Lunes, 1 de septiembre de 2008 | Hoy
ENTREVISTA AL POETA OSCAR FARIñA
En sus obras hay señales tumberas, cruzando temas violentos con ternuras de la calle. El poeta nacido en Paraguay sube sus textos a la web y reacciona contra la presencia de la “perspectiva de clase media” que domina algunos círculos artísticos.
Por Facundo García
Mesas de madera, mostrador y trapo rejilla. El poeta Oscar Fariña entra al boliche y saluda a dos viejos que conversan a los gritos. Escribe con fuerza, Fariña; aunque cuando se lo conoce personalmente despista: no lleva las señales tumberas que suele meter en sus obras. “Pará, pará, antes de las fotos peinate”, lo gasta algún atrevido. El, que viene de varias horas de trabajo, igual sonríe. Y nadie en el lugar sospecha que ese tipo tímido y amable es una de las voces más interesantes de la poesía actual.
Al menos así lo cree Samanta Schweblin (Premio Casa de las Américas 2008), que recientemente lo nombró entre sus favoritos y se quejó de que las editoriales lo mantengan en el anonimato. “¿A qué se dedica este muchacho?”, indaga, por su parte, el hombre que atiende el mostrador. Entonces hay que improvisarle una ficha. Contarle que Fariña tiene veintiocho años, que se lleva a las trompadas con la carrera de Letras, que se anima a la décima y al haiku, y sobre todo que publicó un poemario titulado Pintó el arrebato (No Soporto Verme Feo Ediciones). En sus páginas recrea voces crudas, cruzando temas de violencia con ternuras de la calle. Acaso también sirva apuntar que es paraguayo, y de hecho es una de las primeros datos que él mismo se ocupa de resaltar. “Vine cuando era un bebé. Mi vieja decidió cruzar la frontera por vía fluvial, un día feriado. Sabia elección, porque no había tanta vigilancia, y nosotros no teníamos documentos”, añade, con pinta de estarse definiendo.
–Lo primero que me contó es que es paraguayo. ¿Por qué?
–Más que una nacionalidad, yo reivindico una tensión. Soy un inmigrante, no solo transnacional. Vengo de una familia de clase media baja, por lo que he tenido que mudarme muchas veces. Me refiero a que soy además un “inmigrante transbarrial”, digamos...
–Ya que hablamos de barrios: se ha dicho que usted es al sur del conurbano lo que Washington Cucurto es a Constitución, por esa especie de “recreación de ambientes” que hacen ambos. ¿Qué lo llevó a relacionarse así con la periferia de Buenos Aires?
–He pasado mi vida principalmente en la Capital. A pesar de eso, desde chico voy al conurbano porque tengo familiares. Mi primo Bombi vive en el Barrio Nueve de Abril, al lado de Monte Grande. Ahí tuve fútbol, birra, porro y esquina. Ojo: me aceptaban, cosa que no impedía que cada tanto me hicieran sentir que yo era “el de la Capital”.
Fariña está convencido de que la barra del Nueve de Abril marcó su literatura. “Son gente muy despierta”, asegura. En consecuencia, los poemas de Pintó el arrebato fueron saliendo un poco por el roce con ese grupo y otro poco porque el propio Oscar sentía la necesidad de reaccionar ante la presencia fuerte de la “perspectiva de clase media” que domina algunos círculos artísticos. Mientras trabajaba en una pizzería de Chacarita, el escritor cocinaba versos y le daba vueltas a la idea de esquivar “la onda Emo” que –según él– ha infectado la mente de varios popes de las letras nacionales. “Hay mucha fiebre masturbatoria, al estilo ‘que bajón... se me perdió el mp3...’”, señala.
El paso siguiente fue subir los textos a la web. “Desde el título, Pintó el arrebato habla de una actitud a la hora de escribir y de publicar. No podía ponerme tranqui, y eso causó que Fotolog me clausurara el espacio dos veces por poner fotos hiperviolentas. Se hacen los higiénicos”, relata el entrevistado. De esta manera, Salfina, el Tano y los otros seres que el autor había aprendido a hacer vivir en sus líneas se convirtieron, ellos también, en migrantes del ciberespacio. El último domicilio que se les conoce es pintoelarrebato.blogspot.com, donde los interesados pueden comprar ejemplares impresos.
–No ha faltado quien asocie lo que usted hace con la apuesta que hicieron los fundadores de la gauchesca, allá por el siglo XIX. ¿Siente que hay continuidades con ellos?
–La asociación con aquel movimiento me parece bien, siempre que se haga la salvedad de que la gauchesca la escribían intelectuales hiperletrados y yo no soy eso. Reconozco tener ciertas lecturas –Juan Desiderio, Daniel Durand, Borges– pero escribí esto a partir de haber estado físicamente en ciertos espacios. No tengo que venir a impresionarte con un rompevientos de marca y unas llantas de quinientos mangos, haciéndome el pesado. Estos textos parten de un saber, de haber aprendido a escuchar. A la vez, sé que no estoy retratando nada, y soy consciente de que hago construcciones, muchas veces usando estereotipos. Soy y no soy eso que aparece, y me siento cómodo en esa inestabilidad.
–¿Quién lo lee en este momento?
–Mirá, a mí me entusiasma que se copien mis poemas, que me los afanen. Por suerte eso está pasando en Internet. Me reescriben, me modifican... y yo no tengo nada registrado. Te digo más, uno de los logros más grandes que tuve es que Pintó el arrebato le haya copado a gran cantidad de amigos a los que la literatura no les interesa en lo más mínimo. Cuando lo tuve listo, me fui al barrio de mi primo y se lo di a los pibes, a ver qué respondían. Muchos de ellos figuraban ahí de una u otra forma. Se divirtieron y me bardearon: me cuestionaron los cortes, unas comas...
–Era como si se le estuvieran rebelando los personajes...
–Tremendo. Hay uno que se llama El Tata, que me corrigió con mucha atención. Es un limado y un genio. El Día de la Madre pasado se quiso comer su propio pie...
–Ajá. ¿Al escabeche?
–No, lo puso entre dos panes. Es un divino, en el fondo. Le había comprado una licuadora a la vieja y todo. Lo que pasa es que venía de gira y se volvió loco cuando lo quisieron levantar para almorzar. Agarró su pie y se lo quería morfar en sandwich. Imaginate. Toda la familia forcejeando para que se tranquilizara...
Siguen cayendo a ritmo parejo historias y cervezas. Excepto cuando se habla del futuro: “Por lo pronto, mi pretensión principal sería no tener que laburar los fines de semana”, tira él. Hace un silencio medio raro y sigue charlando hasta tarde. Le queda mucho por decir.
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