Mientras sigue avanzando con un paso más firme y ruidoso que el de los Angeles del Infierno por las rutas californianas de los ’60, se acomoda en el segunda puesto de la taquilla mexicana y se acerca estrepitosamente a un nuevo record histórico de taquilla en China, Avatar sigue dando de qué hablar por fuera de las boleterías y de los preparativos para la nueva entrada que los Globos de Oro tendrán este domingo. El eje de las críticas y discusiones es, cuando menos, filosófico, si no político. Los más duros conservadores estadounidenses reclaman el modo en que se pinta a los norteamericanos, como codiciosos explotadores de nativos (incluso en otro planeta), guarecidos detrás de sus tropas de marines. Del otro lado, el progresismo propone que la película es racista. En el medio, los lobbistas antitabaco se comen las uñas y los críticos literarios denuncian plagio de una novela de ficción rusa. Los avatares del éxito, curiosamente, impulsan así a Avatar a otro nivel de exposición, por fuera de las pantallas, donde se perfila como la primera película con posibilidades reales de batir el record de recaudación de Titanic (también de James Cameron), desde 1997. El problema más reciente tiene que ver con Sigourney Weaver, y los históricamente intrincados atacantes del tabaco, que se quejan de que siga fumando en un futuro planteado dentro de 150 años. Siguiendo por el costado clínico, otros tantos reclaman porque la proyección 3D del film genera dolores de cabeza, lo que ya los especialistas de la oftalmología explicaron: la proyección en ese sistema, al requerir un mayor esfuerzo mental, produce más fácilmente dolores de cabeza.
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