DESPEDIDA Y HOMENAJE AL BAILARIN FREDDY ROMERO
El formador de bailarines
Freddy Romero murió la semana pasada en Belo Horizonte, donde vivía su hija. Fue durante mucho tiempo uno de los principales docentes de danza del Teatro San Martín.
Era el bailarín de bronce de aquel primer Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, por su imponente presencia, por su piel oscura. Fue el malvado Tybaldo de Romeo y Julieta y el cisne negro de La reina de hielo (ambas de Oscar Araiz), pura energía y vitalidad. Y también fue el gran maestro de la técnica Graham en Argentina, uno de los pocos que la continuaba trabajando con extremo rigor y fidelidad, aunque imprimiendo en ella su inconfundible marca. Ese era Freddy Romero, bailarín y maestro, que falleció el pasado viernes en Belo Horizonte (Brasil), a causa de una enfermedad pulmonar que sobrellevaba hace tiempo, cuando visitaba a su hija radicada en esa región del país vecino.
Nacido en Caracas, Venezuela, y formado en México y Nueva York –en la escuela de Martha Graham y en la compañía de Alvin Ailey–, Romero decidió venir a la Argentina siguiendo a su mujer, la bailarina Bettina Bellomo, argentina formada en el Teatro Colón y perfeccionada en Cuba, junto a Alicia Alonso. Corría 1969 cuando Romero y Bellomo ingresaron juntos al recién constituido Ballet del Teatro San Martín, que tenía a Oscar Araiz a la cabeza. Freddy –como se lo conoció desde entonces en el ambiente– y sus compañeros del primer ballet del TSM tuvieron la ardua tarea de formar una compañía contemporánea argentina (la primera bajo el amparo de una institución oficial), con un lenguaje propio, a partir de una multiplicidad de técnicas y elementos que recibían del exterior. En 1971, esta compañía fue disuelta (“el presupuesto se lo dieron a teatro, como siempre la danza es la hermana pobre”, dijo Oscar Araiz) hasta que seis años más tarde fue reabierta bajo la dirección de Ana María Stekelman (con el nombre de Grupo de Danza Contemporánea) y Romero fue convocado como maestro del nuevo Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, creado para formar bailarines para la compañía, tarea que continuó desempeñando hasta 2005. Además, fue maestro invitado del Ballet Contemporáneo del TSM en múltiples oportunidades, convocado por directores, y ofreció clases abiertas a la comunidad a través de los cursos extracurriculares del IUNA.
“Los alumnos lo querían, los compañeros lo admiraban”, reiteran sus discípulos y contemporáneos. Porque Freddy fue un icono de la danza moderna. Un “dotado” para bailar, pero también símbolo de la constancia y el trabajo. En Estados Unidos formó parte de la célebre compañía de Alvin Ailey, destacándose como solista. “Tenía una marca muy fuerte cuando bailaba –recuerda Oscar Araiz–, con el estilo de Ailey, con elementos fuertes que responden a la cultura negra americana. Las obras de Ailey tenían un contenido social muy fuerte, con música de jazz y blues y eso le quedó en el cuerpo”, continúa.
Cuatro décadas formando bailarines hicieron de Romero uno de los principales maestros de la danza contemporánea en Argentina y sus clases se convirtieron en un espacio de paso obligado para aquellos que eligieron la danza como camino. Como bailarín se lo sigue recordando por fuerza expresiva en La consagración de la primavera, Romeo y Julieta, In-a-gadda-da-vida, La reina de hielo, junto a Ana María Stekelman, y otras obras del repertorio de Araiz. “Freddy poseía además de su espléndida técnica, una gran presencia y una especial belleza masculina”, recuerda Mauricio Wainrot, su compañero de aquellas primeras épocas en el Ballet del San Martín. Cristina Barnils, su amiga y compañera del ballet, resume: “Deja un hueco muy grande en la danza argentina”.
Producción: Alina Mazzaferro.
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