PABLO CAMOGLI Y LA INVESTIGACIóN BATALLAS ENTRE HERMANOS
El autor repasa la historia del siglo XIX desde el enfoque militar, los combates y las características de los ejércitos en lucha, así como las motivaciones de la contienda constante. “Argentina nunca tuvo estabilidad política”, asegura.
› Por Silvina Friera
El tendal de bajas durante las guerras civiles en el siglo XIX es dramático: 60.926 argentinos habrían muerto en combate en 431 batallas, el equivalente a 95 guerras de Malvinas, entre 1813 y 1884. La estadística, por cierto escalofriante, no incluye las decenas de miles más que deben haber muerto a causa de las heridas o en la represión posterior a cada acción bélica. Los números pesan porque no han sido acuñados al azar, ni son neutrales. Comenzar por el epílogo de un libro clave como el que escribió Pablo Camogli, Batallas entre hermanos (Aguilar), incita a replantear la historia del siglo XIX desde una nueva dimensión. El enfoque militar, el minucioso repaso de cada uno de los combates, las características de los ejércitos en lucha (armamentos, pertrechos, tácticas, el origen social de sus componentes y las motivaciones para lanzarse a la contienda) permiten reubicar a la guerra civil como factor desencadenante de los cambios políticos en el país. Tanto el surgimiento de la Nación Argentina como la conformación del Estado están atravesados por el enfrentamiento fratricida.
Esta perspectiva les quita las capas de barniz “civilizatorio” y “progresista” a gobiernos como los de Mitre (1862-1868) y Sarmiento (1868-1874). El nivel de violencia extrema durante las represiones a las provincias –“La unidad a palos”, así titula el autor el capítulo del libro destinado a desentrañar el accionar de estos paladines del orden– fue deliberadamente soslayado debajo de la alfombra de la historia oficial. Esta metodología de tipo genocida fue avalada por distintas documentaciones, como la carta que Mitre le envió a Marcos Paz en enero de 1862, en la que le expresaba que “mejor que entenderse con el animal de Peñaloza es voltearlo, aunque cueste un poco más. Aprovechemos la oportunidad de los caudillos que quieren suicidarse, para ayudarlos a morir bien”.
A Camogli, que nació en Oberá (Misiones) en 1976 y reside en la provincia de Mendoza, le interesa la historia desde muy chico, pero aclara a Página/12 que no viene de “familia de militares”, como para sacudirse de encima ese lastre incómodo de ser portador de “antecedentes” castrenses. Sus padres, lectores empedernidos, pronto despertaron la curiosidad del pequeño Camogli por la figura de San Martín y los granaderos a caballo. “Supongo que la guerra de Malvinas también me marcó. Yo estaba por cumplir 6 años y recuerdo algunas imágenes”, repasa el periodista e historiador. En Batallas entre hermanos –que arranca oportunamente con “los hermanos sean unidos, porque ésa es la ley primera”, de La vuelta de Martín Fierro, de José Hernández– revisa los 101 años que van desde 1813, cuando una lucha entre dos grupos de guaraníes acabó en un enfrentamiento armado, la batalla de Mandisoví, el primer conflicto que marcó el inicio de la guerra civil en la Argentina, hasta 1914, cuando se disolvió la División de Caballería Independiente, creada para establecer la línea de frontera en el río Pilcomayo y correr a los indios del Chaco hacia el Oeste. “Chile y Estados Unidos tuvieron guerras civiles que se cerraron y permitieron que hubiera estabilidad política. En cambio, Argentina nunca tuvo esa estabilidad política por la guerra permanente, por la imposibilidad de alguno de los bandos de aceptar la derrota. Esa larga continuidad de las guerras civiles en la Argentina es lo más llamativo que tiene el siglo XIX”, compara Camogli, autor de Batallas por la libertad y Batallas de Malvinas.
–En el libro se detallan momentos en que la violencia se incrementa. ¿Cuál de esos períodos le pareció más significativo?
–Por la percepción previa que tenemos, me sorprendió la violencia de los gobiernos de Mitre y de Sarmiento, de los que tenemos una visión absolutamente idealizada. Supuestamente sus gobiernos fueron la “civilización” y el “progreso”, pero si se analizan en términos bélicos han sido gobiernos absolutamente autoritarios y represivos, a un nivel superior al de Rosas, que siempre ha sido el paradigma de la violencia en el siglo XIX. Cuando observás lo que hicieron Mitre y Sarmiento, a la hora de enfrentar al rival político, uno no puede dejar de asombrarse. Las fuentes hablan de campamentos de tortura en esos años; Sarmiento afirmaba que no había que perdonarles la vida a los bandidos, que era una declaración de guerra o muerte, y que no se trataba de un rival político sino de alguien a quien había que exterminar definitivamente. Esa política se puso en práctica en La Rioja, durante la presidencia de Mitre, y en Entre Ríos, durante la presidencia de Sarmiento. Todo esto enmarcado en la instalación de un modelo económico agroexportador, que ubicaba a la Argentina en una posición de dependencia frente a Gran Bretaña. Salvo la última dictadura militar del ’76, los gobiernos de Mitre y de Sarmiento han sido los que en proporción han aumentado más la deuda externa. Estos gobiernos desarrollaron políticas muy alejadas de la “civilización” y del “progreso”. En todo caso, como lo planteo en el libro, esa mirada del progreso y la civilización es la mirada de los vencedores, pero no de los vencidos.
