Domingo, 22 de marzo de 2009 | Hoy
LA AVANZADA CONSERVADORA DE LAS REVISTAS POPULARES
Las publicaciones de espectáculos abandonan su culto a los antaño personajes de fantasía para militar a favor de la mano dura, la pena de muerte y la remilitarización. ¿Cómo es la nueva farándula con aspiraciones de líder de opinión?
Por Julián Gorodischer
El “famoso pro pena de muerte” es, según las publicaciones populares, “un ser enardecido que dice lo que siente”. Se le habilita expresarse sobre “la ola de inseguridad” porque –según Luis Ventura en la revista Paparazzi– “grita con su alma, clama con su cuerpo en carne viva”. Pronto, Paparazzi, Semanario encaran una misión histórica: trasladan a los antaño exhibidores de bienes patrimoniales (casas, mascotas y parejas) a una nueva posición de actores en la plaza (mediática) pública; se les quita el halo de personajes de fantasía que los rodeó durante las últimas tres décadas. La flamante mitología del famoso-líder de opinión deshace el cuerpo del famoso-divo: este último era quien vivía más intensamente con más y siempre muy lejos de su lector/admirador, al borde del paraíso. Hoy –nos dicen las revistas de tres y cuatro pesos– ellos están más cerca de lo real, enfangados y gritando para salvarse junto a nosotros. En el camino, se pierden porte y glamour (la diva en repentino ataque de nervios en vez de los elegantes bloopers) pero se gana en cercanía con el público.
El “famoso pro pena de muerte” es populista en tanto moviliza y arenga a la masa. Sólo “la mujer visceral, la genuina, la desgarrada” está capacitada para enfrentar al enemigo multicéfalo (“...los que roban, golpean, hieren, cortan las calles para que no caminemos, pervierten a nuestros menores, torturan y nos tiran atados de pies y manos”, enumera Ventura en Paparazzi, número 382, página 3). Susana, en ese mismo número, posa delante de una estatua de bronce, con un talismán colgado del cuello, mirada a cámara. Se muestra con poco maquillaje, de negro, mangas largas, poco escote, caída recta y holgada del vestido, en las antípodas de sus apariciones alteradas digitalmente en la tapa de Gente y Caras. Aquí, consuma al famoso populista opuesto al modelo anterior fundado en los ’90 por Caras, que defendía una imagen distante, la mirada al cielo, colores fuertes en la ropa, escenario de yate, isla privada o mansión. Más austera, con fondo neutro (no referenciado geográficamente) asume un valor de representatividad inédita en su trayectoria de culto al individuo en revistas y programa de TV: “Un grito de su alma dolida dividió las aguas de la opinión pública, que se alzó en llamas para ponderarla o criticarla”.
Para dotarlos de una autoridad cívica, las revistas hacen foco en un par de dichos espontáneos (“El que mata tiene que morir”, “La vuelta a la colimba es una solución para un montón de chicos”) del famoso-líder y le apoyan encima todo el baúl de consignas de la ideología pequeñoburguesa dominante en el siglo XX (tradición, familia, propiedad). El enemigo colectivo asigna una coherencia a la suma de las partes que lo conforman; sus miembros tienen poco en común, pero permanecen unidos por la capacidad de hacer peligrar la unidad fundamental de la hétero normalidad: ponen en riesgo el núcleo familiar heterosexual a través de la intrusión de ladrones o el crimen sexual gay. El enemigo es, también, un escollo en la línea de montaje del sistema capitalista decadente (vuelta a los abusos de principios del siglo XX) en tanto afecta el ritmo de la productividad pequeñoburguesa: “... los que cortan las calles para que no avancemos hacia nuestro trabajo –sigue Ventura en Paparazzi–, los que nos tiran amordazados a una pileta para que nos ahoguemos”. Entonces, los hostiles merecerán ser agrupados a pesar de la diversidad de sus crímenes.
