LA PARTICIPACIóN ARGENTINA EN LA 53ª BIENAL INTERNACIONAL DE VENECIA
Pasado mañana se inaugura, a metros de la Piazza San Marco, en la sala de exposiciones de la Librería Mondadori de Venecia, la exposición de Luis Felipe Noé.
› Por Fabián Lebenglik
Cualquiera puede suponer lógicamente que cuando se habla de una exposición Bienal hay muchos meses de plazo para pensar y hacer las cosas. En mi experiencia personal como espectador de numerosas bienales y ahora como participante de la 53ª Bienal de Venecia, se trata de un acontecimiento cuya preparación resulta tan intensa como vertiginosa, en el que el plazo real se vuelve exiguo. Por lo tanto, la cuestión del tiempo es central.
Tal vez podría pensarse que este mismo vértigo organizativo fuera un motivo para que la última Bienal de San Pablo tomara la polémica decisión de transformarse en una bienal “vacía”. Son épocas de una velocidad un tanto impiadosa, que puede hacer que una muestra de envergadura pierda de vista su objeto o alguna de sus funciones básicas. No parece una buena combinación unir velocidad con reflexión. La velocidad, especialmente la aceleración derivada de la tecnología –aquella que la tecnología llama “tiempo real”– puede hacer que el objeto quede fuera de foco, o perdido: puede incluso dejar vacante el lugar del objeto, volviéndolo un lugar vacío.
La velocidad e inmediatez de las cosas, una velocidad cuya aceleración no sólo es producto de la tecnología en tiempo real sino que es también una consecuencia ideológica de los nuevos modos de abordar el tiempo presente (y de desdibujar la importancia del pasado y del futuro), ha convertido al tiempo en un fluido que circula cada vez más rápidamente. Ha logrado que el tiempo sea aún más fugaz; que los acontecimientos se vuelvan cada vez más efímeros y que el presente gane terreno no sólo sobre el pasado, sino también sobre el futuro, transformándose en una categoría extendida y dominante, casi absoluta. Junto con el tiempo, también se van transformando en fluido las imágenes, los textos, la música, todo fluye dramáticamente rozando la superficie, todo parece estar disponible en todo momento. La velocidad del presente plantea, entre muchos otros retos, el de lograr hacer en muy poco tiempo aquello que debería hacerse más lentamente. Lo que intentamos entonces con la planificación de esta muestra fue poner el tiempo de nuestro lado, para no pelear con enemigos imposibles: buscamos hacerlo un aliado. Por lo tanto, el tiempo es un tema central de este envío: el tiempo y sus cualidades y condiciones. El tiempo y sus temporalidades.
Aquí nos encontraremos con tiempos sucesivos, tiempos simultáneos, tiempos contraídos y condensados, tiempos laxos, tiempos fuera o dentro del tiempo; tiempos muy delgados que tienden a cero y anulan la dimensión temporal de los acontecimientos; tiempos superpuestos y contradictorios, que suceden simultáneamente; saltos temporales por la imposición de tiempos ajenos; tiempos que se queman, se fuerzan o aceleran. Tiempos reales, en línea.Tiempos inteminables, oscilantes, alterados. Tiempos vivos.
¿Cómo hace el curador de un envío nacional para presentar, organizar y montar en muy poco tiempo una muestra artística e intelectualmente significativa para la Bienal de Venecia?
Cuando a fines de 2008 la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería argentina me propuso ser el curador del envío nacional, durante esa misma semana la Bienal de Venecia daba a conocer el tema convocante y los lineamientos generales de la 53ª edición.
El 31 de octubre de 2008, el director de la 53ª Bienal de Venecia dio a conocer los lineamientos de la edición 2009. Junto con la difusión del título, “Hacer mundos”, Daniel Birnbaum subrayó tres aspectos fundamentales de la muestra veneciana: 1) la exploración de la pintura y el dibujo; 2) la presencia de artistas clave, todavía activos y productivos, que influyeron sobre las generaciones siguientes y 3) la proximidad al proceso de producción con obras que expresen su hacer y que representen una imagen del mundo.
Ambas cosas –mi designación y la difusión del tema– coincidieron en el tiempo y marcaron un punto de partida, que para mí fue no sólo una coincidencia real, sino también simbólica.
