Mié 07.10.2009
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MAUSI MARTíNEZ Y MARíA ONETTO HABLAN DE NUNCA ESTUVISTE TAN ADORABLE

“Una comedia con un volcán adentro”

Así definen la directora y la protagonista su versión cinematográfica de la obra teatral que Javier Daulte realizó para el ciclo Biodrama y que mañana llega a la pantalla grande. “La clave fue el guión, que es lo que puede hacer que una película se caiga”, dicen.

› Por Oscar Ranzani

Hace once años, Vivi Tellas organizó el ciclo Biodrama, en el que un director elegía a un/a argentino/a que estuviera vivo/a y representaba su historia en un escenario teatral de modo dramático. Algunos años después, el dramaturgo y director Javier Daulte decidió abordar una historia inspirada en su familia. Nunca estuviste tan adorable fue la séptima obra del proyecto Biodrama. Varios de los artistas de esa puesta participan en el largometraje homónimo dirigido por la actriz y directora Mausi Martínez que se estrena mañana; entre ellos, María Onetto y Mirta Busnelli. Martínez señala que cuando fue a ver la pieza se “deslumbró” con las actuaciones. “No me pude escapar del personaje de María Onetto durante todo el relato. Me tenía atrapada. Después me iba enganchando con los otros personajes, pero siempre a partir del personaje de María.” A medida que la obra se desarrollaba, disfrutó del texto que “fue el pilar de la decisión de llevarlo a cine. Vi que en esa dramaturgia era posible un libro cinematográfico. Me pareció muy sólida. No había margen de error. Cuando una película falla casi siempre es por el guión. Podrá estar hecha técnicamente mejor o peor, pero el guión hace que una película se caiga. Y en este caso, había un libro sólido”, analiza Martínez en la entrevista con Páginal12, en la que también participa María Onetto.

Nunca estuviste tan adorable es una comedia dramática que pinta –por momentos, al estilo de una comedia musical– la particular historia de una familia de clase media de los años ’50, con sus idas y vueltas a través del paso del tiempo, pero en un clima de aparente convivencia saludable. El papel de la madre, Blanca, está representado por Onetto, quien construye un personaje de personalidad fuerte, con deseos de progreso y con fantasías de que su vida se parezca a lo que ve en el cine de Hollywood. Blanca recibe regalos de un admirador secreto pero que, según le menciona, “usted ya sabe quién es”. Su marido, Salvador –Luis Luque–, es un mecánico desprolijo, del que su hija siente vergüenza. Tras el desgaste de la pareja, Salvador conocerá a una mujer de Bragado. A través de una fotografía de las relaciones familiares, Nunca estuviste... traza una radiografía de la clase media de mitad del siglo XX. “Tiene toda la envoltura de una comedia y en su interior hay un gran volcán”, comenta Martínez sobre su film, construido estéticamente en base a las películas de los ’50, no sólo por los decorados y los interiores, sino también por el aspecto físico de las mujeres.

Martínez asegura que Javier Daulte le dio carta blanca y reconoce que no realizó muchas modificaciones. “Hubo que acortar algunas cosas, elipsar otras que eran muy teatrales, pero era un libro muy cinematográfico. Mi trabajo de dirección fue hacer una puesta distinta. Y mi trabajo con los actores consistió en hacer una ecualización de tonos, de ritmos, sobre todo porque también tenían acciones físicas distintas. Pero ellos vinieron sabiendo lo que cada personaje era y sentía. Durante el rodaje, frente a cualquier modificación, ellos sabían cómo modificarlo desde sus propios personajes”, admite Martínez.

–¿Es una película con ingredientes teatrales?

María Onetto: –Inevitablemente. Además, estaba la idea de que se hiciera en estudios, en interiores. Su origen es una obra de teatro y hace que sea una película que juega con esa situación, busca ponérsela a favor. Hay toda una dinámica, y algo también del orden de las actuaciones, que trabaja con esta idea de que hay algo teatral en su origen y en la modalidad del relato.

–Interpretó el mismo personaje tanto en teatro como en el film. ¿En qué difiere componerlo en dos lenguajes diferentes?

M. O.: –Está lo que señala Mausi de la ecualización, de saber que hay que estar un poco más medido porque la cámara relata de una manera muy diferente el relato de uno en el escenario, con la gente a distancia. Igual, los textos de la obra tienen bastante pocas modificaciones. Había toda una situación al adaptar algo del vestuario. La imagen que yo tengo en la película en relación a la obra tiene su correlato, pero acá estaba todo muchísimo más cuidado en relación al arte y la composición visual. Pero es verdad que no es sencillo: en el cine hay algo donde uno cede en relación a lo que está buscando el director y uno busca adaptarse a eso.

