostrado como un guardián celoso de los derechos de los Rolling Stones: fue comprensivo con la gente del cine –especialmente con Martin Scorsese– a la hora de ceder canciones para bandas sonoras, pero no toleró infracciones de sus copyrights. Abko, su compañía, es el cuco de la industria musical. En 1997 se quedó con todos los ingresos de “Bittersweet symphony”, el majestuoso éxito del grupo británico The Verve, al detectar que habían sampleado sin permiso una versión orquestal de “The last time”, de Jagger-Richards. Mick y Keith quedaron como unos miserables cuando no era una decisión suya. Hace poco, Abko Music demandó a Lil’ Wayne por cambiar la letra de “Play with fire”, otro tema de los Stones. Precisamente Klein, un hombre deslenguado, alega que el popularísimo rapper usa un “lenguaje explícito, sexista y ofensivo”. Entre los demandados está la discográfica de Lil’ Wayne, Universal Music Group. Cabe suponer que Allen Klein ya se está posicionando de cara a la inevitable negociación sobre el prodigioso catálogo Stone.

* De El País de Madrid.
Especial para PáginaI12.

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