Los hostiles son un bando que incluye también a “los espíritus garantistas de los delincuentes” (escribe Ventura). Toda esa escoria quedó en la vereda de enfrente de la publicación popular; contra ellos se lucha. Son los que se meten en nuestras casas y violan la propiedad privada, los artífices del crimen sexual para colmo homosexual, los que cuestionan el sistema de dominación empleador–empleado demorando el ingreso a oficinas, los que critican los dichos de Susana. Por suerte, el famoso–líder pelea apoyado por adeptos y secuaces.
“Voces fuertes como la de Susana y Sandro, de mucho peso en la sociedad, se escucharon enarbolando la exigencia de soluciones. Algo que no es frecuente que suceda sorprendió e instaló la discusión”, asegura Marcelo Polino en su columna Si lo dice Polino, de Papparazzi.
El “famoso pro pena de muerte” es instituido como actor cívico visible, fuera de su burbuja, con ropa de fajina a partir de un doble movimiento de legitimación ejercido por la revistas: por un lado habla desde el dolor (autenticidad y pureza que lo separan del imperio de la apariencia y la pose atribuida a funcionarios y legisladores posvideopolítica); por otro, para hablar desciende de sus aposentos y se refiere de par a par (como amigo/ hermano) a sus servidores. El florista/ decorador (¡el pueblo!) se relaciona post mortem con la diva en forma horizontal; la homologación con “la gente que trabaja para mí” (amor al servidor) aporta el valor de representación para quien jamás hizo uso de sus programas como tribuna de opinión: casi no había registros de pronunciamientos de Susana, en su programa, ni siquiera durante la crisis política que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa, ni durante el empobrecimiento y precarización de la existencia durante “la crisis de 2001”.
También en el caso de Marcelo Tinelli, al salir a respaldar la posición de su amiga/ diva en declaraciones posteriores, el permiso para intervenir en la arena pública se gana a través de la fórmula “movido por una situación personal”. El famoso pro pena de muerte habla sólo cuando su corazón se lo dicta, cuando es afectado directamente por un hecho/contexto, cuando teme por sus herederos, lo cual, lejos de ser interpretado como muestra de individualismo o desatención al resto de la sociedad, satisface el único requisito que el lector/espectador exige al famoso: que le sea sincero. Todo lo otro (la ignorancia, la indecencia, la evasión de impuestos, el ocultamiento de mercadería ilegal, la explotación laboral, la exhibición exagerada de riqueza, los negocios con el poder y la mafia) podría ser perdonado, pero jamás se disculparía el hecho de que el famoso no hable con el corazón en la mano. Nunca se los evalúa por contenido de discurso, sino por sus gestos. Podría Susana quedarse muda mirando a cámara y seguramente obtendría un encendido alto.
En el caso de Tinelli, la revista Semanario introduce un nuevo aporte de legitimidad: la voz del famoso pro pena de muerte (“Si matan a un ser querido yo hubiese dicho lo mismo que Susana”, dijo Tinelli) debe ser escuchada a través de sus órganos difusores (el programa de chismes y la revista de tres pesos) y para eso debe quedar atrás su asociación con el poder y riqueza innatos; su posición de privilegio es exhibida desde su vulnerabilidad. La mística del príncipe acaudalado (hecha de foto pose, declaración fútil, acotación a la actualidad inmobiliaria y/o sentimental del famoso) deja paso a la del líder de opinión, que necesita embarrarlo, verlo como portador de miedo, hostigado por un poder en las sombras más poderoso y rico que él.
