Miércoles, 29 de julio de 2009 | Hoy
ORO NESTAS PIEDRAS, EL DOCUMENTAL SOBRE JORGE LEóNIDAS ESCUDERO
La película, dirigida por Cristián Costantini, Leandro Listorti y Claudia Prado, que se presenta hoy en el Centro Cultural de la Cooperación, sigue la vida del poeta, al que llaman “Chiquito”. “La poesía se entiende o no”, asegura.
Por Silvina Friera
“Chiquito”, como le dicen sus amigos al poeta Jorge Leónidas Escudero, transforma en oro todas las palabras que atrapa en el aire. Las voces se agitan en su lengua indómita; “por momentos parece oralidad, pero por algún costado se distancia y adquiere sonoridad propia”, señala Ricardo Luis Tombrino en el prólogo de Caza nocturna (Ediciones En Danza). Conmueve y emociona ver a este pequeño gigante de la poesía argentina y sanjuanina del siglo XX, de 88 envidiables años, en Oro nestas piedras, documental dirigido por Cristián Costantini, Leandro Listorti y Claudia Prado, que se presenta hoy a las 19 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), con entrada libre y gratuita. Los dedos de Escudero, infatigable explorador que supo andar por las alturas de Calingasta como cateador minero en busca del oro que lo hiciera rico “endeveras”, acarician y ordenan sus papeles, despliegan mapas, baraja y corta fotos en blanco y negro. Filmado durante dos viajes a San Juan, en diciembre de 2005 y enero de 2007 (27 horas de grabación condensadas en bellísimos 55 minutos), las imágenes domésticas de “Chiquito” en su casa, ante ese altar personal de piedras que fue recogiendo cuando le decían el “Negro”, frente al sector de su biblioteca de ciencias ocultas, con el dueño del bar Douglas o en la casa de su hermana, Margarita, ambos presentes en sus poemas, tienden un puente perfecto con su descomunal y sugerente obra poética.
La voz de Escudero se eleva al trote de mulas por las montañas de su vida. Picotea palabras, escarba en el reservorio de su infancia y adolescencia; es un acróbata de contextura pequeña que hace ejercicios sobre la cuerda o el alambre de sus pareceres con una sencillez apabullante. “Mi padre era empleado de correo y lo trasladaron a un lugar llamado Tucunuco, muy alejado. Me llevó a mí cuando tenía cuatro años. Por eso en la tapa de uno de mis libros aparezco yo montado en un burro. Y es que estoy ahí de cuatro años –recuerda el poeta sanjuanino que publicó su primer poemario, La raíz en la roca, en 1970, cuando tenía 50 años–. Ese amor por los campos, eso no se me olvidó más; de modo que cuando podía huía hacia los campos. Después, mi padre fue a Calingasta. Fui yo también, pero ya era adolescente. Me dejó en Calingasta con otro amigo de él, en el correo, todo un verano. Y de ahí me agarró la afición por las piedras y la minería. Empezaba a andar ya queriendo encontrar piedras para hacerme rico con el mineral, especialmente con el oro.” Sendereando por las montañas y cerros tras un tesoro que nunca apareció, la esperanza de “Chiquito” se fue extinguiendo. Empezó a aburrirse de ese trabajo, y la vida lo fue llevando a otra parte. Se empleó como oficinista y se jubiló como empleado de oficina. Cuando cuenta que “se ha serenado el ambiente porque había un poco de viento”, pareciera que estuviera escribiendo un poema mientras lo filman. No cabe duda, al escucharlo contar sus historias, de que a este hombre cuando se le pasa una idea por la cabeza, “el pájaro famoso de la inspiración/ y otras un sapo intuitivo”, como apunta en su poema “Creatividad”, la estampa en un puñado de versos “colgados en un alambre”. El manantial de Escudero fluye despacito. El paisaje se imprime sobre el decir del poeta o él modula de una manera en que su voz se funde con las montañas, con los bares, con la ciudad. Esa idea que se le cruza por la cabeza, admite el poeta, muchas veces es inconexa, fragmentaria respecto del transcurso del poema. “Eso es lo que yo llamo los palos de ciego, que es cuando lo primero que se le viene lo pone ahí, y después agarra otra cosa y la pone ahí sin relación ninguna con aquélla –explica ‘Chiquito’–. Muchos escriben así, en ese estilo fragmentario. Mientras que yo tengo un concepto de unidad. Tengo la sensación de que hay que decir algo sobre algo. Y bueno, las palabras que ponga van a tener que ser más o menos relacionadas con eso.” “Chiquito” señala como al pasar que hay una zona en la poesía de Pablo Neruda que tiene que ver con lo caótico, pero aclara inmediatamente que “el poeta que es caótico a la bartola o que no le da el cuero para hacer una unidad te está macaneando”. Este alquimista de la palabra ha publicado luminosos tesoros: Le dije y me dije (1978), Piedra sensible (1984), Los grandes jugadores (1987), Umbral de salida (1990), Basamento cristalino (1993), Elucidario (1992), Jugado (1993), Cantos del acechante (1995), Viaje a ir (1996), Caballazo a la sombra (1998), Aguaiten (2000), Senderear (2001), Verlas venir (2002), Endeveras (2004), Divisadero (2005), Tras la llave (2006), Caza nocturna (2007), y Dicho en mí (2008), entre otros títulos.
