EL ROCK DE LAS DESIGUALDADES, AQUí Y AHORA
El semillero luchó por encontrar dónde hacerse escuchar, la primera plana del rock argentino permaneció invariable. Las visitas ilustres dieron la sensación de un año cargado, aunque pasó bastante poco. La buena noticia: la ley 3022 protegerá a los músicos.
› Por Luis Paz
La industria del rock argentino supo rápidamente que la década 00 sería diferente a la anterior. En 2001, la crisis social, económica, política y financiera partió al medio también al campo musical: para unos cuantos se replicaron los festivales masivos y para otros se pauperizaron la estructura de negocios y la infraestructura de servicios. Muy pocos zafaron del golpe. En eso andaba el rock argentino cuando el incendio en el boliche República Cromañón arrasó con los que quedaban cerca del suelo y les dio miedo de bajar a los que habían quedado flotando en sus nombres. Tras una década bipolar y sin movilidad social para las bandas, en 2010 el rock reprodujo ese mismo modelo. Si en 2001 la Argentina y su rock se habían fundido en un presente y, al parecer, en un destino común, diez años después y mientras el país se recompuso en parte, el rock vino a recordar qué puede suceder en un territorio que tiene la posibilidad de alimentar –también musicalmente–, a toda la región, pero no tiene a nadie que se haga cargo de los problemas de base. El rock argentino sufre hoy de una desigualdad escandalosa: una parte de su realidad muestra el brillo, la otra permanece cubierta de barro y sombras.
En 2010, las bandas y los solistas con más trayectoria dieron sus shows más convocantes, publicaron algunos de sus más logrados o ambiciosos discos y fueron receptores de todos los premios. Lo más triste, además de las muertes de Sandro y de Rubén Basoalto (Vox Dei), es la ausencia artística de Gustavo Cerati, por cuya presencia y recuperación también será tenida en mente a la hora de brindis. La del ex Soda Stereo, que recientemente pasó a una clínica de menor complejidad y comenzó a responder a estímulos térmicos, fue sin dudas la historia del rock en 2010. En el palmarés, se llevó todo por Fuerza Natural: siete premios Gardel (el de oro incluido) y tres Grammy Latino. Pero no fue el único solista con buena cosecha: Fito Páez y Charly García bancaron sus paradas con Luna Parks y como acto central del Bicentenario (Páez, en mayo) y del Festival por los Derechos Humanos (García, diciembre). Charly publica en estos días el postergado Kill Gil y Luis Alberto Spinetta, luego del imponente cierre de 2009 con sus Bandas Eternas en Vélez, acaba de publicar un monolítico box set de aquel show.
Entre los solistas de la primera línea, Andrés Calamaro se dio en On the rock el gusto sommelier de colaborar con una diversidad de músicos notables. Para Solo un momento, Vicentico se despojó de ornamentos y facturó una colección de hermosas piezas. Andrés Ciro, con Los Persas, editó un prometedor debut solista y revivió en el Luna Park la mística piojosa. Y si de bandas en su descanso eterno se trata, Skay Beilinson y el Indio Solari, pilares de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, lanzaron sus nuevos discos (¿Dónde vas? y El perfume de la tempestad) con sendas y masivas presentaciones. La del Indio en Tandil, única en el año, fue avasallante: hubo 80 mil personas en el hipódromo de esa ciudad bonaerense.
Ninguna banda pudo acercársele, excepto por Divididos en Tilcara. El trío viajó hasta Jujuy para estrenar Amapola del 66, que habiendo hecho esperar a sus seguidores casi una década, merecía una presentación de esa magnitud: el disco los documenta impecables y apareció señalado en encuestas y balances de la prensa rockera como el mejor de 2010. Un tanto más atrás, sobrevivieron mejor las bandas de finales de los ’80 que las de los ’90: Las Pelotas, Los Auténticos Decadentes y Los Ratones Paranoicos hicieron sus Luna Park a tope y Los Pericos revisaron clásicos propios y del reggae con invitados de la primerísima línea mundial del género. Las únicas de los ‘90 constantes en todo el 2010 fueron Catupecu Machu (imparables), Massacre y, más atrás pero con intentos igual de notables, Pez y Los Natas. Dispersos estuvieron La Renga y Babasónicos (por sus nuevos álbumes) y los reformados Viejas Locas (por los andariveles raros de su líder Pity Alvarez). Y para anotar quedó el debut de Jauría, el combo que encabeza el ex Attaque 77 Ciro Pertusi.
