HILARY HAHN ACTUARá POR PRIMERA VEZ EN BUENOS AIRES
La notable violinista estadounidense grabó su primer disco para una multinacional cuando tenía 17 años. Ganadora del último Grammy clásico y también del Premio Grammophone, eligió para su presentación porteña un programa alejado de los lugares comunes.
› Por Diego Fischerman
A los 17 años grabó su primer disco, para Sony. Era una adolescente bellísima, con esa clase de belleza que podría fascinar a Tim Burton o a algunos de sus personajes. Posaba como una estrella y el cultivo de la imagen era un dato inevitable de su carrera. Pero, además, Hilary Hahn tocaba el violín como muy pocos. Y ese debut discográfico había estado tan lejos de la fast food musical como sólo podían estarlo las Sonatas y Partitas para violín solo de Johann Sebastian Bach, las sagradas escrituras del mito de la música pura. Esta violinista, que sorprendería varias veces al mercado y que en los años siguientes se convertiría en una de las grandes figuras de las últimas décadas, comenzaba nada menos que con el principio de los principios.
“Haber comenzado con Bach podría parecer una declaración. Sin embargo, no lo fue”, dice la violinista en una conversación telefónica con Página/12. “Siempre grabé aquello que me era más familiar en cada momento, lo que me hacía sentir cómoda. Hay obras que estudio durante años y, en el momento de registrar un disco, me resulta natural, casi inevitable, elegirlas. En mi primer disco decidí tocar la música que sentía más propia y ése fue un criterio que luego mantuve en las grabaciones posteriores. Más adelante en mi carrera, obviamente, empezaron a aparecer otros criterios. Hubo estrenos, encargos especiales, obras que me estuvieron dedicadas, obras que sugerían los directores de orquesta y que se grababan después de finalizada la temporada en que habían sido interpretadas.” Nacida en Lexington, Virginia, el 27 de noviembre de 1979, a los 3 años comenzó a estudiar violín y se mudó a Baltimore, Maryland. A los 9 años dio su primer concierto, a los 11 tocó con la Orquesta de Baltimore y a los 15 realizó su primera actuación internacional junto a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, dirigida por Lorin Maazel, con el Concierto para violín y orquesta de Beethoven.
Ganadora del último Grammy clásico y también del prestigioso Premio Grammophone por su asombrosa grabación de los conciertos para violín y orquesta de Arnold Schönberg y Jan Sibelius, con la Orquesta de la Radio Sueca dirigida por Esa-Pekka Salonen, Hilary Hahn actuará mañana por primera vez en Buenos Aires. El concierto, a las 20.30 en el Templo de la Comunidad Amijai (Arribeños 2355), abrirá el ciclo dedicado a grandes violinistas organizado por esa institución. Y, por dos motivos, la pinta de cuerpo entero. El primero es el programa elegido, totalmente por afuera de los lugares comunes y de lo que podría parecerse a los dictados de un mercado estandarizado. Hahn tocará, junto con la pianista Valentina Lisitsa, tres de las geniales sonatas escritas por Charles Ives. Y las alternará con las explosivas, virtuosas y muchas veces delirantes sonatas para violín solo de Eugéne Ysae. El concierto se completará con dos transcripciones, la que Joseph Joachim realizó de las Danzas húngaras de Johannes Brahms y la que Zoltan Székely hizo de las Danzas folklóricas rumanas de Béla Bartók. El otro motivo marca un rasgo generacional y, en cierto sentido, un cambio en la manera de circular de la música clásica o, por lo menos, de sus intérpretes. Enterados de que la violinista llegaría a tocar a Montevideo sin que a nadie se le hubiera ocurrido contratarla para que actuara en Buenos Aires, los programadores de Amijai buscaron contactarla para convencerla de que agregara una fecha en el lejano extremo sur del continente. Y finalmente lo lograron a través de Facebook.
“Hubo otro motivo más en relación con la decisión de comenzar mi carrera discográfica con las Sonatas y Partitas de Bach –comentó Hahn– y fue el hecho de que grabar un disco con violín solo me relajaba en cuanto a los tiempos. Hoy las agendas de los artistas son sumamente apretadas y saber que no tenía compromiso con nadie, que no había ninguna orquesta esperando y perdiendo sus horas de estudio, me tranquilizaba enormemente. Podía quedarme sola en el estudio todo lo que quisiera, podía hacer varias tomas y elegir sin apuro, y eso fue sumamente positivo en una primera experiencia.” La violinista dice no buscar ninguna clase de desafío particular en el momento de elegir qué obras tocará. “Si siento una empatía clara con una obra, la sigo tocando. Si no, la dejo. Lo que no quiere decir que no vaya a retomarla unos años después. A veces, simplemente, ésa no es la obra para uno en ese momento. El programa que tocaré en Buenos Aires, por ejemplo, tiene una pequeña historia. Con Valentina Lisitsa habíamos preparado la Sonata Nº 2 de Ives, y como nos gustó mucho hacerla, decidimos investigar en las otras. De hecho las tocamos todas, pero nos pareció que, como programa de concierto, tocarlas todas no funcionaba de la misma manera que elegir algunas y alternarlas con piezas de otros autores. Ahí apareció la música de Ysae, que fue básico en mi formación porque lo había sido, también, para mis maestros. Bartók y Brahms, por su parte, se complementan como mirada sobre el folklore centroeuropeo y, en el caso de las danzas de Bartók, sencillamente me parecen ideales para terminar un concierto.”
Que en sus manos el Concierto de Schönberg, una de las obras malditas del repertorio, se haya convertido en un éxito de ventas, habla a las claras del compromiso que establece con cada obra y de lo que es capaz de aportarle. El disco publicado por Deutsche Grammophone acaba de ser editado aquí por Universal. Y no sólo aborda con una fluidez y un romanticismo inéditos una obra a la que casi nadie se le animó nunca sino que es la única versión que respeta las indicaciones de tempo de la partitura y respeta escrupulosamente cada nota escrita.
“En cierto modo, cada obra que uno interpreta nos modifica; siempre incorporamos nuevas cosas y también nuevas miradas sobre lo que ya conocíamos cuando tocamos una obra nueva. Pero esto, en el caso del Concierto de Schönberg tuvo una magnitud inédita para mí. En primer lugar desde el punto de vista técnico, porque me obligó a aprender cómo hacer cosas con el violín que nunca había hecho. Pero sobre todo me dio una nueva perspectiva sobre los modos de encarar los aspectos emotivos de una obra. Me hizo descubrir que la expresividad se logra con recursos muy diversos. Lo interesante en Schönberg es observar no sólo la importancia que tuvo en lo posterior sino también la continuidad con lo anterior. Esta no es música que esté separada del tronco de lo que habitualmente se escucha, Mozart, Beethoven, Brahms, sino su continuación. Tal vez esto que observo en relación conmigo como intérprete, es decir esa cualidad de la obra para transformarme, quizá también le suceda al público. Es posible que ésa sea una obra que de alguna manera nos enseña a tocarla y a escucharla. De hecho, que una obra de Schönberg se convierta en un éxito de ventas no puede menos que llamarme la atención.”
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