LA MUERTE DEL CANTAUTOR FOLKLóRICO ARGENTINO LUNA, A LOS 70 AñOS
Fue un referente del folklore surero. Compuso “Pero el poncho no aparece” y “Mire qué lindo es mi país, paisano”, esta última utilizada como emblema por el Proceso militar.
› Por Karina Micheletto
El cantautor y folklorista Argentino Luna falleció el sábado a la noche en la Fundación Favaloro, donde se encontraba internado desde hacía varias semanas. El autor de “Mire qué lindo es mi país, paisano” había sido internado a comienzos de febrero en grave estado en el hospital de la ciudad de Caleta Olivia, en el norte de Santa Cruz, donde se encontraba cumpliendo una gira artística, a raíz de un cuadro de insuficiencia renal. Luego de permanecer en esa localidad patagónica por 17 días, el 22 de febrero último se autorizó su traslado a Buenos Aires en un vuelo sanitario para continuar su tratamiento en la Fundación Favaloro, donde falleció. Iba a cumplir 71 años el próximo 21 de junio y había sido declarado Ciudadano Ilustre de General Madariaga, la ciudad bonaerense que lo vio nacer y desde donde saldría para llegar con su música a públicos de todo el país, de Uruguay, Brasil, España, Estados Unidos, Panamá, Costa Rica y Japón.
Como la de tantos cultores del folklore argentino, la suya fue una figura que en perspectiva resulta cargada de significados diversos, casi antagónicos: por un lado, más allá de que como autor e intérprete abordó todos los ritmos, lo más destacado de su producción fue el folklore surero; desde su lugar difundió e imprimió un sello propio a ritmos que han quedado más bien relgados en el mapa musical del país. Por otro lado, como expresión de cierta “argentinidad” –ya desde su nombre artístico–, quedó de algún modo asociado a la última dictadura militar: uno de sus temas más conocidos, “Mire qué lindo es mi país, paisano”, fue un popular emblema usado en los últimos de aquellos años negros.
Rodolfo Giménez nació en General Madariaga, provincia de Buenos Aires, el 21 de junio de 1941. En 1968 adoptó el nombre artístico con el que se identificaría para siempre, cuando registró una obra por primera vez, su “Zamba para decir adiós”. Fue Hernán Figueroa Reyes, por entonces cantante de éxito y productor del sello Odeón, el que “descubrió” al joven Giménez cuando probaba suerte en la peña El Palo Borracho de Buenos Aires, adonde llegaba todos los fines de semana, “con mucha bronca de mi mujer, que no entendía que yo buscaba a las canciones y las canciones me buscaban a mí”, recordaba él aquella época de su vida, que completaba como albañil de lunes a jueves.
Luna dejó más de quinientos temas registrados en Sadaic, la mayoría con letra y música propias. Entre los más conocidos, además de “Mire qué lindo es mi país...”, están “Pero el poncho no aparece”, “Aprendí en los rancheros”, “Perdón padre”, “Emponchado de estrellas”, “Mirá lo que son las cosas”, y la más reciente “Qué bien le ha ido”. Decía que no recordaba cuántos discos había editado, aunque fueron más de 60. Su primer long play fue Con guitarra prestada, de 1968.
Antes de ser cantor y guitarrero “de tiempo completo”, había tenido otros oficios. Fue albañil, pintor, carpintero, “mozo de a ratos”, vendedor callejero. Y ayudante del primer fotógrafo que tuvo Gesell, Enner Shafer, contaba. No hubo academias de música para él. “Apenas si con mucho esfuerzo pude hacer hasta sexto grado –contaba también–. Pero siempre me llamó la atención la palabra, la escrita, la dicha y la no dicha, los gestos de la gente. Mi necesidad de aprender me llevó a leer mucho. Primero José Hernández con el Martín Fierro. Después Yupanqui, con toda su poesía. Y Unamuno, Borges. Tuve grandes amigos poetas, como Hamlet Lima Quintana. Cuando fui a su velorio, muchos de sus compañeros de militancia se sorprendieron. No entendían que Hamlet y yo somos militantes de la vida y la vida no tiene etiquetamientos.”
Cuando Hernán Figueroa Reyes escuchó la “Zamba para decir adiós”, casi recién compuesta, la grabó inmediatamente, en 1968. Y también hizo las gestiones para que, una semana después, el mismo Luna la grabara en Odeón, en un disco simple que del otro lado incluía “Una milonga no es pa’ venta”. Comenzaría así una extensa obra como autor, que tuvo la virtud de saber nutrirse en gran medida del refranero criollo y de los saberes populares del hombre del campo.
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