En medio quedan los ejemplos de los modelos de autogestión como los de Divididos, el Indio Solari, Skay, La Renga o Las Pelotas, partícipes al margen de la industria rockera argentina: músicos que por trayectoria pudieron tercerizar los servicios asociados al rock (sellos y productoras) en lugar de funcionar para ellos. Lástima que sea un modelo para muy pocos.
El rock argentino también es el que hacen los que trabajan en ropa de fajina, casi artesanalmente. Ese rock vivió un año tan azaroso como lo es llevar el mango para la comida al hogar. Los solistas y las bandas en emergencia –ese semillero que, con suerte, en años renovará las carteleras de recitales– deambularon entre los cierres de lugares y los cambios en la legislación de nocturnidad, con un entramado industrial que no los recibe porque no les puede sacar la plusvalía (y ni tiene interés en invertir en ellos) y los espejitos de colores de Internet, las redes sociales y el estudio hogareño, que vuelven gratuita la prensa, la grabación y la producción de un disco pero no exorcizan ninguna otra cosa. Y no mucho más: una clase media del rock argentino que en algunos casos durmió la siesta, en otros desanduvo sus pasos o se disolvió, y en un número muy pequeño logró dar más que un paso adelante. Pero una clase rockera media, al fin, que por suerte (y en salud) se vio ampliada con algunos casos, muy puntuales e incipientes, de expansión de posibilidades: Onda Vaga, El Bordo, Las Pastillas del Abuelo, El Chávez y Nonpalidece, entre pocas.
El pilar de la industria musical es la canción, entendida no como una porción de sonidos de tantos minutos sino como el formato poético y musical básico del fogón. Del mismo modo que las ventas de un best seller habilitan a las editoriales a publicar libros interesantes pero poco vendibles, el gran superávit de la canción permite que algunos se tomen el riesgo de apoyar experiencias menos tradicionales. En 2010 hubo bandas que se corrieron de las normas, con muy buenos resultados, aunque de realidades dispares: Los Natas, Pez, El Siempreterno, Brian Storming, Las Cosas. Pero también hay canción para rato, como Página/12 mostró en dos producciones, una con compositores y otra con cantautoras: Los Pérez García, Sol Pereyra, Superlasciva, Ivana Berenstein, Fede Kempff y Tarantinos o Julieta Sabanes podrían renovar el rubro.
Hace algunas semanas, una noticia alegró tanto a los laburantes de la canción, del rock y de la música en general como la actualización del salario mínimo a otros trabajadores. La ley 3022 fue reglamentada en la Ciudad de Buenos Aires y, con ella, el régimen de concertación para la actividad musical no oficial se estableció para resguardar los derechos de los músicos independientes. Esta ley y la de Servicios de Comunicación Audiovisual serán dos herramientas fundamentales, en años próximos, para que los músicos puedan sobrevivir (nada de lujos, ¡sobrevivir!) en su elección de vida y aporte a la sociedad, y para que se renueve el modelo de sustitución de importaciones. Si aquí hasta se hace buen reggae...
Las visitas tocaron de cerca las fibras emotivas. Lo de Paul McCartney en River fue estremecedor, la nación sónica celebró a gritos con Pixies, Pavement, Hallogallo y Yo La Tengo; metaleros hubo a montones, visitas del reggae, la electrónica y el mestizaje también. Del metro de aire que se formaba debajo de los cuerpos del pogo con Rage Against The Machine a las sutilezas de Jeff Beck, de la estética de Guns n’Roses a la antiestética de Primus, de Rush a AIR, Echo & The Bunnymen o Belle And Sebastian, las visitas fueron muchas, variadas y onerosas: al menos unos 18 mil pesos se necesitaron en el año para asistir a todos los shows que estaba bien recomendar. Y siempre pagando la entrada más barata.
