ADOLFO COLOMBRES Y AMéRICA COMO CIVILIZACIóN EMERGENTE
El antropólogo y escritor tucumano, cuyo ensayo acaba de ser reeditado por Catálogos, plantea la necesidad de generar un proyecto local que ponga de relieve el valor de las culturas regionales en el mundo del “sálvese quien pueda”.
En el siglo XVII, René Descartes inauguró en Francia la corriente filosófica del racionalismo, opuesta al empirismo que acentuaba a la experiencia como el único camino hacia el conocimiento. Pero el corazón tiene razones que la razón no entiende. El hombre hizo verbo de la doctrina: cazó a las brujas y despellejó a los delincuentes, secuestró, torturó y desapareció los cuerpos en el río, alienó obreros y abandonó niños. Aún conquista y avanza. “Hoy, cuando se habla de racionalidad, se habla de la del capital, de la productividad convertida en dinero. Entonces, racionalizar a la empresa siderúrgica Somisa significó echar a cuatro mil personas. Así, se puede demostrar a través de casos antropológicos cómo hasta matar al propio padre puede ser un acto racional”, ironiza el antropólogo y escritor tucumano Adolfo Colombres, cuyo ensayo América como civilización emergente acaba de ser reeditado por Catálogos y que plantea la necesidad de tomar conciencia de un proyecto sudamericano propio, atento a la filosofía vernácula de los antepasados indígenas, que ponga de relieve el valor de la cultura como espacio de conciliación en un mundo cuyo paradigma continúa siendo el “sálvese quien pueda”.
Mientras habla, sentado en un sillón blanco como su cabello, de espaldas a unas diminutas figuras de santos paraguayos que trajo de sus viajes, la selva amazónica cruje, las ruinas de Machu Picchu se estremecen, el llano de Orinoco danza y la cordillera andina se eleva. “La idea de construir una propia modernidad está en el camino de la formulación de una identidad civilizatoria. Hablar de ‘cultura americana’ no conduce a nada, porque en América hay alrededor de dos mil matrices culturales. El concepto de civilización sí permite agrupar todas las diferencias”, asegura Colombres a Página/12. “De hecho, no hay un rechazo entre las culturas al contacto, sino que tienden a conciliar. Se debe producir un diálogo. Incluso, ya se está produciendo.”
–Si Sudamérica carece de un proyecto civilizatorio propio, y es un “furgón de cola” de Occidente, ¿cuán lejos está de alcanzarlo?
–El ser ya está maduro, lo que no lo está es el lenguaje, el que lleva a uno a definirse como argentino, por ejemplo. Es un problema de voluntad política, por qué algunas etnias se definen como naciones, como los mapuches y los coyas. Es, también, un problema de emergencia de la conciencia. Resulta curioso que desde occidente nos señalen como una de las civilizaciones que en el siglo XXI disputará el escenario del mundo. Muchos años atrás, (el profesor en la Universidad de Harvard Samuel) Huntington, en su libro El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, hablaba de ocho civilizaciones y ahora habla de nueve, entre las que ubica a América latina.
–¿Y cuáles son las señales que dan nota de la emergencia?
–En 2001, se hizo en Chiapas el Foro Social Mundial, que apuntó a una “nueva civilización humana”. Pero ahí el concepto estuvo mal apuntado. Lo que se quiso decir es una “nueva humanidad”, que resultaría del diálogo entre distintas civilizaciones. La pregunta que deberíamos hacer es cómo entramos en eso, si como una civilización o como un furgón de cola de Occidente. En este proceso, desde fines del siglo pasado comenzó a cobrar importancia el mundo indígena, que antes era concebido como el pasado, como la referencia inmóvil de una tradición que no se la veía cambiante sino congelada, frente a la que uno podía medir los avances de la modernidad de cuño Occidental. En gran medida fuimos más modernizados que constructores de nuestra modernidad, desde las propias bases. Poco después del levantamiento de Chiapas, vinieron todos los movimientos anticapitalistas en Seattle, Praga y Washington. Y esos foros se siguen dando, por ejemplo en Bolivia y Ecuador. Existe, entonces, lo que podríamos llamar una madurez de la especie humana. En este momento, América latina es lo más avanzado del mundo y una muestra de ello es el nuevo documento que sacó Evo Morales, llamado Los diez mandamientos para salvar al planeta, la humanidad y la vida. En él no se habla ni de los indígenas ni de América latina, sino del mundo entero. Es un documento que se basa en la filosofía india, por un lado, y en las estadísticas de las Naciones Unidas. No es un texto político porque su fin es apelar a la conciencia humana desde una base civilizatoria, que es americana, para que se dejen de joder con las guerras y pongan esos recursos para solucionar los problemas de hambre y salud.
–Usted sostiene que el desarrollo de “nuestra América” no puede exigir en modo alguno la extirpación de las raíces indígenas, pero tampoco de las europeas y las africanas. ¿Por qué es importante esa vuelta?
–Decir “volver a las raíces” suena a romántico. En un principio, la modernidad se basó filosóficamente en poner la razón al servicio de la libertad y la justicia, y eso significó puntos importantes para Europa, en la medida en que pudo acabar con varias monarquías, pero para la periferia generó una distancia. Incluso los Derechos del Hombre que se aprobaron en París (en 1793) no fueron exportados a Haití porque, llegaron a decir, no se habían hecho para los negros. El Iluminismo no creó la modernidad, la pretendida superación de lo filosófico y sagrado de lo que podríamos llamar superstición, sino que es una apropiación de civilizaciones anteriores, que ya implicaban una actitud técnica racional. Luego llegó la primera cruzada a Jerusalén y murieron en un día 60 mil personas.