–¿Cómo definiría la personalidad de Blanca? ¿Es la contracara de su esposo Salvador?

M. O.: –Puede ser esta idea de contracara, de alguien hiperactivo, muy hacia afuera. Y Salvador es más silencioso, más pasivo aparentemente pero, a la vez, es un poco más profundo y mejor orientado para buscar lo que le hace bien. Blanca es alguien que, en ese empuje, en ese dejarse llevar por su fantasías, descuida un poco lo más genuino: algo del vínculo con su hija, con su marido, de lo que le pasa con su hijo.

Mausi Martínez: –Blanca es una proyección de Salvador. Es decir, Salvador desde su pasividad proyecta a esta mujer espléndida. Le proyecta también a Blanca y a toda la familia la idea de una mujer que recibe regalos anónimos, que tiene candidatos. Están todos viviendo una ficción armada por alguien desde la pasividad.

–¿El film intenta reflexionar sobre la idiosincrasia de la clase media?

M. O.: –Narra o describe una época prepsicoanálisis, donde los fantasmas o las oscuridades no eran pensados. Entonces, pasaban a ser acto u obviados. Y el fenómeno principal es el de la negación: “Acá no está pasando nada, sigamos para adelante”. Me parece que en los ’50 esa podía ser la clase media. Había una aspiración o esa medida podía ser la que quería llegar la clase media. Mi madre es de esa época y había muy pocas familias que cuestionaran el modelo de apariencia, de “teléfono blanco”, de mujeres hermosas. No sería la clase media de estos tiempos.

M. M.: –Eso tiene el libro también: en cuanto aparece un problema arriba de la mesa, rápidamente hay que cambiarlo. Y viene el momento jovial y de participación, donde todas las voces empiezan a tapar el problema. Eso sucede al principio: escuchamos voces por todos lados y uno dice: “¿De qué viene la película?”. Y es casi una musicalidad que está escondiendo algo que se teje por abajo. La gente no tenía el recurso fácil del divorcio.

–Teniendo en cuenta que parte de la historia transcurre durante los ’50, ¿cómo se trabajó desde el aspecto estético la reconstrucción de época?

M. M.: –Todas las películas de los ’50 tenían esa cosa que hoy la llaman teatral, porque es una ficcionalización de la representación. Quedaba en evidencia que los textos se decían distintos. William Wyler hizo todo su cine ensayando como si fuese una obra de teatro. Elia Kazan y Alfred Hitchcock también. Ensayaban dos o tres meses. Entonces, el texto se decía con mucho ritmo. En ninguna de las películas de los ’50 hablaban como se habla ahora. Eso fue lo que me pasó cuando vi la obra. Yo dije: acá hay un director que pensó a esta obra como si fuese una película de los ’50. Entonces, quise emular el cine de aquella década desde la estética.

–¿Cómo trabajaron las relaciones familiares? ¿Las definirían, en términos generales, como buenas? ¿Es más difícil componer personajes que se quieren?

M. O.: –La idea es que se quieren mucho. El amor permite que esa familia permanezca unida; que ese marido, a pesar de que se va de la casa, vuelva a visitar a Blanca y la salude con respeto. La idea de la amorosidad y no del conflicto hacia afuera era lo interesante. El conflicto se va desprendiendo y uno lo va oliendo sobre una base cariñosa. De vez en cuando, uno escucha en los textos o ve en las miradas y los gestos esos disparos de bronca o de malestar. Con respecto a la segunda parte de la pregunta, lo interesante para actuar es la complejidad. Cuando las cosas tienen una sola capa –como por ejemplo, si no se quieren y están en conflicto, o se quieren mucho y no hay ningún problema– se vuelven poco interesantes. Lo interesante son las distintas capas.

–¿La ambigüedad?

M. O.: –La convivencia de esas cosas, porque no es ambiguo: se quieren mucho y, a la vez, por momentos se tienen mucha bronca, envidias y celos. Eso convive. Lo amoroso tiene una preponderancia pero cuando el otro estalla se siente y se nota.

–¿Consideran que todos los personajes tienen algo de “adorables”?

M. M.: –Absolutamente. Yendo a lo que dice María, todos se ven lindos, buenos y adorables a sí mismos y a los demás también. Después, hay una cuestión que tiene que ver con el imaginario de cada uno. Cada uno espera del otro algo que tiene que ver más con uno que con el otro. Eso es lo terrible, es una de las bases de posibles desencuentros. Raras veces el otro tiene que ver con lo que uno espera. El problema es cuando uno se pierde de mirar el otro. Pero todos los personajes tal como están concebidos en el libro son adorables. La época es también adorable.

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