Lun 16.05.2011
espectaculos

LOS CORTOMETRAJES ARGENTINOS PISAN FUERTE EN LA CROISETTE

La creación viaja libre de esquemas

Son films hechos por jóvenes y, cada uno a su manera, estructuralmente libres. Desde Soy feliz hasta Salsipuedes, pasando por La fiesta de casamiento, reniegan de los convencionalismos y privilegian las atmósferas y las relaciones entre los personajes.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Cannes

Si el cine argentino de largometraje este año se quedó corto en su representación en el festival (apenas Las acacias, de Pablo Giorgelli, en la Semana de la Crítica, donde dicho sea de paso ya cosechó excelentes comentarios en el matutino francés Libération y en la revista especializada Screen International), los cortos nacionales, en cambio, pisan fuerte este año en Cannes, en todas sus secciones. Son todos films hechos por gente muy joven (algunos de ellos todavía estudiantes de cine) y, cada uno a su manera, estructuralmente muy libres, muy abiertos, trabajos que reniegan del clásico, tradicional remate a la manera de un cuento, como solía ser costumbre, para privilegiar, en cambio, las atmósferas y las relaciones entre sus personajes.

Es el caso, por ejemplo, de Soy feliz, de Vladimir Durán, en competencia oficial por la Palma de Oro en su rubro y ya premiado en el último Bafici. En apenas 14 minutos, Durán (colombiano, nacido en Bogotá, pero egresado de la Universidad del Cine y radicado en Buenos Aires), se interna en la ambigua relación entre dos primos, Bruno y Mateo, mientras comparten un viaje en auto hacia el campo. “¿Esta peluquería es unisex?”, pregunta intencionadamente uno de ellos antes de largarse a la ruta, cuando ambos deciden raparse. Los planos cercanos, muy cerrados, trabajan deliberadamente en tensión con la pantalla ancha. Y la pálida luz de invierno contrasta a su vez con una calidez que va ganando el relato, cuando los primos deciden hacer un alto en la ruta y disfrutar del aire y del sol, hasta que uno de ellos se deja llevar y parece ir demasiado lejos en sus juegos eróticos. Esos escarceos homoeróticos pueden traer a la memoria los de los cortos de Marco Berger, pero la fragmentación del relato, la utilización del sonido y los juegos infantiles (con otros primos) que preceden al viaje revelan sin embargo la influencia del cine de Lucrecia Martel.

De una manera muy distinta, esa influencia se deja ver también en Salsipuedes, un corto excelente que es casi un largo, con sus 44 minutos de duración, de los cuales no parece sobrar ninguno. Dirigido por el cordobés Mariano Luque –25 años, estudiante de cine en la Universidad Nacional de Córdoba–, Salsipuedes es la primera producción de una universidad pública argentina en acceder a la Cinéfondation de Cannes, la competencia dedicada especialmente a escuelas de cine. El plano secuencia inicial, con la cámara fija durante siete tensos minutos, ya marca el tono. Un claro en el bosque, en un camping. En la cabina de un auto hay una mujer joven inequívocamente deprimida, que escucha cumbia villera a todo volumen, como para aturdirse; detrás, casi fuera de foco, se ve a un hombre, su marido, que prepara torvamente el terreno para instalar la carpa. La música impide todo diálogo y la letra insiste, una y otra vez: “Bien, bien buena, tú te ves bien buena... / todos los hombres su mujer golpean / te ven en la calle y te piropean...”. No parece que vayan a ser unos días felices de vacaciones.

Llega la madre de la mujer, con su hija menor. “¿Qué te pasó en el ojo?”, le pregunta a Carmen. “Me caí de la bicicleta”, miente, sin mencionar a su marido, el Rafa. Pero a su hermana menor no la engaña: “Flor de bollo te clavaron...”. La tarde, sin embargo, se desarrolla apacible, con Carmen tratando de desprenderse del grupo, de refugiarse en la soledad y el silencio de la naturaleza. Le dura poco: su madre y su hermana siguen rondando por ahí. Y también el Rafa, que le “roba” besos, con una violencia larvada, que está a la vista, pero que nadie quiere ver. El virtuosismo de Luque está en su manejo de los tiempos, en el uso dramático del sonido, en el excelente trabajo de los actores, en unos diálogos banales pero muy reveladores, como suele suceder en el cine de Martel. Se agradece, además, la tonada cordobesa, que suena como un respiro ante tanto cine porteño. Y el título, claro, que no alude tanto a la localidad de la provincia sino a la situación de Carmen, prisionera de un círculo vicioso del cual no parece poder escapar.

También en la Cinéfondation, como representante de la Universidad del Cine, compite La fiesta de casamiento, de Gastón Margolín y Martín Morgenfeld, fuertemente respaldados por el equipo técnico de la FUC, entre ellos el fotógrafo Fernando Lockett y el sonidista Sebastián Schjaer. Unidad de tiempo y lugar: la habitación de un hotel cinco estrellas, donde una pareja (Julieta Zylberberg, Juan Barberini) se refugia del bullicio de la fiesta que se desarrolla en uno de los salones de la planta baja. Son jóvenes, están vestidos con elegancia –de largo y smoking– aunque la ropa empieza a exhibir el desgaste de las horas. Ella está muy borracha, él no tanto, pero ni siquiera en esa pausa que se permiten fuera de bullicio de la fiesta (que funciona como un permanente y poderoso “fuera de campo”) se permiten hablarse con franqueza. Todo son frivolidades, desgaste, aburrimiento, hasta que de pronto, en un cerrar y abrir de ojos, literalmente, parece sobrevenir la conciencia y la angustia.

En la competencia de la Semana de la Crítica hay otro corto dirigido por un egresado de la Universidad del Cine, el montevideano Alex Piperno, que en su ciudad natal tiene varios libros editados de poesía. El título es casi más largo que el corto mismo: La inviolabilidad del domicilio se basa en el hombre que aparece empuñando un hacha en la puerta de su casa. Son apenas seis escasos minutos de un único plano secuencia, el gran plano general de una casona de suburbio con pileta, al atardecer. De pronto, del interior de esa casa que parecía dormida, comienzan a surgir unos personajes vestidos de negro que, a punta de pistola, obligan a quien se puede suponer el propietario a atarse un lastre a su cuello y a tirarse a la pileta. Una mujer grita, se escucha un disparo, se apagan unas luces... Es un mini film noir, un ejercicio de estilo que parece inspirado por la estética despojada de los yakuza de Takeshi Kitano. Un haiku violento.

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