QUINO Y EL CINEASTA CUBANO JUAN PADRóN, JUNTOS EN MADRID
El dúo se armó en el festival VivAmérica, donde cruzaron a sus criaturas y le dieron cuerpo a una charla en la Casa de América.
› Por Juan Cruz *
Desde Madrid
Esa Mafalda que dibujó Quino parece que tirita de amor o de frío, y el vampiro que le dibuja Juan Padrón le da calor, la anima a adentrarse “solita” en el otoño de Madrid. Mafalda ya no sale, Quino dejó de dibujarla, pero vino con él para el festival VivAmérica, y aquí se encontró con Elpidio Valdés, el vampiro de Juan Padrón: “¡Hola, Mafaldita! ¿Qué tú haces, mijita, tan solita pol Madrid?”. Se han puesto a dibujar en uno de los pasillos de Casa de América, junto a sendas cervezas que toman como si estuvieran en una tertulia en La Habana. Allí se encontraron Quino y Juan Padrón en 1984, cuando ya el primero era la celebridad que dio a la luz a Mafalda, y Juan Padrón era todavía un chiquillo pero ya tenía al vampiro Elpidio Valdés andando por el mundo y en La Habana. A Juan le dijeron “Viene Quino”. Se afeitó, se vistió y se plantó en el aeropuerto. “Busco a Quino”, escribió en un letrero, y desde entonces son uña humana y carne de celuloide. Le convenció, con la complicidad de Alicia, la mujer de Joaquín Lavado, para llevar a la animación sus Quinoscopios (1985), y la misma mano los llevó a ambos a poner a Mafalda en movimiento cinético en 1993.
Pero el trabajo fue lo de menos. Parece amor lo que padecen, de modo que cuando Elpidio le hace carantoñas a Mafalda no es difícil ver en el vampiro habanero a este Juan grande y melancólico, director de cine, guionista, humorista, novelista, buscando y obteniendo el cariño con que lo recibió este argentino que desmiente con su sencillez la fama e incluso la edad, 79 años, 18 más que su colega. Lo que no disimula es su risueña melancolía; su colega Rep le envió este mensaje desde Buenos Aires: “¡Alégrate!”. Es alegre por dentro, eso da más placer. Hablan como si se supieran un guión en el que el vampiro lleva la voz y Mafalda el gesto. Refunfuña Mafalda, mientras el vampiro recuenta la historia. Juan Padrón viene de la crisis (“en Cuba, la crisis es la vida”) y Quino inventó Mafalda sin saber que la crisis que iba a ver esa niña iba a ser la crisis que aún sigue. “Es curioso: hoy diría lo mismo de todo”. Acaso porque, lo dice Padrón, lo que Mafalda hizo fue reflexionar sobre la vida como si ella no fuera de ningún sitio.
¿De ningún sitio? Una vez le dijo un finlandés: “Usted cree que Mafalda es argentina. Pero es finlandesa”. Y española. En este país (donde se publicó mermada por la censura franquista, que obligó a Lumen a poner el letrero de “Sólo para adultos”), Mafalda se convirtió en un emblema intergeneracional. Nació sin pretensiones, como Elpidio, que nació “para ayudar a que nos riéramos de los vampiros”. Pero con el correr del tiempo Mafalda quedó como un adjetivo a su propio nombre: ahora se dice Quino y Mafalda como si fueran lo mismo.
Y lo son, dice Juan Padrón. Claro, Joaquín Lavado lleva gafas grandes, es delicado y tranquilo, no vocifera, y Mafalda se enoja a veces, grita y, aunque es una existencialista (porque persiste en existir), pregunta como si el mundo lo pudieran arreglar sus preguntas. El no pregunta, escucha, con sus ojos grandes; dice Padrón que lo que le apasiona de los dibujos de Quino son los ojos; con sus alumnos en La Habana desmonta los personajes de su maestro, y se fija en la escenografía. “Eso es lo que aprendí de él, a crear el mundo en el que viven sus criaturas; es fascinante. ¡Y lo copio! Pero no pienso pagarle derechos de autor...”
Son muchos años de relación; después de aquel primer día en La Habana, los matrimonios (Quino y Alicia, Juan y Berta) son amigos de veras; en una época Juan guardaba en La Habana la tapa del inodoro de Quino. ¿Y cómo es eso? En ese tiempo, los inodoros del hotel Nacional no tenían tapa, así que Quino se llevó una de Buenos Aires, y cada vez que regresaba a La Habana Juan la sacaba de donde la tuviera guardada; cada vez que Quino anunciaba su visita, Juan gritaba: “¡La tapa de Quino!”. Por supuesto, aparte de la tapa del inodoro ha habido muchísimo más. A Juan le sirvió Quino en bandeja el aprendizaje de la estructura y de la escenografía de sus personajes (entre ellos, el del vampiro Elpidio), pero a Quino el cine de Juan le sirvió para imaginarse a los personajes como si estuvieran andando, no sólo en el dibujo sino en la mente. “Eso me dio libertad; en los dibujos yo ponía una escalera y tenía que seguir siempre, pero el cine me enseñó que la escalera puede aparecer y desaparecer y no pasa nada.”
Quino y Juan hablaron de esto en la Casa de América. Sobrevuela en el ambiente el pánico que se vive dentro y fuera de la realidad, y ellos estaban buscándole humor a la cosa. “¿Qué estaría diciendo Mafalda?”, se le pregunta a Quino. “Lo que dijo siempre; mientras la dibujé me venían a la mente lo que mis padres me decían de la Guerra Civil , y lo que pasaba entonces en Argentina y en el mundo, y siempre hubo momentos como éste en que Mafalda reflexionaba como una niña que tuviera detrás una experiencia casi siempre dramática.” Enrique Pinti, recuerda Quino, decía que el hombre cree tener cinco mil ideas, “y en realidad tiene cinco”. Esas cinco ideas estaban en Mafalda, y sirven, y servirán, para referirse al mundo, con la melancolía y con el rubor avergonzado con que miran alrededor Mafalda y el vampiro, ahora de paso, y solitos, “pol Madrid”.
* De El País de Madrid. Especial para PáginaI12.
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