LA TETA ASUSTADA, DE CLAUDIA LLOSA, GANó EL OSO DE ORO
Tal como se preveía, la película hispano-peruana se llevó el premio principal por decisión unánime. La uruguaya Gigante, dirigida por el argentino Adrián Biniez, obtuvo no uno sino tres galardones simultáneos.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
El cine latinoamericano se apuntó ayer un múltiple triunfo en el Festival Internacional de Berlín. Tal como anticipó el viernes pasado Página/12, el film peruano La teta asustada, segundo largometraje de Claudia Llosa, se llevó el Oso de Oro de la 59 edición del festival, en una “decisión unánime”, según aclaró la presidenta del jurado oficial, la actriz británica Tilda Swinton. A su vez, el film uruguayo Gigante, dirigido por el argentino Adrián Biniez, obtuvo no uno sino tres premios simultáneos: el Grand Prix del Jurado, el Premio Alfred Bauer a la innovación artística y el premio a la mejor ópera prima, dotado de 50.000 euros. “Ya no tengo nada que agregar, salvo seguir agradeciéndole una y otra vez a la Berlinale”, balbuceó conmovido Biniez cuando tuvo que subir por tercera vez al inmenso escenario del Berlinale Palast y las manos ya no le alcanzaban para tanto premio. En ambos casos, se trata de películas de realizadores jóvenes, cuyos países participan por primera vez de la competencia oficial de uno de los tres festivales mayores –junto con Cannes y Venecia– del circuito cinematográfico internacional.
La película de la directora limeña Claudia Llosa (33 años, con un lejano parentesco con el escritor Mario Vargas Llosa) ya llevaba inscripta en todo su metraje la calculada ambición al premio mayor de la Berlinale. Una historia que vincula el pasado de violencia peruano con la dura realidad social actual; una protagonista femenina de gran belleza y de inspiración trágica; una serie de elementos folklóricos incorporados a la trama que hacen a la identidad cultural del país; y una realización muy profesional, que contó no sólo con artistas y técnicos peruanos, sino también con un importante apoyo de la coproducción española, fueron los elementos determinantes que concluyeron en el Oso de Oro.
El síndrome de la teta asustada al que se refiere el título del segundo largometraje de Llosa (el primero fue Madeinusa, tres años atrás) es “la enfermedad del miedo”, una enfermedad que –se dice– se transmite por la leche materna de las mujeres que fueron violadas o maltratadas durante la guerra del terrorismo en el Perú. Desde el vientre materno, Fausta (interpretada por la cantante Magaly Solier) sufrió la violación de su madre y el asesinato de su padre, campesinos del norte del país. Ahora ya de muchacha, radicada en los tristes suburbios de Lima, ve crecer su miedo cuando se le muere su madre. Fausta está rodeada de la familia de su tío, que la cuida y la quiere, pero hay un secreto que sólo guarda para ella y para el espectador: para evitar ser violada como su madre, se introduce en la vagina una papa. Ella cree que de esta manera evitará una profanación como la que sufrió su madre, pero en verdad no hace sino perpetuarla.
Producida en Uruguay por Fernando Epstein para su compañía Control Zeta, Gigante tiene –además de Biniez, radicado en Montevideo desde hace un lustro y que dice haber integrado en los ’90 la banda de rock porteña Reverb– coproducción argentina, a través de Hernán Musaluppi y su compañía Rizoma. Pero por sus locaciones, sus personajes, su humor –muy festejado en una competencia sobrecargada de dramas– y sobre todo por su minimalismo expresivo no podría sino ser un film uruguayo. Es una pequeña, sutil historia de amor entre un vigilante nocturno de un supermercado (estupendo Horacio Camandule) y una de las empleadas de limpieza del establecimiento, a quien el sereno sigue sistemáticamente a través de los monitores de video de seguridad. Si hubiera que definir en una sola línea a Gigante –que ganó dos de sus tres premios ex aequo (ver recuadro)– se diría que es como uno de los films de Harun Farocki sobre la sociedad de control, pero tamizado por un humor delicado y absurdo heredero del cine de Buster Keaton.
Por afuera de la sección oficial, se lució el cine francés, que trajo a Berlín una selección tan diversa como estimulante. En función especial, fuera de concurso, brilló Bellamy, la nueva película del veterano maestro Claude Chabrol, quien por primera vez en su larga carrera contó con Gerard Dépardieu como protagonista, en un personaje que es un homenaje al legendario Inspector Maigret de Georges Simenon. Por su parte, en la sección Panorama, Catherine Breillat deslumbró con una magnífica versión de Barbe Bleue, donde recupera el costado ciertamente perverso del clásico cuento infantil de Charles Perrault pero al mismo tiempo lo traduce en imágenes de una rara ingenuidad y belleza plásticas. A su vez, en el Forum del Cine Joven, Un chat un chat, de Sophie Fillières, le dio oportunidad a Chiara Mastroianni –la hija de Marcello y Catherine Deneuve– de probar su talento como comediante en un film de un humor agridulce y bizarro.
Finalmente, no se puede dejar de consignar que la eficiencia de la Berlinale como festival-máquina no tiene nada que envidiarle al inquietante robot de Metrópolis: durante diez días se exhibieron 383 films, en 1238 proyecciones, de las cuales casi no se reportaron fallos. Hubo 20.000 invitados acreditados (entre ellos 4000 corresponden a las tropas de la prensa), provenientes de 136 países. Y los locales no se quedaron atrás: el público de la ciudad adquirió más de 270.000 entradas, un quince por ciento más que el año pasado, lo cual establece un record difícil de igualar.
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