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Viernes, 19 de diciembre de 2008

VAGON FUMADOR, RECOPILACION DE RELATOS SOBRE EL TABACO

Entre páginas ganadas por el humo

Compilados por Mariano Blatt y Damián Ríos, los textos de Mario Bellatin, Elvio Gandolfo, Alberto Laiseca, Hebe Uhart, Daniel Link, María Moreno, Alejandro Zambra y Fernando Pessoa, entre otros, dan cuenta del universo de fumadores... y no fumadores.

 Por Silvina Friera

De la bronca inicial por el confinamiento en peceras o en mesas al aire libre –congelados en invierno, incinerados bajo el sol en verano–, los fumadores despuntan el vicio, penalizado por una sociedad que sobreactúa su redentora epifanía “libre de humo”, con ese inquietante goce que proporciona “lo prohibido”. Los cigarrillos se disfrutan en los márgenes, en los rincones, a escondidas; un placer emparentado en cierto modo con la soledad del que lee. “Escribir es para mí un acto complementario al placer de fumar”, dijo André Gide. Amantes de la pipa, los puros y la nicotina, muchos escritores han dejado un atado imperdible de relatos humeantes. El peruano Julio Ramón Ribeyro, en Sólo para fumadores, confesó que cuando ya no pudo comprar cigarrillos tuvo que cometer “un acto vil”: vender sus libros más queridos, aquellos que arrastró durante años por países, trenes y pensiones. “‘Este Valéry vale quizás un cartón de rubios americanos’, en lo que me equivoqué, pues el bouquiniste que lo aceptó me pagó apenas con que comprar un par de cajetillas. Luego me deshice de mis Balzac, que se convertían automáticamente en sendos paquetes de Lucky. Mis poetas surrealistas me decepcionaron, pues no daban más que para un Players británico.” Poco a poco, Ribeyro se fue desprendiendo del teatro completo de Chéjov, de Flaubert, hasta que sus libros se habían hecho “literalmente humo”. Vagón fumador (Eterna Cadencia), antología de relatos sobre el tabaco que incluye textos de Mario Bellatin, Daniel Durand, Elvio Gandolfo, Alberto Laiseca, Hebe Uhart, Daniel Link, María Moreno, Alejandro Zambra y Fernando Pessoa, entre otros (compilada por Mariano Blatt y Damián Ríos), pone en escena las relaciones que fumadores y no fumadores tienen con el acto de fumar.

En “Noventa Días”, bajo la forma de un diario en donde se consigna los pasos erráticos de un tratamiento para dejar de fumar, Zambra busca un doble fondo, “un lugar diferente donde poner los ojos”, tal vez la perspectiva del fumador en tránsito. El primer problema grave que descubre y anota es que no sabe qué destino darle a las manos, tan habituadas al “cigarro”, como se dice en Chile. La opción política-estética por esa palabra abona el terreno para reflexionar sobre el gran problema de la literatura chilena. “Los escritores chilenos piensan que si escriben cigarro no van publicarlos en España.” De pronto desconfía de ese “énfasis marcial” en su tono, que también encuentra en la prosa de algunos de sus colegas. Acaso teme que su comportamiento se parezca a la fe ciega que profesan los conversos. Recaída en Buenos Aires, seis versos “pasables” que rescata de un intento de poema, segunda y tercera recaída, dolores en la garganta, en el estómago, en el cuerpo. En las anotaciones finales del diario, el escritor chileno traza algunas conclusiones sobre la insipidez de una vida sin tabaco, con un remate irónico que podría remitir a una frase atribuida a Mark Twain: “Dejar de fumar es fácil, yo lo dejé unas cien veces”. Sol Prieto, poeta y estudiante de sociología nacida en Buenos Aires en 1985, conecta el cigarrillo con las formas de hacer y pensar la política en la Argentina en “Stainbarguer”. La narradora de este cuento, escritora de discursos políticos, fuma Virginia Superslims, los mismos que fumaba la profesora de Historia Antigua a quien se homenajea en un acto póstumo, con egresados y autoridades de una prestigiosa escuela porteña. Julia será la encargada de leer un discurso de su autoría políticamente incorrecto.

