Sáb 18.03.2006
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PAUL MORRISEY HABLA DE ANDY WARHOL Y LAS VANGUARDIAS

“Soy parte del principio del fin”

El director de la trilogía Heat, Flesh y Trash, que fue la mano derecha de Andy Warhol, dice que “la posibilidad de plantarse como vanguardia no existe en un mundo en el que todo es aceptable”.

Desde Mar del Plata

Encontrar un artista independiente que se atreva a desafiar a las camarillas del arte “alternativo” no es cosa de todos los días: Paul Morrisey ha sabido hacer un camino imposible de rotular, manteniéndose alejado de los condicionamientos del mercado, pero también de las estéticas de otros realizadores fuera del mainstream. Poco antes de ofrecer la clase magistral pautada por la organización del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el neoyorquino que fue mano derecha de Andy Warhol durante la época de oro del pop mostró a Página/12 por qué puede ser considerado uno de los nombres clave de la cultura underground estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.

La charla empezó, como era de esperarse, por el cine. Veruschka-una vida para la cámara es el nombre del film de Morrisey que se presentó en los cines marplatenses por estos días. Durante 78 minutos, la cámara pasea por la vida de Vera “Verus-

chka” von Lehndorff, la primera mujer conocida mundialmente como top model. Lo que llama la atención en la historia narrada –además de la garantía de saber que cuenta con la participación de Ennio Morricone en la banda sonora– es la senda de expresión estética que Von Lehndorff fue encontrando a medida que adquiría experiencia en el modelaje. “Verusch-

ka fue una mujer que con su melancolía y seriedad germánicas descubrió en su profesión una forma de expresarse a sí misma y un arte escénico”, define el director.

De acuerdo con Morrisey, ese carácter de performer transforma a la modelo Von Lehndorff en alguien con una proyección a futuro que muchos no sospechan. “El arte del siglo XX no será recordado por sus novelistas ni por sus escultores. Será recordado por sus actores y performers, tal vez porque lo que hacen tiene que ver con la fugacidad del tiempo. En doscientos años –vaticina el director de Flesh– nadie recordará los libros de esta época: no valen la pena. Por el contrario, estoy seguro de que se volverá a las películas. Nadie va a olvidarse de Greta Garbo, James Dean, Marlon Brando, Grace Kelly o Marilyn Monroe.”

–¿Cree que el mundo de la moda todavía puede admitir estetas imprevisibles como Veruschka o cree que ese espacio de innovación ha desaparecido como posibilidad?

–No me siento la persona adecuada para hablar con propiedad del actual universo de la moda. Pero sí creo que la gente joven, especialmente las chicas, están mucho más interesadas en el mundo de la moda que en los actores o las actrices. Me parece entendible: la moda les ofrece un universo mucho más atractivo que los films.

–Más libre, quizá...

–Exacto. El cine se ha convertido en algo sobrecargado de fórmulas a partir de las ingentes cantidades de dinero que utiliza. En ese sentido, creo que la moda se adapta mejor a los tiempos que corren. Y sobre todo, me parece que en algunos casos todavía conserva alguna posibilidad de atesorar, de vez en cuando, algo del misterio de la belleza; aunque en general ese enigma que guardaba la gente bella ya no se encuentra en los medios. Y sí, seguramente todavía hay algunas chicas que pueden buscar y generar algo nuevo. Sin embargo, la tendencia es que las estrellas se acerquen al promedio, que sean simplemente gente “linda” que a veces actúa bien. No tienen ese misterio terrible que guardan una Garbo o una Sofia Loren. ¡Estoy tan cansado de la gente que solamente “actúa” más o menos bien! ¡Yo necesito ver algo más!

–Usted trabajó diez años con Warhol y tuvo contactos con varios grupos considerados “de vanguardia”. En un presente en el que el mercado se muestra dispuesto a absorber cualquier desafío que provenga del arte, ¿tiene algún sentido la búsqueda de innovación estética?

