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Miércoles, 7 de octubre de 2009

OPINIóN

¿Un cine sin el autor?

 Por Roberto “Tito” Cossa *

Escucho y leo a críticos de cine elogiar con fruición una escena de El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. Uno de ellos la calificó de “memorable”. Es aquella que se inicia con una panorámica aérea de la cancha de Huracán, en pleno partido, y termina con la cámara siguiendo el recorrido de la pelota para meterse dentro de la tribuna.

Es, realmente, una escena sorprendente, de esas que sacuden al espectador. Ahora bien, ¿cuál es el verdadero motivo del impacto? Cualquiera de nosotros ha visto escenas tan vistosas como ésa, inclusive mucho más espectaculares, con técnicas más avanzadas. El cine norteamericano se regodea con imágenes donde la técnica es abrumadora: hombres que vuelan, ciudades enteras que estallan, ejércitos medievales de diez mil hombres. En fin, el cine moderno todo lo puede. Hasta en algunos avisos publicitarios se ven secuencias de una técnica más deslumbrante que la del film de Campanella.

Entonces, ¿por qué nos pega tan fuerte? ¿Cuál es el motivo del impacto? El tecnicismo vale, desde ya, pero la fuerza de la escena está en cómo el director la ubica en la historia, como continuidad –y excelente remate– de la que, para mí, es la mejor secuencia de la película.

Recordemos: el personaje de Darín anda detrás del asesino de una joven mujer. Tiene un sospechoso, su foto, y el único dato para identificarlo son unas cartas escritas por el presunto culpable. Las cartas están plagadas de apellidos de personas que no parecen tener conexión alguna entre sí. Hasta que los nombres son identificados por un borrachín de café (un David Di Nápoli impagable). Se revela que los apellidos pertenecen a jugadores de Racing de todas las épocas. Con esa abrumadora memoria que tienen los fanáticos del deporte recita uno a uno el identikit futbolero de los jugadores. Ahí está la pista: el asesino es una hincha fanático de Racing. De inmediato, la secuencia de marras: el estadio de Huracán –local en un partido clásico contra la Academia– y Darín y su compañero Francella descubren al asesino entre la barrabrava de Racing.

Es una virtud de la técnica, sin duda, pero la escena se enaltece por el significado que tiene en la historia. Es decir, virtud también de la narración. Es decir, del guión como relato preexistente. Es decir, del autor. Es la narración la que potencia la imagen con su carga de sentido.

Este es, a mi modesto juicio de mero espectador de cine, el problema de muchas películas del llamado, difusamente, “nuevo cine argentino” o “cine no narrativo”. Pareciera ser que los jóvenes directores parten de la imagen, se enamoran de ella, de un espacio, de un paisaje y después pergeñan la historia. Eso, cuando hay historia. Someten la narración a la imagen. Y no al revés.

No creo que el impulso de Orson Welles para filmar El ciudadano haya nacido del deslumbrante castillo donde Kane pasa los últimos días de su vida. Welles, dicen, se inspiró en un personaje real, un magnate del negocio periodístico. Y contó una historia. Y es muy probable que la narración haya conducido la cámara al castillo.

Está ocurriendo con el deslumbramiento por la imagen lo mismo que antes ocurría con el apego por la palabra. Así sucedió en el teatro. Autores que se enamoraban de un discurso, de un concepto, y los forzaban para introducirlos en la historia. Las palabras cobran fuerza sólo cuando nacen de la acción, es decir, de la historia. El monólogo de Hamlet es un gran poema en sí mismo, pero se constituyó en un emblema de la cultura universal porque forma parte de una historia poderosa y aparece en el momento justo. Mérito de la narración. Mérito del autor.

Muchas veces los directores parten de historias ajenas, pero no saben cómo entramarlas. En algunos casos, carecen de oído para los diálogos. O están cargados de imágenes, de paisajes y de sensaciones íntimas que no pueden convertir en historia. Esa es la tarea del autor. ¿Por qué no recurrir a ellos?

De todos modos, la película siempre pertenecerá al director.

* Dramaturgo. Actualmente tiene dos obras en cartel, Cuestión de principios y Angelito, un cabaret socialista.

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