OPINION
› Por Luis Gusmán *
Se supone que la amistad necesita del tiempo. También que a cierta edad de la vida no se pueden hacer nuevos amigos. Mi amistad con Gorriarena contradice estos dos enunciados. Nos conocimos en el año 2001, gracias a Raúl Santana. Me acerqué a él por su obra y me encontré con el hombre. Suele pasar. De inmediato nos hicimos muy amigos. A partir de entonces frecuentamos el restaurante Vasco Fermín. Algunas veces cambiábamos por El General. De puros peronistas, nomás. Al trío, se agregó Jorge Jinkis. Las noches cargadas de anécdotas y de vino se prolongaban hasta la madrugada. En esas cenas, hablábamos de política, de pintura, de literatura y de mujeres. Era un partido de truco sin cartas. Se formaban parejas y con picardía buscábamos que alguno soltara la lengua.
Nuestro último encuentro fue en el Centro Vasco Francés. Gorri nos había regalado, tanto a Jorge como a mí, un retrato de Freud. Su generosidad no encontraba retribución. Quiero decir, la prodigalidad de no “administrar” su obra. Sus cuadros circulaban como sus palabras. Aquella noche de diciembre del 2006 quedamos en volver a encontrarnos en La Paloma, para celebrar nuestros respectivos cumpleaños. Miento si digo que Gorri faltó a la cita. Es cierto, su cuerpo no estaba. Pero en el cielo, el mar, las casas, estaban los colores de su pintura. Su voz, me acompañó ese verano. Me había comprado un regalo y mi curiosidad no satisfecha fue una manera de tenerlo vivo. Yo le había comprado el libro de John Fante, Espera la primavera Bandini. La primavera no esperó. Cuando lo despedimos en la Chacarita, habló el Oso Smoje; el negro Santana murmuró una despedida y una promesa; Cristina Banegas leyó una carta que Gelman le envío a su amigo. Me preguntaron si quería hablar. No me salió una palabra.
En el lugar donde escribo tengo una carbonilla de Gorri. Un dibujo de su madre que lleva un traje y un sombrerito de época. Dice 1925, la fecha de su nacimiento. Una versión elíptica de La Piedad.
Gorri tenía dos cualidades que admiro: una, su frontalidad para la discusión; la otra, carecía de culpa. Una definición de Valéry sobre Mallarmé me recuerda lo que alguna vez fue un maestro. “¿Pero sabe usted, siente esto: que hay en cada ciudad de Francia un joven secreto que se haría despedazar por sus versos y por usted mismo? Usted es su orgullo, su misterio, su vicio.” En el caso de Gorri, esto es un secreto a voces. Su obra va a resistir al tiempo porque hay algo en ella que resiste. Y su estilo, se transmite en el apócope “Gorri” con el que lo nombran los que pasaron por su taller. Gorri, una manera atenuada de no extenderse hasta el Gorriarena que queda demasiado grande, demasiado lejano. Pero Gorri no responde ni a la confianza, ni a la intimidad, sino a su manera de “mirar” el mundo. Por estas, y otras cosas, ¡cómo no extrañarlo!
* Escritor. El viernes se cumplieron dos años de la muerte del artista plástico Carlos Gorriarena.
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