–La posibilidad de plantarse como vanguardia no existe en un mundo en el que todo es aceptable. Creo que la idea misma de vanguardias pertenece sólo a algunos campos del arte. Yo nunca creí que en el cine hubiera una vanguardia. Existió en pequeña escala en algunos directores europeos: gente como Fellini, un adelantado. Fellini fue el talento más grande de su era, y ni siquiera a él lo llamaría un vanguardista. Sus mejores películas fueron las más tempranas. Cuando se volvió experimental, todo su capacidad creativa –que era descomunal– se desdibujó. La noción de vanguardia es un concepto del mundo del arte, no del mundo real...y las películas pertenecen al mundo real. La vanguardia como valor absoluto no tiene hoy ningún sentido.

Las películas de Morrisey utilizan recursos más bien sencillos para contar historias crudas que no excluyen el sentimiento de piedad. “Ninguna de mis obras buscó ser ‘de avanzada’, más bien iban en sentido contrario, hacia atrás en lo que refiere a las formas”, confiesa el creador de Sangre para Drácula (1973). En sintonía con sus propuestas, los noventa vieron cómo los integrantes del movimiento Dogma95 proponían algunas formas de despojo y el regreso a las leyes estrictas como búsqueda creativa, oponiéndose a un clima intelectual cooptado por el deconstructivismo. En esa búsqueda, los nuevos cineastas encontraron en Morrisey y sus trabajos “ultranaturalistas” a un referente que venía trabajando sobre esos temas desde hacía décadas.

–¿Cuál es su relación con las reglas instituidas del arte y la política?

–Yo creo que las reglas son algo imprescindible para que la vida valga la pena. El problema es que hoy las reglas han sido reemplazadas por lo que se llama “licencia”. Uno tiene “licencia” para hacer lo que quiera. Eso es bastante destructivo, porque genera lo que estamos viendo: millones de personas (¡y películas!) se enfrentan al hecho de estar completamente vacías. Sin reglas nada funciona. Incluso a veces sucede que las reglas que nos parecen impuestas por el poder vienen dictadas por el sentido común.

–¿Y que pasó con esa generación –a la que usted pertenece– que en los cincuenta y sesenta se enfrentó al statu quo y se animó a soñar alternativas al vacío?

–La mía fue una generación terrible. Significó el principio del fin de la civilización, que empezó en los sesenta. Cada chico del mundo pensaba que era maravilloso, porque los medios le decían todo el tiempo que era maravilloso. En realidad, creo que yo soy de un poco antes, de la generación del cincuenta, cuando todavía había algo que se llamaba arte, algo identificable con el cine. Después vino una era de destrucción, que se llevó a la música, las tradiciones, los valores del cristianismo. Se intentó dar un baño al bebé y lo tiraron junto con el agua sucia que había quedado en la bañera. Se tiró todo a la basura y se terminó con ideas bastante fundamentales como la de la familia. Y todo porque se pensaba que ese impulso destructivo tenía energía. Pues bueno, resultó que creaciones como la bomba atómica también tenían energía.

–¿Siempre tuvo esa visión crítica sobre sus coetáneos o es producto de los años?

–Desde mis inicios intenté filmar películas que revelaran la estupidez de esa gente que creía que la tenía clara sólo porque vivía en un mundo de sexo, drogas y rock and roll. Eran épocas en que estabas out si no parecías un junkie. Por supuesto, las impugnaciones que hice por aquellos años quedaron aisladas: hoy los chicos van a las escuelas disfrazados de adictos. Evidentemente la estupidez ha seguido avanzando.

–Desde su lugar de artista estadounidense, ¿cuál su percepción de la cultura latinoamericana?

–Me gusta pensarla como una cultura que todavía sabe mantener los lazos que la unen al pasado. En 1985 hice una película actuada por latinos, Mixed Blood. Resultó ser uno de mis trabajos favoritos (me gustan todas mis películas, es un verdadero problema) y me permitió confirmar mi admiración por la vitalidad de los hispanos que viven en Nueva York. En esa y otras películas retraté cómo, a pesar de que han absorbido buena parte de lo peor de la cultura Norteamericana, los latinos incorporados a norteamérica no han modificado la importancia que le dan a la familia ni sus personalidades bien definidas. Prefiero esa potencia y esos caracteres fuertes a la forma de ser difusa y comedida de muchos norteamericanos.

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