Lun 15.11.2010
espectaculos

CREAMFIELDS CONVOCó A 50 MIL PERSONAS EN EL AUTóDROMO

El cuerpo, la estrella más brillante

› Por Luis Paz

No importa qué intenten las empresas de bebidas gasificadas para sus spots de cara a Brasil 2014: Creamfields es el más convocante casting posible. Todos están dispuestos a agudizar sus rasgos: estas piernas largas que ahí van, como anacondas en calzas empapadas de sudor; esta nariz de gancho convertida en soporte de unas lentes innecesarias; esas curvas abiertas que se cierran sobre sí para tomar el desvío hacia otra de las carpas que la décima edición porteña de Creamfields ofrece. El festival de cuerpos vuelve a empezar y la fiesta parece interminable.

Desde aquella inaugural edición en 2001 con cinco mil asistentes a estos 50 mil paquetes de electrones alborotados, el paradigma Creamfields cambió varias veces. Este año toca olvidarse de las luces y los colores en las prendas y dar por aceptada la era de las telecomunicaciones: si antes una musculosa con apliques de fosforescencia bastaban, hoy es un Blackberry la espada empuñada en una batalla que todos dan pero nadie admite: el intento alevoso de convertir el propio cuerpo en la estrella más brillante de un cielo de crema y humo. En estas trece horas, el Autódromo rebasa de llantas (de marca), cámaras (digitales) y (miradas) cubiertas; cualquiera de ellas tiene las condiciones actitudinales para ser promotora, cualquiera de ellos posee las prendas esponsoreadas para ser corredor de este circuito hacia ningún lugar... o hacia todos.

En lo climático y anímico, es la Creamfields más cómoda de los últimos años, y en lo musical combina los actos más ostentosos posibles (Paul van Dyk, David Guetta) con la presentación de un gurú (Fatboy Slim), productores en un buen momento (Calvin Harris, Richie Hawtin) y unos Faithless que con oficio evaden el obstáculo de que sus instrumentos hayan quedado en Chile. A la medianoche, el DJ alemán Paul van Dyk lleva al público de 0 a 80 en menos de un tema, confirmándose como uno de los tres o cuatro DJ más explosivos y populares de hoy en día.

Pero lo de Guetta es superlativo: con su oscilante oferta de electrónica pop de pulso sintético, su show es hipnótico e igualmente demandante para el cuerpo y la mente. Y desestructurante de la voluntad: futurista (del futurismo y del futuro) y autocomplaciente, Guetta dispone desde su balconcito en el escenario una serenata que obliga: “Poné tus putas manos arriba”, “Amá a Guetta”. Como virtual Cuarto Reich de una nación uniformada por el beat, dice cuándo cantar, cuándo mirar y cuándo sacudir el cuerpo como si el apocalipsis fuera aquí, ahora y nunca más. Y después, esa puesta colosal de luces y espejitos de colores: los cyborgs que salen a escena en el clímax de la noche, cerca de las 3 de la mañana, y que con disparos de láser y humo sin discreción terminan dejando en ridículo cualquier intento de puesta de escena del pop y rock.

Lo de Fatboy Slim se ve, en ese marco, algo desvencijado visualmente, aunque con un maná rockero que no se agota y un llamado a la solidaridad bailable fenomenal, con ese discurso disparado al mundo desde las pantallas: “El futuro está aquí” y es 2.0, cyborg y bailable, una red social donde lo que importa es la onda, ese concepto que vino a faltarle el respeto al estilo.

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