No recuerdo un envío nacional en que la obra del artista seleccionado respondiera a los lineamientos de la Bienal. Más bien cada país suele elegir a su artista con total prescindencia de la consigna general. Me pareció entonces que la primera condición del envío sería ésta (que por su rareza se vuelve original y novedosa): dar respuesta, quizá por primera vez, en sentido fuerte (esto es la esencia de “responder”: contestar y replicar) a los lineamientos del núcleo expositivo central de la Bienal.
Por otra parte, los envíos nacionales no deberían plantearse desde el destino al origen. Es decir: forzando una impostura; generando una mirada estrábica para acomodar el envío local a lo que se supone será la expectativa de la Bienal. Esta actitud sería más especulativa que creativa. Las cosas pueden pensarse de otro modo, desde lo que ese envío local es capaz de aportar a una Bienal internacional.
La cuestión condicionante del espacio expositivo tampoco es sencilla, porque para la Argentina es siempre un espacio diferente.
Luis Felipe Noé es uno de los más importantes artistas vivos de la Argentina; uno de los que mayor influencia y descendencia ha venido produciendo; el más vitalmente joven y que continuamente se reinventa a sí mismo. Pero a pesar de todas estas cuestiones indiscutibles, jamás había representado al país en envíos oficiales. Por eso es una alegría que esto suceda ahora: Noé es un modelo de artista, porque su obra se expande también al terreno teórico y ensayístico, haciéndose todo inseparable: pintura, enseñanza, reflexión, discusión, publicación de libros. Desarrolló muy lúcidamente la necesidad creativa de asumir el caos de la realidad, así como postuló el concepto ampliado de pintura, ensanchando las nociones constitutivas de la pintura hacia lo pictórico. El pasa de la teoría a la práctica y viceversa, como si se tratara de un continuo de irradiaciones interdependientes y comunicadas, que buscan la mejor superficie para desarrollarse, transmitirse e interactuar. En todo caso, separar sus actividades se correspondería más con un gesto taxonómico, clasificatorio, que entorpecería y burocratizaría la combustión entre acción y pensamiento que en él está siempre presente. Noé es un artista que en sus varios libros publicados reflexiona sobre el arte, la cultura y el mundo, de un modo completamente personal y antiacadémico, como efecto de su voracidad de lector. Tuve el placer de ser el editor de dos de sus últimos libros teóricos, El arte en cuestión –junto con Horacio Zabala; publicado por Adriana Hidalgo editora en el año 2000– y Noéscritos sobre eso que se llama arte –AH editora, 2007–. Lo antiacadémico de las posturas teóricas de Noé se comprueba con su actitud resistente a la preparación de un plan de lecturas como herramienta para tal cual fin. Como no podía ser de otro modo, Noé, defensor e intérprete del caos, es un lector anárquico. El resultado de sus lecturas activas genera un revés de trama completamente natural en este hombre: sus lecturas producen “naturalmente” una escritura. Leer y escribir artículos y libros, para Noé son el anverso y reverso de la misma cosa. Luego sigue citar, analizar, refutar, relacionar, criticar, en fin: avanzar sobre sus lecturas, expresar su pensamiento por escrito y publicarlo.
Lo que más me interesa de Noé no son todos sus muchos aciertos a lo largo del último medio siglo, sino especialmente sus vacilaciones, allí es donde para mí aparece el mejor Noé: en ese temblor, en esa inquietante inestabilidad, en ese modo tan aparentemente distraído y expectante, pero en el fondo sumamente atento, de escuchar, mirar, percibir el mundo y tomar al vuelo las ideas, para transformarlas y hacerlas propias. En esas vacilaciones el artista se mueve con total soltura y mayor creatividad. Hay un factor de búsqueda y desarrollo permanente en Noé. Allí surgen abismos a los que se lanza y gracias a los cuales resulta más revelador y artísticamente más pleno. Noé siempre se aventura y ahora, para este envío, se lanzó al riesgo más completo. Cuando se trata de hacer y pensar, Noé nunca dice que no. Es más fuerte que él. Siempre avanza.
Por supuesto que Noé tiene un pasado: un pasado insoslayable, que ya forma parte fundamental de la historia del arte argentino y latinoamericano, y si bien su primera exposición se llevó a cabo hace exactamente cincuenta años, la mayor consistencia (y consideración histórica) de su obra comenzó casi inmediatamente, a comienzos de los años sesenta y sigue hasta la actualidad. Muchos podrían detenerse allí, de hecho sucede habitualmente. Pero Noé no se detuvo en su pasado. (Continuará.)
* Curador del envío argentino a la Bienal de Venecia.
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