Otro relato que surge de las entrañas de los intentos por abandonar el vicio es “Apagar”, de Durand. A los 40 años, el narrador ha decidido “limpiarse” probando con un curso. Desde entonces ha dejado de fumar, pero siente una sintomática atracción “familiar” por la ceniza. El texto gatilla sobre los requerimientos burocráticos del tratamiento (anotar en una planilla horarios y cantidad de cigarrillos fumados), bucea sobre las historias individuales de cada uno de los fumadores del grupo –a él le juega en contra que trabaja vendiendo cigarrillos, pero tiene a su favor que quiere dejar de fumar y se siente feliz cuando se piensa como ex fumador—, reflexiona sobre la supuesta relación de amor hacia el cigarrillo que esgrimió una compañera del grupo (para el narrador es “una práctica, una costumbre, un mal hábito y nada más”), revela el talón de Aquiles –extrañar los aritos perfectos que hacía cuando exhalaba el humo– y evoca los gestos de fumador del abuelo José, que vivió hasta los ochenta y siete años. En “Suplicantes (Plaza de Catalunya)”, Moreno comienza con la descripción de los personajes y paseantes de la plaza –una joven rumana que pide monedas, un hombre calvo, vestido de sport y muy pulcro, que repite “tengo hambre”, entre otros– hasta detenerse en esa profunda emoción que le genera la irrupción de un minusválido fumador. Acevedo (Tandil, Buenos Aires, 1983), en “La comadreja bebé”, transporta al lector hacia una escena, la comadreja dando de mamar a sus cachorros, que presencia la joven protagonista y narradora, recién peleada con su madre. Mientras se oculta de una familia que parece ignorarla “a propósito”, el hallazgo de un cigarrillo, en medio de una naturaleza “perfecta”, será la señal de un “rescate justiciero” o el comienzo de un estilo.

“Son siempre los puritanos los encargados de arreglarte la vida y la salud”, dice La Bestia en “Mi prima Histeriqueta”, de Laiseca. “Un militante del no fumar equivale a un enemigo teológico. Vos has sido una suerte de militante integral, Histeriqueta. No solo contra el cigarrillo sino contra miles de otras cosas”, le reprocha el personaje que estuvo dos temporadas en Vietnam. “Cigarrillos y recursos mediante, cada fumador y cada escritor escanden sus días y relatos de un modo absolutamente particular e irrepetible”, plantean Blatt y Ríos en el prólogo del libro. Uhart, maestra indiscutida del cuento, horada el sentido común con una agudeza que le permite posarse sobre lo extraño o patético que puede parecer aquello que se asume como “natural”. “Parecería que se arman grupos cuando el mal lo perjudica a uno, aunque los norteamericanos instalaron la creencia de que fumar es malo para los otros, y si ven una madre fumando mientras lleva a su bebé, tienen ganas de aplicarle la pena de muerte, porque ellos están por la vida sana”, dice la narradora de “Para dejar de fumar”, asistente a uno de esos grupos cuyo coordinador era “una mezcla de fumador redimido, apóstol y militante”. Uhart cuestiona, además, las certezas de los otros sobre cuál es el cigarrillo más importante, si el de después del almuerzo o el de las seis de la tarde. “Y yo pensaba en cómo se darían cuenta de eso, me parecía que ellos tenían un saber del que yo carecía y me desalentaba un poco, porque estaba lejos de la buena senda. Me ponía a pensar en Spinoza, que decía lo siguiente: ‘El hombre cree que es libre porque fuma, pero no lo es, porque no sabe por qué lo hace?”.

En “Los ojos de tu perro”, de Mónica Müller, la narradora evoca lo que hacía su padre desde que abría la cigarrera hasta que daba la primera pitada, el modo de fumar y las cosas que él le enseñó: “Mirar bien porque todo, hasta el detalle más chiquitito, tiene importancia”. Link narra las peripecias de un personaje internado en un manicomio en “Kirchner, una vida”. El loco en cuestión, un fumador elegante, perdió una guerra contra “el campo”. Aunque el narrador de “Química y tabaco”, de Gandolfo, confiesa que nunca llegó a fumar, lejos está de ser un cruzado anti tabaco. Al contrario: por momentos su mirada se transforma en un guiño hacia esa pasión que tenía su padre por los cigarrillos. “Su humo, sus paquetes de distintos colores envueltos en celofán, sus filtros, sus implementos entre absurdos y lógicos (boquillas, pipas, y otros artefactos destinados a fumar menos sin dejar de fumar), incluso aquel período de cigarrillos de mentol prodigiosamente desagradables y dulzones (como si fumara sucesivos trozos de tiramisú humeantes) dejaron en mí un recuerdo inolvidable”, señala el alter ego ficcional de Gandolfo. El narrador-escritor de Bellatin en “Marlboro lights” supone que los cigarrillos están diseñados para hombres “desequilibrados” o personas con problemas. Pero amparado en su normalidad, el escritor fuma un cigarrillo y empieza a sentir los efectos del Marlboro. La antología concluye con un bonus track: “Tabaquería”, gran poema de Alvaro de Campos, heterónimo de Fernando Pessoa. Como los versos del poeta portugués, los relatos de Vagón fumador permiten saborear “la liberación de todos los pensamientos”.

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“Son siempre los puritanos los encargados de arreglarte la vida y la salud.” Laiseca en “Mi prima Histeriqueta”.
Imagen: Pablo Piovano
 
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