EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE CUENTACUENTOS TE DOY MI PALABRA
Organizado por la Asociación Artes Escénicas y el Círculo de Cuentacuentos, el encuentro que empieza hoy y sigue hasta el domingo propone “recuperar la niñez y volver al mundo mágico de la imaginación sencilla y profunda”.
› Por Silvina Friera
La irrupción de nuevos lenguajes y formas de contar fueron al principio una amenaza velada para los narradores o cuenteros. Pero las nuevas tecnologías pronto se revelaron como complementos que no pueden reemplazar “el arrullo cálido de las palabras”, el contacto con la voz. “Nuestras sociedades latinoamericanas son orales por excelencia; si algo no se nombra, simplemente no es, no existe”, dice el narrador boliviano Martín Céspedes Vargas, uno de los invitados a la séptima edición del Festival Internacional de Cuentacuentos Te doy mi palabra, organizado por la Asociación Artes Escénicas y el Círculo de Cuentacuentos, que empieza hoy en la ciudad de Buenos Aires, Morón, Adrogué y La Plata y que se extenderá hasta el domingo. “Hoy se está retornando a la oralidad como un medio para recuperar la humanidad de los humanos, que parecíamos estar siendo borrados o superados por las máquinas, el trabajo, el deseo de éxito, el estrés, los efectos especiales y el consumo. Es también recuperar la niñez, volver al mundo mágico de la imaginación sencilla y profunda. Y en el apogeo actual del tema indígena, la oralidad escénica juega un papel importante en la consolidación de la identidad propia”, plantea Céspedes Vargas a PáginaI12.
En esta edición participarán los narradores Walter Díaz Ovalle (Colombia), Enrique Argumedo Franco (Perú), Edel Arriagada y Carlos Acevedo, del grupo Había una vez truz (Chile); Clara Piñero y Juan Berlanga, del grupo Gamba y Ginny (España) y Ana García Castellano (España). A ellos se sumarán distintos cuentacuentos del país, como Claudio Ledesma, Liliana Bonel, Marta Millicay, Cristina Villanueva, Maribel García (Olavarría), Los Sembradores de Historias (Gregorio de Laferrère), Mónica Montenegro (Mendoza), Los Decidores (La Plata) y Grupo de Narradores de Lengua de Señas, entre otros. “Lo oral es una vuelta a la tribu, a la comunidad; narrador y oyente están unidos con la mirada, las palabras y las historias”, señala Argumedo Franco, actor, locutor y narrador infantil. “La profusión de oferta audiovisual nos proporciona abundante información que consumimos hasta la saciedad. Pero no colma nuestra necesidad de transferencia afectiva”, señala García Castellano, actriz, narradora y escritora, que ha llevado sus historias desde La Mancha hasta festivales en Francia, Portugal, Buenos Aires, Montevideo, Bruselas o Nueva York. “En la voz se da la palabra viva; pervive el aliento del otro con el que podemos relacionarnos. Esa necesidad de sabernos en relación con el otro, de escuchar y ser escuchados, sólo la puede satisfacer la presencia de la palabra. En la oralidad, la propia narración está abierta a una respuesta: la mirada, el respirar del escuchante, tiene respuesta en el que narra, puede incidir en su énfasis, en su temblor, en la intensidad de sus emociones, en el ritmo de la historia. Esta certeza nos hace copartícipes inmediatos de la historia.”
Edel Arriagada, del grupo chileno Había una vez truz, sugiere que más que la recuperación de la oralidad, en los últimos años se dio la visibilidad social de un oficio, “que ha ido alcanzando la jerarquía de arte” gracias al trabajo constante de los narradores. “Las personas damos cuenta de una forma de comunicarnos que evidenciamos como válida y valiosa, que es el arrullo cálido de las palabras”, subraya Arriagada, licenciada en Letras y narradora oral que desde 2003, junto a Carlos Acevedo, sostiene dos de los espacios más importantes para la narración oral de Chile: El Mesón Nerudiano, un restaurante en donde desgrana historias cada sábado, y Cuento con voz, programa radial destinado a la difusión del cuento. Céspedes Vargas advierte que la literatura escrita y la oralidad tienen estructuras narrativas diferentes. “Si uno quiere contar partiendo de una fuente escrita debe trabajar bastante en el proceso de recreación, apropiarse del escrito y adaptarlo a lo oral. Lo cual tiene sus riesgos y su desafío sabroso”, admite el narrador boliviano. “Mientras más poético es un escritor, más difícil es recrearlo, porque esa escritura es para disfrutarla mediante la lectura. En este campo puedo citar al escritor paceño Jaime Sáenz que destella los parajes y los personajes de la vida de La Paz de los años ’50 a ’80. Existen, sin embargo, escritores cuyo trabajo parece hecho como para ser contado, de una lectura deliciosa, suave, pero no menos profunda. Por ejemplo, Coco Manto, escritor potosino, actual embajador de Bolivia en México. O Adolfo Cárdenas, escritor radicado en La Paz.” Céspedes Vargas cuenta que, debido a los prejuicios que existen en torno del ciudadano boliviano, su repertorio se sustenta en la tradición oral de Bolivia.
García Castellano subraya que una narración oral de cualquier obra de Borges sería “un trabajo ímprobo y de dudosos resultados”, por la densidad tanto del contenido como de su lenguaje. “Quizá requeriría una escenografía que traspasara los límites de la narración oral... No lo sé; hasta ahora no me he embarcado en semejante empresa. Yo diría que la buena literatura complica mucho la oralidad. A veces la oralidad queda atrapada en el lenguaje literario, y para evitar esto se requiere versionarlo. Se trata de conservar literalmente aquello que de ser cambiado trastocaría el contenido de la obra y, por otro lado, simplificar lo que no conlleva la esencia última de la narración. ¡Complicadísimo!”, explica la narradora española, que suele incluir en su menú a Cervantes, Bocaccio, Cortázar, Mujica Lainez, Italo Calvino y también cuentos propios. “Llevar a Borges a la oralidad no es imposible; requiere un trabajo de adaptación que quizá sacrifique parte del estilo literario, pero rescata la historia, no por ello menor, en el concepto que forma y fondo es un todo en la literatura. Ese supuesto sacrificio tienen otras compensaciones, por ejemplo la difusión de la obra de Borges, dando lugar a la llamada oralitura”, afirma Arriagada.
Céspedes Vargas no heredó ninguna tradición familiar. “No vengo de parientes artistas ni nada por el estilo –aclara–. Ni en el colegio gustaba de participar de las obras teatrales, y mi abuelo me contó sus historias cuando yo ya estaba bien crecidito. Quizá mis raíces teatrales, mi gusto especial por la lectura y los viajes han decidido por mí seguir este camino de la cuentería. Contar cuentos no lo concibo sin leer ni viajar.” Argumedo Franco revela que llegó al oficio por accidente. “Como locutor, constantemente narro y cuento historias. Esto me abrió la puerta al mundo oral. Hace más de dos años empecé en Costa Rica contando para niños en las escuelas y a eso se sumaron mis clases de teatro. Y aquí estamos, enamorados de la palabra.”
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