Miércoles, 9 de diciembre de 2009 | Hoy
ENTREVISTA AL ESCRITOR CARLOS SALEM, DEFENSOR DE LA “CERVEZA–FICCIóN”
Novelista, poeta y cuentista, el argentino se radicó en España hace veintiún años. En su bar, lo “descubrieron” por el comentario de una parroquiana que sabía de su obra.
Por Facundo García
No hay regresos, el viaje es siempre de ida; lo saben los duros y los que estuvieron enamorados. Y lo sabe el escritor Carlos Salem: se fue de Argentina hace veintiún años y ahora anda otra vez por acá, con un puñado de personajes que se están haciendo conocidos a fuerza de acompañarlo en sus aventuras nocturnas. Leerá mañana a las 19 junto a Leonardo Oyola en Eterna Cadencia (Honduras 5574); y el jueves –en el mismo horario– presentará todos sus libros en la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), acompañado por Juan Sasturain y Gabriela Cabezón. Por las dudas y para tranquilizar los ánimos, él promete no salpicar con sangre a nadie. Pero eso está por verse. Poeta, autor de novelas policiales y cuentista, Salem se define como “argeñol”. Desde esa impureza, atenta contra las camarillas que reparten herrumbre en el mundo de las letras. Les dispara con tramas vertiginosas y así defiende, un poco en broma y bastante en serio, los principios de la “cerveza-ficción”. Estos axiomas sostienen, entre otras cosas: “No hay principios. Ni siquiera finales”; “no es necesario ingerir bebidas espirituosas para escribir (pero ayuda cantidad)”; “aunque no todo acabe en un bar, debe comenzar en un bar o referirse a un bar aunque sea en el recuerdo”; y “la posteridad no existe”. “¿Tomamos unas copitas?”, invita él, y así abre los portones de su universo literario.
–Al fin un apologista del relato canalla...
–Es que la solemnidad mata a la literatura y la obliga a tomar Viagra para pasarla bien. No sé cómo será aquí, en España hay un anquilosamiento tremendo. El otro día le pregunté a una amiga muy reconocida por qué no escribía con más sexo y humor. ¿Sabe lo que respondió? “Me costó diez años que me tomaran en serio. No voy a arruinarlo.” Por eso hay algunos “literatos” que escriben como si nunca los hubiera dejado una mina, como si sus personajes no cagaran. Yo voy en otra dirección. Uno de mis personajes, por poner un caso, es un niño que admira a Superman. Claro que sólo desea tener uno de sus poderes, la mirada de rayos equis. Quiere eso, claro está, para mirarles la bombacha a las chicas. Sé que él está interesado en eso porque es lo que me sucedía a mí a su edad. Es decir, los chabones que imagino sí cagan, piensan en sexo y tienen hambre. Si ocurre en la vida, ¿por qué no va a ocurrir en un párrafo?
El entrevistado le prende velas a Cortázar, a Raymond Chandler y al gordo Soriano. Desde ese panteón camina con balance de equilibrista, por un cable que flota sobre un océano de delirio y humor. El punto de llegada es un estilo atorrante y personal, salpicado de reflexiones. “Eso sí, no hago trampas –jura–. Nadie se despierta en la última página para darse cuenta de que todo ha sido un sueño. Vale, es un poco loco decir que un viejo se cree que es Gardel y quiere matar a Julio Iglesias (N. del R.: se refiere a uno de los personajes de su novela Viaje de ida, que publicó Salto de Página). No obstante, si ese asesino tiene que subir al quinto piso, no lo voy a hacer flotar, va a tener que subir por una escalera o un ascensor. Se va a cansar y va a estar transpirado si le ha tocado correr.”
Lo cual es un problema, porque Salem va con sus seres a cuestas. Y no debe ser cómodo cargar con una tropa de invenciones sudando la gota gorda, sobre todo si uno ha agarrado el vicio de entenderlas y dialogar con ellas permanentemente. Alrededor de su pañuelo revolotea el borracho Poe, que toma más de lo que escribe y se llama así porque es “mitad poeta y mitad hijo de puta”. Por la misma zona se pasea Octavio Rincón, ex burócrata que un buen día abandona trabajo y matrimonio y se vuelve trotamundos en Marruecos. El trío se completa con Arregui, un detective “de mano pesada y melancolía aún más pesada”. En realidad, su enjambre de criaturas es mucho más grande e incluye a varios argentinos. El los aguanta e incluso jura que podría escribir biografías enteras sobre cada uno de ellos. “En general, son gente arruinada que sin embargo conserva un resto de dignidad”, explica.
–Usted escribe con muchos argentinismos, pero lo leen en España y Francia. ¿Cómo son sus lectores?
–Allá me dicen que soy argentino y acá que soy muy español. Como sea, una de las cuestiones que me sorprendieron es que además del público policial clásico, me leen muchas personas que vienen de otras movidas. También muchas mujeres, lo que por suerte ¡da de comer y de follar!
–Es curioso este enganche de las lectoras, porque usted escribe desde la masculinidad...
–Debe pasarles como a nosotros, que nos entusiasmamos con las charlas de ellas cuando intuimos que esas conversaciones van a develarnos algo sobre cómo son. Escribo para no pegarme un tiro y lo hago desde los códigos masculinos, es verdad. En mis historias está, por ejemplo, la amistad entre tipos. Supongo que las chicas leen eso y se sienten atraídas por esas ganas de conocer lo distinto.
–La rutina de los hombres de ciudad se ha “feminizado” tanto que la película El club de la pelea se ha vuelto mucho más vigente que hace una década, cuando se estrenó. Frente a ese panorama, una colección de cuentos titulada Yo lloré con Terminator 2 no deja de causar simpatía y hasta adquiere cierto tufillo reivindicatorio...
–Es que todo eso de los metrosexuales a mí me pareció una negación. El hombre de estos tiempos no debería ser un tipo que copie los códigos de las mujeres ni que imponga los suyos, sino que trate de entender. Es una cuestión de sensibilidad. De lo contrario, vamos a ver cada vez más libros y ciudades llenas de yuppies bien peinaditos con sus cosméticos a cuestas, ametralladoras de repetición en la mano y ninguna preocupación por lo que le suceda al resto.
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