–¿Por qué cree que persiste esa imagen tan idealizada de estos gobiernos?
–La historiografía se está debiendo un libro que revise ese período despojado de toda la tradición liberal y que se atreva a hacer un análisis desde otra perspectiva. Creo que este libro, necesariamente, lleva a que los investigadores que se dedican a esa etapa de la Argentina del siglo XIX la miren de otra forma. Tenemos esa visión idealizada porque los protagonistas de esos hechos fueron los que escribieron la historia. Mitre fue el que inició una carrera historiográfica que después se perpetuará a lo largo del tiempo. Aún esta visión de la Argentina del siglo XIX tiene una justificación, si se quiere bastante lógica, porque se priorizó el aspecto político, la adopción de las formas liberales; la conformación del Estado liberal moderno se lo vio como algo positivo a priori y se dejó de lado la manera en que se adoptaron esas formas. Lo que planteo en el libro es que se produce una sinécdoque, tomar una parte por el todo. Se toma una parte que es la cuestión política de la instauración de un Estado liberal moderno con división de poderes, Constitución, leyes, tribunales de justicia, aparato legislativo, pero se olvida el resto de la sociedad. Entonces se centra el análisis en la cuestión política de estas presidencias, que es cierto que han sido desde Urquiza hasta Avellaneda las que instauraron el Estado nacional moderno. Pero por debajo de toda esa realidad, o junto a esa realidad, existe otra. La realidad es que fue una etapa muy represiva para los contrarios y los opositores políticos. El gobierno de Mitre es uno de los más sangrientos de la historia argentina. Desde mi perspectiva, es un gobierno que tiene que ser reanalizado a partir de la realidad bélica que vivía el país.
El exhaustivo trabajo de investigación de Camogli, que utilizó fuentes primarias, básicamente los partes de batalla, se complementa con diversos mapas y gráficos estadísticos, elaborados por el autor, que sintetizan las batallas por región y la cantidad de muertos por ciclos históricos. “Los partes de batalla hay que leerlos con cuidado porque están escritos por uno de los bandos, y se sabe que las bajas propias se disminuyen y las bajas ajenas se exageran: eso es una realidad en todas las guerras y en todos los tiempos”, subraya Camogli. “Después del análisis de las distintas batallas y campañas, confronté estas fuentes primarias con otras, con testimonios de personajes de la época o fuentes secundarias de otros historiadores que escribieron sobre el tema, para reconstruir cuál pudo haber sido la realidad. Para el número final de muertos sólo cuento los muertos en combate, pero es lógico pensar que tiene que haber muchos muertos más, ya sea en persecuciones, en los saqueos que se hacían en los pueblos, las represiones en las distintas regiones, o heridos que escaparon y murieron después.” El resultado final arroja 431 batallas y 60.926 muertos. “Entre 1884 y 1914 no hay operaciones de combate, pero se produce el exterminio de los pueblos originarios de la región de Formosa y el Norte y el Oeste chaqueño”, precisa el autor.
–La cifra de muertos obliga a repensar todo el siglo XIX. ¿De qué modo cree que incide la violencia de estas guerras civiles sobre el siglo XX?
–Si nuestro punto de partida es un país civilizado y progresista, lleno de riquezas, en donde vienen los inmigrantes a “hacerse la América”, ¿cómo es posible que hayamos terminado como terminamos, estallando como país en 2001? Si éramos tan perfectos a fines del siglo XIX, ¿qué nos pasó en el siglo XX? El punto de partida no era tan idílico. Es imposible que de una guerra civil como ésta haya emergido un país tan hermoso, tan perfecto, como supuestamente era el de la civilización y el progreso. Tanto se habla de la educación con Sarmiento que no estaría mal mencionar que en 1914, por citar un dato, había un 30 por ciento de analfabetismo. Los gobiernos de Mitre y de Sarmiento no resolvieron el problema de la educación en el país. La realidad social y económica no era para nada la perfección que se nos pretendió imponer como verdad histórica. Creo que para comprender el siglo XX primero deberíamos tratar de entender el XIX.
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