Sábado, 23 de enero de 2010 | Hoy
CONTRASTES EN LA SEGUNDA NOCHE COSCOíNA
Pablo Milanés, que cantó a las 3 de la mañana, tuvo una actuación deslucida. Pero fue una noche de grandes momentos, gracias a Víctor Heredia, Inti Illimani y Jorge Fandermole, entre otros.
Por Cristian Vitale
Desde Cosquín
Para cierta mirada, la segunda luna cosquinera versión 50 años era la más atrayente. Esa mirada que constituye un sentido por fuera de lo que es impuesto, de lo que ametralla desde la bendita tríada managers–productoras-medios, de lo que se autoasume como dominante atado a una causa también dominante: el mercado y su inercia con ruido a nada. La mera mención de nombres lo explica mejor: Víctor Heredia, Paola Bernal, Jorge Fandermole, Inti Illimani, Arbolito, Pablo Milanés... todos ellos, a su manera y en su lugar, genuinamente insertos en un imaginario popular que excluye lo urgente. Seguramente, como Spinetta en el rock, no garantizan gruesos números de taquilla, pero sí la permanencia en presente de una historia.
Una vista aérea a la Próspero Molina también lo explica bien: no hay la imponente cantidad de gente que asistió al debut ni tampoco la que había ayer cuando Jorge Rojas –contracara clara– llenaba la noche de artificios. Hay claros, y bastantes. En las tribunas y en las butacas del piso llano. Pero hay un entusiasmo sensible y pasional entre quienes están. No es, el que está, alguien que se va a llevar puesta la vida en una noche para al otro día levantarse como si nada. Es, más bien, el que vivirá la noche para atesorarla. Para hacer de lo vivido una militancia. Un contagio. Un deseo de incluir al otro.
Así de fuerte fue la sensación en la previa y así, también, en el final. Aunque un detalle, tal vez inesperado, le haya quitado lustre al brillo parejo de lo que venía sucediendo: Pablo Milanés. Sí, el viejo y gigante fundador de la Nueva Trova Cubana. La actuación del cantautor tuvo todos los componentes que nadie quería ni esperaba. Fue deslucida, apagada, desabrida. Emocionó, por naturaleza, porque este público siempre se emociona, al cabo. Pero una voz, una voz que en el pasado rozaba lo impoluto, emergió ronca, cansada. Desganada. Tal vez la fiebre que el bueno de Pablo puso como excusa para no ofrecer el bis pedido; tal vez los años o el largo viaje; tal vez subir a cantar a las tres de la mañana, a su edad; tal vez los últimos coletazos de un titán de la canción popular, tal vez... pero ni “Yolanda” se salvó. Pablo cumplió con el contrato como pudo, sereno, transpirado y con la mirada triste. Y se fue con un escueto agradecimiento: “Es un honor para mí que me hayan invitado a este aniversario”.
Punto bien aparte: el resto de la jornada fue impecable. A tono con lo dicho. Heredia con su experimentada banda de años y ese puñado de canciones que nunca fallan: “El viejo Matías”, “Sobreviviendo”, “Ojos de cielo” y “Todavía cantamos” más una intensa versión de “Alelí” con Horacio Durán –nada menos– en charango; y otra de “Demasiado”, que hizo clavar la mirada en el piso a los guardianes de la platea con su frase input (“Cuanta policía tapándote el sol”) y su introducción presonora: “Eso de bajar la edad de quienes cometen hechos delictivos no va a ayudar en absoluto. Esos chicos son víctimas primero, antes que victimarios. ¿Qué tal les iría si, en vez de un cigarro de paco, tuvieran un lápiz en la mano?”, dijo Heredia antes de la conmovedora versión de una de sus canciones más nuevas. Segundo: Federico Pecchia, joven guitarrista yupanquiano, solitario. Ganador del Pre Cosquín por Capital Federal. Un monstruito con destino de monstruo en la senda de Atahualpa. Buen gusto, mejor digitación y una versión del “Carnavalito del duende” que arrancó al público de las butacas.
Tercero: Inti Illimani, el histórico, por primera vez en Cosquín. Poco tiempo, pero mucha vibra. Nomecladora latinoamericana. 42 años haciendo. Chile, Colombia, Cuba y todo el NOA amerindio besando las sierras. “Siempre quisimos estar en Cosquín, y ya ven: no hay deuda que no se pague”, dijo Horacio Salinas, guitarrista y director, desde escena para entregar un repertorio fuertemente rítmico. Más de fiesta que de introspección: “Alturas”, instrumental de impronta andina; “Un son para Cándido Portinari”, hecha por ellos pero universalizada por Mercedes Sosa (otra vez homenajeada); “El mercado de Testaccio”, con su aura de música popular italiana; “Arroz con Cocolón”, ¡percutida con un rayador!; la levantamuertos “Samba Landó”, y su reivindicación de la negritud; y una versión del tributo de Víctor Jara al Che (“El aparecido”), que pidió, en una voz anónima, un cobijo para el Chile que se viene: “¡Viva Salvador Allende, carajo!”
Cuarto: Jorge Fandermole. ¿Cómo no abdicar ante esa bellísima versión de “Oración del Remanso”? ¿Cómo no dedicarle la mirada a una estrella y tragarse el aire de un suspiro ante ese matiz de matices? Quinto: Paola Bernal, la de Cosquín. La de la voz llena y segura. Hiriente y dócil. Ella y un bombo. Ella y una caja. Ella y dos bailarines lisérgicos (una y uno), que le pusieron la cuota de atrevimiento y riesgo a una tendencia en general “respetuosa”: la de las delegaciones provinciales. Ella y una versión de “Piedra y cielo” (Yupanqui) imposible de olvidar mañana. Ella y “Los hombres son como los ríos”, y su ser expuesto en desgarro. Sexto: Arbolito. Color y fiesta sabida. Número puesto para el devenir si es que la marea no cambia. Seis ramas diversas, con su propio latido, pero nacidas de un tronco común: el de una identidad con la vista puesta en el futuro. Y Pablo, el querido Pablo, dejando asentado que de poeta impecable resulta tan solo un hombre. Es vivir.
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