COMENZO LA 32ª EDICION DEL TORONTO INTERNATIONAL FILM FESTIVAL
A pesar de no poseer una competencia oficial como sus pares europeos, el encuentro cinematográfico oficia como vidriera para una importante producción de todo el mundo. Este año, el cine argentino pone huevos en varias canastas.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto
Cada año resulta más y más difícil presentar al Toronto International Film Festival (TIFF). Y esta edición, que comenzó ayer, ya es la número 32... Sucede que Toronto ha logrado ubicarse en el centro mismo de la actividad cinematográfica internacional sin tener dos de los requisitos que parecían ser condición necesaria para conseguir ese lugar de privilegio, que suele ser prerrogativa de los tres grandes, veteranos festivales europeos: Berlín, Cannes y Venecia. Lo que le falta, lo que no tiene Toronto es una competencia oficial (con sus jurados y sus premios) ni un mercado formal, donde los vendedores internacionales despliegan los stands que les sirven de vidriera para exponer sus novedades. Ahora bien, lo que ha conseguido Toronto a lo largo de todos estos años, con una programación tan abundante como increíblemente diversa, que convoca un promedio de 340.000 espectadores, es que cada una de sus más de 312 películas (ver recuadro) tenga casi la misma posibilidad de exposición y lucimiento, y que alrededor de los cafés y restaurantes de Yorkville –el lujoso barrio, casi de juguete, alrededor del cual se mueve el pequeño gran mundo festivalero (unos 7000 acreditados)– se cierren muchos más negocios de distribución cinematográfica que en un mercado formal.
Dicho esto, que marca ya de por sí una diferencia importante con la modalidad del clásico esquema europeo en festivales, el TIFF como siempre puede “leerse” a través de distintas secciones, en la mayoría de las cuales el cine argentino estará presente, a diferencia de lo que sucedió con la Mostra de Venecia, donde solamente Una semana solos, de Celina Murga, logró infiltrarse en una muestra paralela. Aquí, del otro lado del mundo, en la capital de la provincia de Ontario, Argentina tiene en cambio un huevo en cada canasta.
Daniel Burman presentará El nido vacío, en su primera salida internacional luego de su exitoso estreno local. Por su parte, Carlos Sorín eligió Toronto para el lanzamiento mundial de La ventana, todavía inédita en Argentina, al punto que hasta apenas un par de días atrás el realizador de Historias mínimas todavía le estaba haciendo los últimos toques a su película en un laboratorio de Madrid. Leonera, de Pablo Trapero, Liverpool, de Lisandro Alonso, y Salamandra, ópera prima de Pablo Agüero, vienen con el antecedente de haber cosechado elogios en Cannes. Más virgen llega Los paranoicos, debut de Gabriel Medina en el largometraje, que estuvo en la competencia oficial del último Bafici y todavía no se estrenó en Buenos Aires.
A este núcleo duro hay que sumarle además un par de coproducciones en las que Argentina tuvo una participación relevante. El peruano Josué Mendez –-cuya película anterior, Días de Santiago (2004), puso al cine de su país en el mapa– hace en Toronto el estreno mundial de Dioses, filmada en Lima en coproducción con el argentino Hugo Castro Fau. Y el joven uruguayo Federico Veiroj trae a la muestra canadiense su primer largo, Acné, coproducido con Argentina a través de Hernán Musaluppi, un proyecto que ya tuvo muy buena repercusión en la Quincena de los Realizadores de Cannes, en mayo pasado, y que muy probablemente se estrene en Buenos Aires hacia noviembre. Si en todo este panorama a alguien le llama la atención la ausencia de Una mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, la explicación hay que buscarla en el New York Film Festival, que se realiza apenas unos pocos días después de Toronto, con cuya programación es incompatible. Por esas competencias tan mezquinas y cada vez más habituales entre los festivales, la película que va a uno no puede ir al otro.
Pero igualmente lo que hay en Toronto es tanto que cuesta enumerarlo todo, con lo cual apenas si se puede trazar una panorámica sobre el programa 2008. En la sección Gala, cuya sede es el inmenso Royal Thompson Hall y que funciona con el sistema de alfombra roja (reservada en general para las producciones de Hollywood y los paparazzi locales), estarán George Clooney y Brad Pitt, como en Venecia, presentado Burn After Reading, de los hermanos Joel y Ethan Coen. También Jonathan Demme, con el estreno de Rachel Getting Married, protagonizada por Anne Hathaway.
Las Specials Presentations ya le dan más lugar al cine del mundo. Allí estará la francesa Claire Demnis con 35 Rhums; el canadiense Atom Egoyan con Adoration; el gran documentalista camboyano Rithy Pahn con Barrage Contre le Pacifique; el nuevamente indie Steven Soderbergh con su díptico Che; y el francés Arnaud Desplechin con su bergmaniano Conte de Noël.
Tal como su nombre lo indica, Master se ocupa de los grandes nombres, ya consagrados. Este año, con sus nuevas películas, están el japonés Takeshi Kitano (Achiulles and the Tortoise), el polaco Jerzy Skolimowsky (Four Nights with Anna); el británico Terence Davis (Of Time and the City) y el alemán Werner Schroeter (Nuit de Chien), además de la legendaria abuela de la nouvelle vague, Mme. Agnès Vardá (Plages d’Agnès), entre otros. Las secciones Visions y Vanguard, en tanto, cobijan los films más radicales del festival, entre ellos El cant des ocells, del catalán Albert Serra, 24 City, del chino Jia Zhang-ke; o Serbis, del filipino Brillante Mendoza, por citar apenas unos pocos nombres de un programa mucho mayor. Porque toda esta cantidad de sustantivos propios es apenas la punta del iceberg, la playa de desembarco de un inmenso continente cinematográfico que por ahora debe considerarse terra incognita y que habrá que explorar en sus más diversas expresiones durante los próximos diez días.
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