Dice, entonces, Semanario: “No resultó extraño que el viernes el contador del conductor recibiera una notificación de la AFIP donde se le pedía una urgente reunión para la semana en curso. En la notificación se adelantaba que el motivo de la reunión tenía que ver con las declaraciones juradas del patrimonio de Marcelo a partir de 2002”. La mitología del líder exige, otra vez, salir de una concepción anterior de “bien patrimonial” como accesorio jerarquizador del famoso, emparentado con la exhibición monárquica. “Los impuestos”, tema antes evitado por banal, cotidiano, poco glamoroso, llegan a la portada de Semanario (“Marcelo Tinelli: No le tengo miedo a las represalias del Gobierno”, título de tapa). El nuevo modelo de celebridad popular ya no es la contracara del político venido a menos posterior al “Que se vayan todos” (2001), sino una opción posible dentro del arco electoral.
El pacto de lectura de la revista popular con su público, en esencia, no se ve alterado. Sigue vigente la construcción de un protagonista varón pícaro y seductor que –no importa el tema que se aborde– debe encajar en el molde de “galán” que se reserva a los protagonistas masculinos en la ficción televisiva de frecuencia diaria.
“Corcho apoya a Susana al ritmo del rock y a los besos con Lozano”. Corcho, como allegado del famoso líder, es interceptado en el recital de su banda y obligado a intervenir según dicta el régimen de reclutamiento de tropa: por obediencia debida y adhesión instantánea. “Matan porque saben que nadie hace nada”, dice entonces Corcho. Como su líder, el compromiso cívico le indica hablar desde un currículum inexistente de intervenciones políticas y movido por “afecto”. La fotografía es la encargada de adaptar las declaraciones serias al tono habitual circense: en una, Verónica Lozano sacude una servilleta, visiblemente eufórica; en otra el propio Corcho posa con la guitarra colgada del hombro y la boca bien abierta. Más abajo, ya no es a los efectos del show en vivo sino para la cámara: él mira a los ojos a su mujer y apoya su mano derecha debajo del seno izquierdo; ella sonríe y pasa su brazo detrás de la nuca de él.
“Cuando uno toma una actitud seria con el tema la cosa funciona”, sigue Corcho. El allegado del famoso líder de opinión da un salto cualitativo en su valoración mediática; fundamenta su intervención por su condición de víctima retroactiva de la “ola de inseguridad” (“Yo sufrí el secuestro de mi papá”, dice) y refuerza una genealogía como víctima que neutraliza otras apariciones en las páginas de policiales (por presunta administración fraudulenta de la firma Hard Communications).
La revista habilita, entonces, una separación abrupta entre el devenir del texto y el testimonio dado por las fotos. La palabra escrita se aplica a la construcción de imagen pública (en el caso reseñado de Corcho y también en las producciones denominadas “frívolas”). En la producción Los goles de oro, sobre el jugador Ogro Fabbiani, se lee: “Es súper profesional, entrena a la par de todos, no falta nunca”, acompañado de una fotografía del jugador con los pantalones bajos, erecto, detrás de una rubia con musculosa anudada sobre los pechos.
En el caso de los apoyos a Susana la dinámica no varía: el conductor Marley posa sentado en una silla Luis XVI, smoking y zapatillas en la calle, pero el mamarracho gráfico admite la solemnidad de una adhesión: “El resto debería aprender de Susana porque es un ejemplo”, se suma a la batalla. “Hace años que quiero ser padre”, se titula, sin embargo, la producción. Las bases de los famosos líderes de opinión son las víctimas comunes en las páginas de Gente. La producción Otro policía aesinado, por ejemplo, traslada el procedimiento al hombre de la calle: victimización, estados alterados de los allegados, “recuerdos y lágrimas” (se lee). Es el último eslabón para reforzar legitimidad del famoso líder, que un poco más adelante, en la misma revista, sigue colaborando con su refundación. “A ver si los gobernantes reaccionan”, agrega Susana en Gente unas páginas más adelante. A medida que los días pasan, sin embargo, la compostura natural de la diva empieza a recuperarse: “A solas en Punta”, se lee. El tema casi excluyente es la crisis de su pareja; el rostro terso y los labios carnosos volvieron a lucir con Photoshop. “Lo viejo” triunfa y la revista popular vuelve a su estándar.
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