GABRIEL CALDERóN Y LA PUESTA DE MI MUñEQUITA (LA FARSA)
El actor, director y dramaturgo uruguayo relata la forma de trabajo del grupo Complot, que elabora la creación no sobre las coincidencias de sus integrantes sino sobre sus diferencias. “Tiene un valor en sí mismo y es más democrático”, dice.
› Por Cecilia Hopkins
Hace seis años, cuando tenía 20, el actor, director y dramaturgo uruguayo Gabriel Calderón estrenó Taurus, una obra que, a pesar de no convocar demasiado público, fue nominada por los críticos a un importante premio nacional. No obstante, su consagración ocurrió hace cinco años, cuando decidió poner en escena una pieza que había escrito a los 17. Mi muñequita (La farsa) fue invitada a hacer funciones en trasnoche en el mítico Teatro Circular, donde se transformó en un éxito de público y crítica, con otras seis nominaciones al mismo premio nacional. Es ésta la obra que estrenó en el marco del FIBA (repite hoy a las 22) en Elkafka, Lambaré 866.
Suena el tema de Cría cuervos, la película de Saura, pero en versión remixada y se presentan, bailando, los personajes del drama: el padre, la madre, el tío, la hija y su muñeca, una suerte de alter ego. El mayordomo es quien tiene a su cargo el racconto de los detalles de la virtual desaparición del grupo familiar. Este relato es el marco de una sucesión de escenas de violencia verbal y sexual contra la niña y su muñeca, además de la serie de asesinatos que se producen atizados por un sentimiento de venganza generalizado. En una cuerda paródica, el espectáculo aúna crueldad y humor. El elenco está integrado por Dahiana Méndez, Cecilia Cósero, Cecilia Sánchez, Jujola Bossio, Mateo Chiarino, Leonardo Pintos y Ramiro Perdomo.
Desde hace tres años, Calderón tiene su propia compañía, Complot. Pero ese grupo no está compuesto por gente que comparte puntos de vista sino más bien todo lo contrario. Según explica, su grupo está conformado por artistas que tienen, cada uno, su propia estética: “Nos gusta disentir, trabajar sin respetar ningún decálogo estético-formal”, explica Calderón, junto a Ramiro Perdomo, con quien codirigió Mi muñequita. Ambos coinciden, eso sí, en definir el espíritu de la compañía: “No queremos tener un posicionamiento estético-ideológico ante el mercado cultural”, explican. “Tampoco queremos convertirnos en una institución, porque entonces vamos a cristalizar nuestros puntos de vista, que es lo que le pasa a la mayor parte del teatro independiente de Montevideo. Nosotros queremos estar en un grupo sin perder por eso la libertad individual. Y queremos contradecirnos, no buscar la coherencia”, concluyen.
–Los grupos suelen formarse por afinidad entre sus integrantes...
–Sin embargo, la idea nunca fue juntarnos por tener una forma parecida de ver el teatro. Juntarse por afinidad es algo natural. En cambio, nos parece que tiene un valor en sí mismo, y es más democrático, esto de reunirse entre gente que piensa diferente y sentar las bases del trabajo sobre esas diferencias.
–¿Cómo son los espectáculos de Complot?
–Nuestros espectáculos intentan generar un conflicto en el público. No queremos que todos salgan pensando lo mismo sino acrecentar los diferentes puntos de vista.
–¿Cuáles son las diferencias que lo separan de su co-director, Ramiro Perdomo?
–Su teatro es muy metafórico desde lo visual y siempre tiene toques de absurdo. Y a mí no me gusta el absurdo, pero lo que él hace es, desde su visión, favorecer el juego en escena. Y eso a mí me fascina.
–¿Y cómo definiría su propia estética?
–En estos años fue cambiando, pero podría decir que en un momento me incliné por el hiperrealismo. Me gustaba mostrar que en el teatro todo es falso, que se viera el juego de la representación. Ahora, en cambio, trato de contar historias que sostengan una ficción como verdadera.
–¿Qué es lo que más define a sus puestas?
–La expresión de la violencia y el deseo de mostrar lo obsceno, todo aquello que no debería verse en el escenario.
–¿Qué es lo que no puede ser mostrado hoy en día?
–Lo ficcional ocurría antes en el teatro. Ahora se ficcionalizaron la política, las guerras, la televisión. Entonces al teatro le queda mostrar lo verdadero. El teatro como espacio de verdad puede mostrar, por ejemplo, cuerpos tal como son, sin photoshop.
–¿Mi muñequita es otra obra sobre una familia disfuncional?
–Sí, desde lo anecdótico es una más. Pero en Montevideo tuvo un significado especial porque no había teatro hecho por gente de nuestra edad. Hasta el momento, los directores más jóvenes tenían 40 años. Fue una obra bisagra: a partir de ahí, los teatros empezaron a llamar a directores muy jóvenes y se llenaron las salas. En la obra, los padres son los responsables directos de lo que les pasa a los hijos. A los 20 años, nosotros nos animábamos a mostrar cómo los defectos de una generación se pasan a otra. Y lo hacemos con humor, con desparpajo y mucha energía.
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