“En la montaña sentimos la comunicación con el todo. No sabemos si es Dios, pero es una cosa tremenda. Aun lo inhóspito de la montaña nos da la idea de que pertenecemos a un todo más allá de la vida”, subraya este poeta audaz, que se animó a desviarse de viejos modelos y tradiciones poéticas con un lenguaje despojado de solemnidades. Durante sus peripecias por las montañas tomaba notas para hacer las declaraciones en la Dirección de Minas, pero sin intención de escribir poemas. “Mientras he andado, he mirado las cosas. Se me han quedado en la mente muchas experiencias y después las he puesto. Así se escriben las historias”, revela Escudero, que comenzó a publicar a los 50 años, “ya anciano para la poesía, como se manifiesta siempre y se publica siendo jóvenes, adolescentes o saliendo de la adolescencia”. Su hermana Margarita, una muñequita de voz aflautada, recita un poema de “Chiquito”. La ronda se forma; en la mesa todos se preparan para esa singular experiencia de escucharlo decir. Pero antes el poeta advierte: “La explicación está demás; la poesía se entiende o no se entiende”. Sin vueltas ni chamuyos, tan directo como encantador es Escudero. A veces la boca se le llena con lo que no alcanza a decir, como en su poema “Camino de la Poe”. Pero él no claudica. Al contrario: demanda asiduo la palabra perdida. “En la poesía –confiesa– estoy buscando la palabra absoluta como lo he dicho en algún poema, pero nunca se llega a decir algo tan rotundo que abarque lo que uno siente.”
En el casino, con dos fichas de 50 dando vueltas en sus manos, resulta imposible no recordar algunos de los versos de “En carne propia”: ¿Qué te creíste que/ mirar por el ojo de la cerradura/ verías la verdá desnuda y ya está,/ apostar a la bola que va a salir?/ Creíste que al hacer así con los dedos/ un rápido ya está y/ el futuro inmediato vendría/ a lamerte las manos con fichas/. Ta que sos zonzo,/ la rula se nutre de los yo gordos/ como el tuyo/ que quieren hacerse loj adivinos/ y terminan en la basura/”. El jugador no deja de jugar; el perseguidor no puede eludir el deseo de cazar a la presa. Escudero sabe que el impulso es más fuerte que él. Su destino es seguir buscando. “Estoy absolutamente convencido de que es posible por el camino de la adivinación –afirma el poeta–, que es el único camino que queda, porque el camino de la matemática no sirve. Yo he consultado con buenos matemáticos y el cálculo de probabilidad, la ley de los grandes números, todas esas cosas no funcionan. Lo único que puede funcionar es la adivinación. ¿Cómo hacemos para volvernos adivinos ahora? Es difícil ¿no?” Algunos de los personajes que orbitan por sus versos se despliegan con toda su humanidad en la pantalla, como Douglas, mozo-dueño patrimonio de uno de los “bares de antes” por los que circula el poeta. “Vamos a brindar por el recuerdo de los amigos que han frecuentado este lugar y que todos han pasado a dormir bajo tierra”, bromea “Chiquito”, conjurando tantas ausencias, atenuando dolores, con su notable sentido del humor y unos traguitos que aflojan la lengua.
Hacia el final, en una fiesta animada por el alcohol y la guitarra, el poeta arma un pañuelo con una de las servilletas de papel, mueve la cabeza reverente y se anima a bailar una cueca, trazando con su pañuelito figuras circulares, con vueltas y medias vueltas y diversos floreos. Por San Juan sigue rumbeando “Chiquito”, desafiando el estatus de la escritura poética, propinando una embestida a las palabras que no alcanzan, tras la llave que le permita iluminar la verdad del mundo.
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