Sáb 09.04.2011
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BAFICI NUREMBERG - ITS LESSON FOR TODAY, UN FILM DESTINADO A PERDURAR

Un documento para la historia

Rodada durante el juicio de Nuremberg, la película dirigida por el sargento Stuart Schulberg estuvo –paradojas de la Guerra Fría– congelada durante décadas. Una minuciosa reconstrucción por parte de su hija Sandra permite ahora acceder a este testimonio.

› Por Ezequiel Boetti

Si la historia es la antesala del mito, el Juicio de Nuremberg tenía, desde su misma génesis, todos los elementos para la perduración más allá de la coyuntura. Primero, porque no existían antecedentes exitosos de autoridades de un país o de una coalición victoriosa, en este caso los aliados, juzgando a los de la nación derrotada, Alemania. Segundo, porque el mundo necesitaba un ápice de cordura y raciocinio después de seis años de guerra y sesenta millones de muertos. Tercero, y quizá más importante, por el enorme valor simbólico de que veinticuatro jerarcas nazis se sentaran al banquillo e intentaran explicar lo inexplicable: la locura etnocentrista, el genocidio, los campos de concentración, sus incontables víctimas. Algunos de esos testimonios, junto con el cuantioso material de archivo recolectado por un equipo del ejército estadounidense comandado por John Ford (sí, el director de Más corazón que odio), conforman Nuremberg - Its Lesson for Today. La flamante restauración del film que Stuart Schulberg armó en 1948 para el Departamento de Guerra norteamericano se verá este fin de semana y el próximo a las 19 en Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929), en el marco de la actual edición del Bafici.

“El juicio y la película estaban destinados a tener un legado duradero en todo el mundo como un mecanismo para disuadir las guerras y los futuros crímenes”, explica la restauradora del film, Sandra Schulberg, entrevistada por este diario vía mail días antes de su arribo al Bafici para presentar el film. Más allá del vínculo filial, el interés por la obra de Stuart surgió recién en 2002, casi 25 años después de su muerte. “Se me acercó un profesor para preguntarme sobre el rol de mi padre como jefe de la Sección Cine del Plan Marshall. Ahí empecé la investigación y proyecté sus películas”, recuerda. Sin embargo, no era su primer encuentro con el cine. Una mirada a su filmografía muestra más de 20 años como productora y directora de finanzas en la industria cinematográfica (produjo Letras prohibidas, la leyenda del Marqués de Sade, entre otras). Esa sería una razón fundamental para embarcarse en un proyecto de trascendencia tanto cinematográfica como política y social. “Nunca se me hubiera ocurrido restaurar la película y tratar de lanzarla en Estados Unidos si no tuviera este trabajo –confesó el año pasado–. Pero pensé quién lo haría si no era yo, entonces me decidí. Ese parecía ser mi destino.”

Así comenzó el proceso de restauración de las obras de su padre, primero varios cortos del Plan Marshall y luego sí, la inédita Nuremberg - Its Lesson for Today. “No hay que olvidarse que la película era propiedad del gobierno porque se había hecho por encargo del Departamento de Guerra. La consecuencia más clara surgió cuando la prioridad política del gobierno pasó a ser la Unión Soviética. Durante el bloqueo a Berlín, a fines de 1948, la película era ‘políticamente incorrecta’ porque demostraba que los soviéticos eran aliados durante la guerra y el juicio. Además estábamos comprometidos para la reconstrucción de Alemania y el Departamento de Estado no quería recordarle a los estadounidenses lo terrible que fueron los alemanes”, argumenta Schulberg. Tuvieron que pasar más de sesenta años para la primera proyección pública en América del Norte, en el Festival de Cine Judío de Toronto, en abril de 2010.

El documental comienza con una contextualización de las condiciones geopolíticas a mediados de los ’30, cuando el nazismo se expandía a ritmo pandémico, antes de que un breve racconto por los seis años de guerra desemboque en la creación de uno de los procesos legales más importantes de la historia moderna. Juicio y película surgen casi en simultáneo. A mediados de 1945, después de meses de discusiones entre los popes aliados sobre qué hacer con los funcionarios alemanes apresados, se decidió no darles de su propia medicina y sentarlos en el banquillo del Palacio de Justicia de Nuremberg, uno de los pocos en buen estado que conservaba Alemania.

Ya el subtítulo (“una lección para hoy”) deja en claro las pretensiones de permanencia indeleble, de legado “perdurable para la humanidad”, según pedía el ministro de la Corte Suprema de Justicia devenido líder de la querella, Robert Jackson, uno de los máximos artífices del proyecto. Fue él quien le encargó a John Ford la recolección de material audiovisual en Alemania para incrementar la evidencia aliada. El realizador envió a uno de sus subordinados, el sargento Stuart Schulberg, a recorrer durante cuatro meses los ruinosos archivos del Tercer Reich.

Acompañado por su hermano Budd, no fue muy difícil saciar a los querellantes. Los nazis no sólo habían montado una maquinaria de exterminio humana aterradoramente sincronizada, sino que se vanagloriaban retratándola. La compilación de todo ese material se plasmó en los films El plan nazi y Campos de concentración, a la postre tendales de la estrategia aliada por el tremendo impacto de sus imágenes: era el horror nazi en primera persona. “Esa fue decisión de Jackson. Cuando se encontraron los registros pensó que la mejor oportunidad para condenar a los nazis era usando sus propios documentos en su contra. Sabía que la defensa haría todo lo posible para impugnar el testimonio de los testigos oculares, por lo que tenía mucho más peso utilizar documentos escritos y filmados. La orden era que cada fragmento sirva para ilustrar o apoyar alguno de los cargos contra los procesados”, explica la restauradora.

Las consecuencias negativas fueron menos visibles. El tiempo insumido para la edición le impidió al sargento Schulberg alzarse la cámara durante el juicio, complicando la segunda parte del pedido de Jackson y las ínfulas imperecederas de todo el proceso. La tarea pasó entonces al Cuerpo de Señales y Comunicaciones. Inexpertos en el manejo de cámaras, filmaron poco más de veinticinco horas, haciendo de la orden del discípulo de Ford una misión ciclópea. ¿Cómo narrar diez meses de juicio con un puñado de rollos como material? Fácil, ilustrando el horror de la guerra con imágenes del material recogido en el trabajo de campo.

Esa búsqueda de impacto le imprime a cada uno de los fotogramas cuidadosamente encadenados –atención con las imágenes clericales y religiosas– el sello de esa rara simbiosis artístico-política del cine de posguerra. Por eso un análisis pide a gritos la reubicación temporal en 1948, cuando el dispositivo cinematográfico era menos una manifestación artística que un portador y magnificador de un mensaje siempre unívoco, y donde la vociferación narrativa, las imágenes ampulosas y el tono acusatorio eran moneda corriente. Una visión desde el siglo XXI, sesenta años e infinidad de fílmico y resmas después, arroja una sensación de déjà vu. “Creo que Alemania aprendió mejor las lecciones de Nuremberg que cualquier otro país, incluso Estados Unidos. No quiero que la gente vea esta película como otro clavo en el ataúd nazi. Hoy Alemania está a la vanguardia de apoyo a la Corte Penal Internacional, mientras que Estados Unidos ni siquiera es miembro”, opina quien ve en el subtítulo elegido por su padre una profunda carga profética: “Nuremberg sentó las bases para todos los juicios posteriores por crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidio. Depende de todos nosotros sacar las lecciones para hoy”.

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