Jueves, 12 de febrero de 2009 | Hoy
DOS DOCUMENTALES SOBRE UN TEMA DE CANDENTE ACTUALIDAD
En Difamación, Yoav Shamir examina el peso del tema dentro mismo de Israel y sigue los pasos de la Anti-Defamation League. La marroquí Simone Bitton investiga en Rachel el caso de una militante pacifista aplastada por un bulldozer del ejército.
Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
Mientras en Israel, después de las elecciones del martes, la ultraderecha se perfila como favorita para formar gobierno, aquí en Berlín dos documentales programados en el Forum del Cine Joven ponen el dedo en la llaga sobre la situación de fondo en la región, agravada desde la invasión a la Franja de Gaza, que dejó un saldo de 1400 palestinos muertos en 23 días. ¿Qué es el antisemitismo?, se pregunta, por ejemplo, el film Hashmatsa (Difamación), del cineasta israelí Yoav Shamir. Ese interrogante –que en las últimas semanas también fue motivo de debate en Argentina–, Shamir comenzó a planteárselo un lustro atrás, cuando su documental Checkpoint, que cuestionaba la política del Estado de Israel en relación con el pueblo palestino, fue acusado por un periodista estadounidense de origen judío como “antisemita”.
Fue entonces cuando Shamir –que según confiesa en el film nunca experimentó en carne propia el antisemitismo– empezó a tomar nota de la importancia del tema en la vida cotidiana de su país donde, como señala en su película, casi no pasa un solo día sin que los medios locales no tengan un artículo sobre el nazismo, el Holocausto o directamente sobre el antisemitismo, una materia que según el director también es central en la actividad académica en Israel. “Pero lo mío no es un ensayo académico”, aclara de entrada Shamir, mientras entrevista a su abuela, de 92 años, que empieza afirmando que los judíos que viven fuera de Israel “son todos unos vagos, que hacen dinero a costa de otros para no tener que trabajar ellos mismos”.
De Tel Aviv, Shamir salta entonces a Nueva York, donde busca las oficinas de la Anti-Defamation League (ADL), una ONG encargada de reunir y analizar evidencias de antisemitismo no sólo en los Estados Unidos, sino en el mundo entero, con un presupuesto de 70 millones de dólares al año. Lo que descubre Shamir es que la organización como tal no es tan eficiente como proclama –las evidencias que le ofrecen a cámara son irrisorias–, pero que el director de la ADL, Abraham Foxman, resulta, sin embargo, un habilísimo operador político, vinculado con las más altas esferas del gobierno israelí y por consiguiente con llegada directa a funcionarios y personalidades de otros gobiernos.
Con quien Foxman, por cierto, no tiene trato es con otro de los entrevistados del film, el académico estadounidense Norman Finkelstein, autor del libro La industria del Holocausto, en donde afirma –como también lo hace en la película– que la Shoah que sufrió el pueblo judío viene siendo utilizada para justificar en Palestina “la ocupación más antigua del mundo”. Algo en lo cual coinciden otros entrevistados, como John Mearsheimer y Stephen Walt, autores del ensayo The Israeli Lobby.
Está claro que Hashmatsa funciona siempre mejor como periodismo que como cine, aunque tiene algún momento particularmente brillante, como cuando Shamir acompaña a un grupo de estudiantes secundarios en su viaje de excursión a Auschwitz: mientras los chicos van viendo en el televisor del ómnibus imágenes de archivo con las hambrunas en el campo de concentración, no dejan de llenarse distraídamente la boca con las golosinas y la comida chatarra que cargan en sus mochilas.
Es una pena que con un tema tan amplio y complejo, Shamir prefiera no profundizarlo, escudándose en el humor y la ironía para evitar quizás hundir su escalpelo hasta el hueso. Por el contrario, en Rachel, la cineasta marroquí Simone Bitton lleva hasta la últimas consecuencias la investigación del asesinato de Rachel Corrie, una militante pacifista de 23 años que el 16 de marzo de 2003 fue arrollada por un bulldozer del ejército israelí. Allí mismo donde hasta hace apenas unos días llovían centenares de bombas, en la frontera de la ciudad de Rafah con Egipto, seis años atrás Corrie murió aplastada cuando intentó impedir con su cuerpo la demolición de la casa de un médico palestino.
La investigación oficial del ejército israelí concluyó rápidamente que se había tratado de un accidente, “un incidente desafortunado”, según la vocera militar. Pero el film de Bitton –la autora de Mur, el estupendo documental que da cuenta de la construcción de la muralla con la que Israel se aisló de la población palestina– va descubriendo poco a poco una verdad diferente. Para ello, Bitton recurre no sólo a los testimonios de los compañeros de Rachel –chicas y muchachos estadounidenses y británicos, que viajaron con ella como parte de un grupo pacifista–, sino también a su diario personal, a las cartas que le enviaba a sus padres, a las reveladoras fotos que anticipan el momento de la tragedia y hasta a un video de seguridad del propio ejército israelí, donde se ve avanzar el bulldozer hacia Rachel, pero del que significativamente falta el momento del impacto.
La película de Bitton concluye con unas palabras de un joven militante pacifista israelí, que al momento del rodaje aún vivía en Rafah, en territorio palestino, y que dice que aprendió del gueto de Varsovia que “resistir es vivir, que hay que resistir aún sin esperanza, pero siempre con firmeza, nunca con desesperación”.
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