Pero a partir de cierta estabilidad en el precio de los discos de artistas internacionales y de una cercanía cada vez mayor (y alarmante para los músicos locales) con los de las obras argentinas, fue un poco menos intrincado acceder a álbumes inevitables de la cosecha extranjera 2010. Entre Robert Plant (Band of Joy), Tom Petty y los Heartbreakers (Mojo), Arcade Fire (The Suburbs), Gorillaz (Plastic Beach), Broken Bells (epónimo), Ozzy Osbourne (Scream), Iron Maiden (The Final Frontier), Massive Attack (Heligoland), Black Rebel Motorcycle Club (Beat The Devil’s Tatoo), MGMT (Congratulations), The New Pornographers (Together) y alguna reedición de John Lennon, alguna recopilación de Bob Dylan en mono o los inéditos de Michael Jackson se armaría una batea bastante representativa de lo que sucedió en 2010.
Algunas bandas latinoamericanas también aportaron lo suyo. Calle 13 estiró su presentación en el Festival por los Derechos Humanos hasta la llegada de Charly García y fue la única en referirse a lo ocurrido con la comunidad toba de Formosa y en Villa Soldati. Entre el sonidero de su nuevo disco, Entren los que quieran, dichos extramusicales y amistades respetadas, logró despegarse del mal mote de banda de reggaetón para corroborar su real status urbano. Desde Chile cruzó el notable cantautor Gepe, desde Venezuela y desde Colombia bajaron el baile Los Amigos Invisibles y Bomba Estéreo. Y los uruguayos cerraron otro año de música de calidad y con variedad, con los rockeros No Te Va Gustar, los “bipolares” El Cuarteto de Nos y los cancionistas Cursi al frente.
La tensión entre ambos polos, “lo grande y lo chico”, fue bastante notoria en la Ciudad de Buenos Aires, casi como si se tratara de un tema geográfico. Los sitios pequeños menguaron luego del derrumbe en Beara y los medianos tuvieron que hacer reformas para funcionar mejor según la regla. Pero no trasladaron los costos solamente a sus consumidores sino también a quienes son prestadores de servicios: los músicos que tocan en bares y boliches. Por otro lado, el único lugar grande que quedó fue el Luna Park, con el Microestadio Malvinas Argentinas acomodándose, pero todavía con acceso complicado.
Luego, todo fue el Monumental del griterío vecinal (entre Paul, Bon Jovi y Jonas Brothers) o el predio de Costanera Sur al que mudó la “festivalitis” porteña tras la pérdida del Club Ciudad como reducto. En el final del año se reabrió Racing al rock y apareció el anuncio del Estadio Unico de La Plata para U2, pero habrá que ver qué pasa con las espacios, que antecediendo el año electoral se multiplicaron en los municipios de Buenos Aires y otras provincias: General Rock en Mendoza, Berazategui Rock y Morón Rock, el Rock del Valle en el noroeste y tantos otros más. Allá en el interior, el resistente Cosquín Rock cumplió 10 años e inaugura 2011 con... ¡todos!
En cuanto a los festivales, el de la gaseosa y el caliente, ocurridos en la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors en Costanera Sur, cambiaron la lógica del Club Ciudad donde supieron ocurrir. “Predio más chico” fue un eufemismo para “menos oferta”. Y “entradas más caras” fue la “mano invisible” que hizo bajar la demanda, una solución apoyada en la llegada de bandas de moda y otras geniales que nunca habían venido a tocar en la Argentina (Scissor Sisters, Phoenix, Green Day, Hot Chip, Massive Attack): lo mismo que sucedió en 2009, 2008 y 2007. Los shows de artistas internacionales ni compitieron con los de los argentinos: como en el inmediato post Cromañón, ver un show de bandas de menor convocatoria se volvió más intrincado y los conjuntos más convocantes concentraron sus conciertos en los meses de cambios de estaciones. Casi sin querer, los artistas de afuera taparon la conmoción interior de las bases del rock.
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