En una conferencia mundial en Cuba acusé al cristianismo de ser el enemigo número uno de la diversidad cultural del mundo. El cristianismo, una religión que supuestamente se inicia con el amor, termina definiendo un concepto de bárbaro que implica que el que no está cristianizado no es un ser humano. Ese concepto de salvaje, que se usó durante la llamada Conquista del Desierto en Argentina, fue creado por esta religión.
–¿Y en la Argentina actual como obra esa modernidad occidental?
–La modernidad se está hundiendo, ya no tiene absolutamente nada que ofrecer, ha perdido toda racionalidad. Con la actual crisis mundial, es curioso cómo reacciona el Gobierno nacional: más consumo en lugar de parar un poco la mano. Se quiere buscar a una crisis producida por el consumo una salida en más consumo. Cristina dice “el año que viene vamos a hacer 650 mil autos” y nadie se pregunta dónde mierda los vamos a meter, si ya no se puede andar. Esta es una rueda que va al abismo. Tampoco con el tema de la soja se utilizó la razón. Es un cultivo que produce daño en cinco niveles distintos: social, cultural, económico, político y alimenticio, pero nunca se lo tomó por ahí. En ese sentido, la idea no es volver a las raíces, volver a las fuentes, sino a la conciencia, al sentido común, a la comunidad como sentido del común. Lo que está ocurriendo con los indígenas es que están produciendo su propia modernidad.
–Lo que usted plantea es oponer una identidad propia, que surja del cruce de semiosferas, a la ajena que se toma como original.
–Lo que opongo es modernidad dominante y lo que antes llamábamos modernidad periférica, término que ya no me gusta usar porque creo que definirse así es autodegradarse. Nadie es periférico. Una cosa es estar en esa situación y, otra, la parte ontológica. Toda cultura tiene su centro del mundo y una sucesión de centros. Es un término que se arranca de lo económico y lo trajeron a lo cultural, y de lo cultural a lo ontológico. Si uno se reconoce como periférico, ya está desarmado, ya se reconoce como un nadie. Creo que en este momento los periféricos son los norteamericanos. De no ser por Estados Unidos, el mundo ya hubiera llegado a la madurez plena. Ahora, con el 60 por ciento del presupuesto bélico mundial se podría acabar con el hambre del planeta. La ferocidad de la sociedad de consumo... Cuando yo era joven nadie estaba pensando en el consumo y se era feliz. No estábamos pensando en “lo último”, ni se ensuciaba tanto el ambiente. Entonces, la propuesta no es volver al remoto pasado sino a algunos conceptos vigentes incluso algunos años atrás.
–¿Pensar en un nuevo proyecto de unión de naciones sudamericanas implica además un cambio en la forma de organización política?
–Es evidente que la democracia está totalmente coja, que funciona a medias. Por ejemplo, cuando uno va a votar se habla del mandato de las urnas. El mandato es un contrato definido por el derecho romano. Ese mandato, en el terreno privado, está muy bien legislado. Si uno hace un contrato para alquilar una casa, no la puede vender. En cambio, en el mandato público, (Carlos) Menem hizo las diez bases de la denominada revolución productiva y yo me reía porque de esa decena, en nueve puntos hizo exactamente lo contrario. Sale un tipo, se hace afeitar y crea una imagen –como la que creó (Mauricio) Macri con Gabriela (Michetti) llevándola en la silla de ruedas, una imagen muy evangélica– y la gente lo vota. Pero cuando toma el poder, no hay nada que le prohíba al flamante funcionario hacer lo que se le dé la gana. ¿Quién le va a reclamar no haber cumplido con la promesa electoral? Porque, en realidad, no es una promesa lo que se rompe, sino un pacto. Y como es un mandato, tendría que ser anulable si el mandatario no lo cumple. Pero eso no rige. Por lo general, las luchas políticas son entre dos grupos, que se presentan como diferentes pero en realidad quieren lo mismo y utilizan discursos que son atractivos. En cambio, la política indígena se basa en el consenso, no en la imposición de una mayoría o una minoría.
–La libertad, la justicia y la igualdad, ¿siguen siendo utopías en América latina?
–Yo creo que América está emergiendo, lo que tiene que pasar ahora es tener conciencia de ello. Si uno se plantea como civilización nueva, con toda una serie de virtudes, condiciones y recursos, le da una dimensión que hasta el momento no tiene. Si le pregunto a un intelectual qué es América latina, no sabe responder, porque son los más perdidos. Si le pregunto a un indio o a un negro, la tiene clara: sabe que no es Occidente y hasta se ríe si se lo menciona. En cambio, aquí el modelo de (Jorge Luis) Borges, que era reconocido en Europa y en todo el mundo, nos enorgullece, nos halaga. Podemos pensar de dos formas: membretar la realidad a través de categorías prestadas o construir las propias categorías y darle al cajón el tamaño que se merece. Para lo que es la historia de Argentina, que es muy triste, el país ha dado algunos pasos muy importantes. La utopía se está dando, pero hay que ver cómo se inserta Argentina en ese proyecto. Todavía veo titubeos, sigue estando el terror a distanciarse de Estados Unidos, siempre se está mirando hacia allá. Creo que la esperanza está en la juventud, que si bien está alejada del cuadro político, da muestras de una bondad que es la que debe marcar el camino.
Informe: Facundo Gari.
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