EL ARTISTA VINO EN 1993
› Por Eduardo Fabregat
Sucedió el 7 de octubre de 1993: la Casa Rosada ha dado testimonio de infinidad de curiosidades, rarezas y francas deformidades, pero esa tarde fue escenario de una de las más llamativas. Michael Jackson estaba en la Argentina, en el marco de una gira –el Dangerous Tour– que no se había cancelado de milagro. Es que ese mismo año se había conocido la denuncia de los padres de Jordan Chandler, quienes sostenían que el cantante había abusado sexualmente del niño de 9 años en una visita al rancho Neverland. El proceso duró años, y esa y otras denuncias serían desestimadas tras un acuerdo extrajudicial, pero en esos días en que se anunciaba el desembarco de Jackson en el estadio River el tema literalmente ardía. Como hoy mismo, el nombre del autoproclamado Rey del Pop aparecía en titulares de todo el mundo, gracias a nuevas declaraciones de niños o a las postergaciones que sufrieron varios shows de ese recorrido mundial.
Pero Jackson llegó, provocando el consabido revuelo en una Argentina que ya era plaza fértil para espectáculos musicales de todo estilo, pero recién empezaba a sumar a los pesos pesado en su cartelera. El día anterior al inicio de su serie de tres shows, la Casa de Gobierno anunció a la prensa que Michael se entrevistaría con el presidente Carlos Menem, y cursó invitaciones para asistir a ese encuentro de dos potencias. Esa tarde, sin embargo, los periodistas fueron confinados al Patio de las Palmeras, desde donde pudieron ver a la comitiva del astro pop a través de una puerta acristalada. Por allí pasó el cantante, con un traje adornado con charreteras, gafas oscuras, sombrero y una comitiva de niños y guardaespaldas; la entrevista con Menem y su hija Zulemita duró escasos cuatro minutos, intercambiaron regalos, el grupo volvió a pasar frente a los cristales y allí terminó todo. Más de un periodista presente recordó el rumor de que Jackson disponía de un pelotón de dobles para despistar a los paparazzi, lo que abría algunas dudas sobre la veracidad de la visita a la Rosada. La foto oficial no ofrecía dudas al respecto.
Por esa extraña tarde en la Rosada, para este cronista resultó tan violento el contraste frente a lo visto en River. Jackson sí tenía dos identidades, lo que quedó patente cuando, el 8, 10 y 12 de octubre tomó el escenario del Monumental. En la vida civil Jackson parecía un extraterrestre frágil y hasta desagradable, pero en escena se transformaba en aquello que le dio la fama que convierte a esta noticia en el centro de todas las miradas. En materia técnica, aquel Dangerous Tour era lo mejor que podía conseguirse a comienzos de los ’90, con dos pantallas gigantes de cristal líquido que dejaron a todos de boca abierta y un sonido cercano a la perfección. Pero en el centro del asunto estaba ese frágil muchacho que viró del negro al blanco a la vista de todos, rompió varios records y hasta hizo que Domingo Di Núbila posara de experto en música pop. A la hora de los bifes, Jackson era un artista con todas las letras. Aquellos conciertos en River Plate exigieron el respeto hasta de quienes consideran al pop una mera musiquita plástica: bailarín eximio, experto en el manejo de multitudes, veterano de tantos años en el show business, en su salsa el tipo era sólido y confiado como una roca, estaba a años luz de ese extraño flaquito atisbado en la casona de Plaza de Mayo.
Sus últimos años fueron de decadencia, de profundización de la imagen más deforme, Peter Pan enfrentado al exilio del país de Nunca Jamás. El capricho del chiste fácil hace pensar que, en rigor, desde ese 1993 para acá Jackson vino barranca abajo, cada vez peor, cada disco menos relevante, endeudado, perseguido, ninguneado, como si le hubiera caído una maldición, una mufa insalvable. Quizá le hubiera convenido mandar un doble.
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