EL PúBLICO SE ENCUENTRA CARA A CARA CON SUS íDOLOS
La zona de cruce entre los fans y las celebridades suele ser la playa, un espacio de exposición que asume sus propias claves, al tiempo que destila miserias no siempre difundidas. El bombardeo publicitario permite seguir un cronograma de los “eventos con famosos”.
› Por Facundo García
Desde Mar del Plata
La expresión es conocida y suele salir de bocas porteñas: “¿Por qué los de las provincias se meten en semejante quilombo de gente?”. A pesar de que dar una única respuesta no es sencillo, sí está claro que Mardel ofrece la chance de asomarse a la vida cosmopolita, a lo que se suma la posibilidad de conocer personalmente a las estrellas de la Capital. Esa doble ansia marca la diferencia respecto de otros destinos; y el eje del cruce entre los fans que habitan el país profundo y las celebridades suele ser la playa, un espacio de exposición que asume sus propias claves, al tiempo que destila miserias no siempre difundidas.
Entre las reuniones que concentran más afecto están las de las figuras de radio con sus oyentes, aun cuando por cuestiones de distancia los escuchas más alejados deban recurrir a la web para seguir las emisiones a lo largo del año. Página/12 visitó a Andy Kusnetzoff, que estaba transmitiendo Perros de la calle por la Metro a escasos metros del mar y era seguido de cerca por simpatizantes de todas partes. ¿Hay algún tipo de preparación para esa reunión anual con los que están del otro lado? “No, aunque es una instancia genial, porque durante meses estás sin saber bien a quién le estás hablando”, reflexiona el conductor. También reconoce la identidad pública que ha construido a través de ese medio. “Con la tele se alcanza popularidad, eso está claro. De cualquier modo, pienso que lo que te da la radio es la oportunidad de que los demás sepan realmente cómo pensás. Te termina de dar entidad”, resaltó. Sabía de qué hablaba. Un círculo veinteañero lo rodeaba para sacarse fotos y conocer al resto del equipo, con una confianza fruto del vínculo distante y simultáneamente cotidiano. “Es que crecimos con él”, exageraban.
No todos los encuentros son tan plácidos. El mismo día, haciendo la previa de uno de los infinitos desfiles que surgen aquí y allá, Héctor Vidal Rivas –asesor de imagen de Mirtha Legrand desde hace tres décadas y media– ultimaba detalles junto a su hija Manu. Dice ella: “A veces, la tarea nuestra es contener un poco a las modelos, porque el verano genera un estrés superior al de las mujeres corrientes que tienen miedo de mostrar su cuerpo en la playa. La experiencia me enseñó que, más allá de que son profesionales, ellas están llenas de inseguridades. Necesitan que estés diciéndoles permanentemente que la ropa les queda divina, porque si no se te decaen”. La entrevistada recalca que el público argentino es especialmente intimidante. “Es que acá podemos ser muy crueles –evalúa–. Es difícil que una argentina reconozca que otra tiene buen culo, por poner un caso. Y entre colegas, las modelos suelen ser hirientes de verdad.”
A su turno, Vidal Rivas padre confiesa que nadie está a salvo de pasar papelones en esa “salida a escena” que son los meses de calor. El mayor que recuerda fue en la segunda edición del tradicional Mar del Plata Moda Show. Ante más de 10 mil personas, la conductora dijo: “Son los aromas de la primavera”, y su compañero le respondió con un “yo no fui”; a lo que ella contestó: “Yo tampoco”. “Inolvidable. Un bochorno de proporciones”, sentenció el diseñador. En cuanto a la Legrand –que por estos días es considerada por muchos un estandarte de la democracia gracias a un imbécil que le arrojó una botella de plástico en un escrache–, declara que está cada vez más relajada con respecto a su apariencia estival. No porque no tenga solución sino porque “cada vez se adapta con más facilidad. Los que trabajan con ella le conocen las medidas de memoria, y eso colabora”.
Como de costumbre, los que quieren a la veterana aguardan desde las diez de la mañana para verla salir a saludar muchas horas después. Hay, por supuesto, quien elige direccionar su cholulaje en otras direcciones. Es que los eventos “con famosos” abundan, y seguir el cronograma sin moverse de la playa es sencillo porque al bombardeo publicitario se añade el hecho de que a esta altura las conexiones WiFi son un must de cualquier parador. Con todo, el correr de los días y los desfiles deja claro que cualquier idealización de la farándula es una zoncera. En los vestuarios, sin ir más lejos, reina una buena onda medio extraña. Las chicas en bikini rajan la tierra. El ojo atento, empero, nota que hay menos angustia en cualquier señora tucumana, jujeña o salteña que se sienta a un costado de los focos. Errores mínimos como un poco de celulitis levantan una sarta de comentarios que no por estar dichos a media voz son menos agresivos.
Mientras cae el sol, la masa veraneante deja las lonas y las toallas para acercarse al enésimo show fashion. Una piba hermosa –dar nombres sería una bajeza, baste anotar que supo tener sus quince minutos de fama– viene desfilando rumbo al sector destinado a la prensa. Cuando está cerca, los reporteros la llaman para que ofrezca una buena perspectiva de su cara y de su cuerpo. “Eh, mirame acá. ¿A ver una risita?”, le grita uno. La chica gira la cabeza y obedece. Brilla un flash. “Acá”, pide otro. Ella vuelve a girar y chispea otro flash. Finalmente un tercer fotógrafo le suelta un “¡A ver, mirá para acá, fracasada!”. La chica se da vuelta por reflejo y, por un microsegundo, su risa se tiñe con una mínima pero concentrada gota de amargura. Tras la duda, prevalecen las ganas de quedar, y entonces ella imposta el gesto de alegría y se aleja, caminando con andar felino. Sonriendo. Siempre sonriendo.
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