Domingo, 12 de septiembre de 2010 | Hoy
OPINION
Por Eduardo Fabregat
Es un destino circular /
que gira en el mismo lugar.
Federico Moura, 1986
A uno lo empiezan a acosar el aburrimiento, el hartazgo, la sensación de que no se puede estar machacando al lector siempre con las mismas cosas. Pero es que la realidad se empeña: ni siquiera se cumple un mes de la publicación de la columna “Controles” en estas páginas, y ya hay que volver a barajar los mismos conceptos. Sabíamos que la Buenos Aires de Mauricio Macri no estaba buena, pero además es repetitiva hasta la exasperación.
La exasperación, y la indignación. Leticia Provedo tenía 20 años. Ariana Lizarraga, 21. Según Horacio Rodríguez Larreta, el tipo que tiene que salir a dar la cara mientras su jefe disfraza de “actividad oficial” el paseo europeo con su prometida, las chicas hicieron un “mal uso de las instalaciones”, con lo que además de víctimas son responsables de su propia muerte. Porque el Gobierno de la Ciudad, según lo presenta el funcionario, hizo todo bien: Beara estaba habilitado, repitió una y otra vez. Había sido inspeccionado nueve veces, remarcó, sin darse cuenta de que esas afirmaciones son el más crudo testimonio de la ineptitud del Estado ciudadano. Alguien miró para otro lado, alguien no supo advertir el peligro de un entrepiso de durlock, alguien se llevó un billete, alguien no constató que lo que aparecía en la página de Internet del gobierno como “salón de fiestas privadas” se autodenunciaba en la misma página del boliche vendiendo entradas para eventos abiertos al público.
Y aquí estamos de vuelta, contando muertos y heridos.
“No se le puede exigir al gobierno que chequee cada ascensor de los edificios de la ciudad para ver si es correcto su funcionamiento”, dijo Marcos Peña, secretario general del Gobierno de la Ciudad, mientras en Roma su jefe pensaba los 140 caracteres de pésame a los familiares de las víctimas. Es curioso: cuando Aníbal Ibarra dijo algo muy parecido, los representantes del PRO se indignaron muchísimo y exigieron, impulsaron, el juicio político que se llevó puesto al jefe de Gobierno. En uno y otro caso, tampoco se pide tanto: no se pide que lo observen todo, quizá alcance con que alguna vez hagan bien el trabajo de controlar boliches o edificios (y ya que hablamos de ascensores, que le pongan un ojo a los del Centro Cultural San Martín, que además depende directamente del GCBA). Bueno, en tren de pedir también estaría bueno que, ante la repetición de “desastres evitables”, dejaran de lado el modus operandi de intentar lavarse el culo en público en vez de hacerse cargo de las cosas.
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Bienvenidos, entonces, al túnel del tiempo circular, que no viaja a diferentes lugares sino que vuelve una y otra vez al mismo punto. Como en enero de 2005, la luz pública vuelve a revelar tramoyas que tienen que ver con la habilitación de locales bailables “clase C”. Una de las enseñanzas de República Cromañón fue que había un esquema corrupto de inspecciones, controles y habilitaciones que debía ser desmantelado. Los actuales gobernantes cosecharon votos prometiendo que sería una de las muchas tareas que desempeñarían con eficiencia, pero seis años después el esquema parece intacto. Es la única inferencia posible ante un local que fue inspeccionado nueve veces pero se vino abajo. Los funcionarios pretenden que hubo un mal uso de las instalaciones, pero en rigor hay un mal uso de las inspecciones. Se clausuran locales porque no hay máquina de preservativos en los baños, pero permanecen abiertos los que tienen un encargado que le indica a su empleado en negro que ponga las mesas en el medio del entrepiso, para que no se junte allí la gente porque todo está atado con alambre.
Un par de semanas atrás, el gobierno anunció con pompa y boato que se les entregaban habilitaciones a veinte salas de teatro independiente. Hay al menos 130 que siguen esperando que alguien les dé pelota, que destrabe un poco la maraña legal en la que fueron enredados: será que los teatristas se resisten a transitar los caminos de la viveza criolla que conducen al permiso fácil que disfrutan otros.
(Si los mirara con ojos de inspector, ¿habilitaría el Gobierno de la Ciudad tantas escuelas al borde de la ruina edilicia?)
Con las orejas aún ardiendo por el papelón del micropogo en River, los funcionarios pretendieron tomarse revancha: el entrepiso de Beara se vino abajo por culpa de los pogueros, esos infiltrados chavistas K que saltan al grito de “Macri, basura, vos sos la dictadura”. El derrumbe en Palermo, estas dos nuevas muertes jóvenes vienen a certificar que los problemas de fondo permanecen, y el arte de la excusa también. ¿De qué sirvió la ola de clausuras que barrió con infinidad de lugares de trabajo de artistas y su entorno, si al retirarse el agua quedó la misma resaca de siempre? ¿Quién puede garantizar que hoy Cromañón no tendría “todo en regla”, de acuerdo con las reglas con las que juega esta administración? Si el túnel circular nos depositara en el 30 de diciembre de 2004, ¿no diría Rodríguez Larreta que en la discoteca de Once se hizo un “mal uso de las instalaciones”, no diría el sitio saliseguro.gob.ar que “el lugar no registra clausuras por incumplimiento de medidas de seguridad ni por haber realizado actividades sin permiso en el último año”?
Flaco consuelo: al menos en 2004 no había Twitter.
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Sí, uno se harta de machacar con las mismas cosas. Más inexplicable aún debe resultar para los familiares de Leticia y Ariana, a quienes les vendieron que esta ciudad ahora sí es segura, ahora sí vigila los lugares donde los jóvenes entretienen su tiempo, y de pronto todo se viene abajo y les dicen que estaba todo bien y que en realidad la culpa es de las pibas que se pusieron a saltar donde no se debía, y les mandan un pésame en 140 caracteres desde la bella Italia. Y todos volvemos a leer las palabras Agencia de Control, boliche clase C, inspección, habilitación, y volvemos a ver funcionarios con cara de piedra practicando el innoble arte de tirarle la pelota envenenada a otro.
Un destino circular, girando en el mismo lugar.
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