Lun 15.09.2008
espectaculos

RECITAL DE JAIME TORRES Y JUAN “TATA” CEDRóN EN EL CENTRO CULTURAL TASSO

Dos leyendas nacionales y populares

El folklorista y el tanguero se lucieron, cada cual con su música. Y se juntaron para un par de temas que despertaron aplausos unánimes.

› Por Cristian Vitale

“El árbol del cariño tiene dos hojas,

Yo no busco la fácil, yo busco la otra.”

Dos hojas y un cariño recíproco. Jaime Torres y el Tata Cedrón mantienen totalmente muda a la audiencia que atiborra la sala. El charango con forma humana ocupa la parte de atrás del escenario, tiene un poncho negro inmenso que se (con)funde con el telón y dirige los ojos al cielo; Cedrón está sentado delante, con la guitarra y un semblante que brilla. Están ejecutando, solitos, ese bello poema de Leopoldo Marechal que el Tata musicalizó: “Huella del cariño”. Cada frase, por eso del sonido mágico de las palabras, parece explicar el almizcle musical... dos flores: plata y cobre; sangre y azúcar, una intención. Y esa huella divina que ambos dejan flotando tras cada nota. En esta pieza o en “Piedra y camino”, donde el dúo se fusiona, otra vez, para dar forma a una versión antológica –por emotiva– del clásico de Atahualpa Yupanqui. Secuencias clave de uno de los ocho conciertos que la producción del Tasso programó bajo el rótulo de “Como dos hermanos”.

Concierto, además, fuertemente enmarcado por la queja: Torres y Cedrón aprovechan el micrófono para dar cuenta de un estado de cosas poco amigable con la cultura. Que hay pocos lugares para las expresiones “populares y elaboradas”, según el Tata; que la escasez de auditorios está a la orden del día, según Jaime... que hace falta más “camorra” para enfrentar el problema, según ambos. Entre los dos pasa esto y algún que otro floreo recíproco que no alcanza status de babeo ni compromiso fútil. Después, cada uno a su juego: la orden es que la gente apague los celulares y silencie palabras; impera la necesidad de un clima introspectivo. El bloque encabezado por el Tata Cedrón es un tobogán de ritmos. Va del dramático y sombrío instrumental concebido por el cuarteto a principios de los setenta (“A Lola Mora”) a aquellos poemas –misma época– de Raúl González Tuñón que Cedrón sonorizó en forma de milonga veloz (“Eche veinte centavos en la ranura”) o a su manera, libre, intensa y natural (“Los ladrones”).

Y ancla, seguro, en la Buenos Aires –casi– suburbana de los tardíos treinta que Homero Manzi respiró, hizo viajar por sus células vitales, y expiró en forma de poesía: “Barullo”, “En un corralón de Barracas”, “Elegía”... parte de Frisón Frisón, el disco que iluminó escritos del santiagueño, inéditos hasta entonces. Gris, soledad, Pompeya y obreros se entrelazan bajo una atmósfera de intenso respeto, de admiración. Formación mínima (el legendario Miguel Praino más el joven Miguel López) acompañan a un Cedrón cuya voz de tono añejo y una expresividad corporal que brota, espontánea, de sensaciones internas forman un microcosmos seductor. La música, para Cedrón, tiene el mismo efecto que el alcohol: le tiemblan los prefrontales, se liberan. ¡Con la filosofía poco se goza!

El bloque Jaime, más festivo, es un muestreo acotado en el tiempo de una estética esponja del NOA –y aledaños–, que engloba carnavalitos, zambas, taquiraris y expresiones propias de la alta y misteriosa Bolivia. Alcanza el cenit en “La Diablada”, por qué no una expresión psicodélica del Alto Perú, y sorprende con el traspaso a charango de dos canciones del acervo folklórico venezolano –abolerado– que tornan la noche más mansa. Venezuela y Bolivia, música de savia popular, culturas que pelean por renacer. Jaime Torres y Juan Cedrón, cada cual a su manera, son parte de la lucha. E impulsaron, esta noche de luna grande, su pequeña revancha contra uno que poco entiende del tema: el hombre que está asfaltando una forma de ser, una identidad.

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