Jue 06.04.2006
espectaculos

DAVID VIÑAS REDESCUBRE SU VOCACION DE COMENTARISTA CULTURAL

“La prudencia nos lleva hacia el silencio”

El escritor, que estrena columnas en el canal Ciudad Abierta, recorre el panorama actual de la crítica, evalúa la cobertura reciente de los 30 años del golpe y repasa sus obsesiones recientes: el diario La Nación y Alan Faena.

› Por Julián Gorodischer

David Viñas, que desplegó su vocación periodística como director de la revista Contorno, redescubre el placer de intervenir en los medios. Con sus flamantes columnas en el canal Ciudad Abierta del gobierno porteño, sus contratapas en Página/12 y reiteradas apariciones en Radio Ciudad (en el programa Leña al fuego, de Herman Schiller) trae al presente una figura que parecía extinguirse: la del comentarista cultural. Asume el incómodo rol de cuestionar un mito o un tótem demasiado consensuado; también tiende conexiones entre la cultura y la política. David Viñas, periodista, analiza la actualidad poniendo en primer plano al mensajero (el medio, el cronista); rescata el valor de la polémica verdadera alejada de los vaivenes del marketing, de sus versiones edulcoradas que se limitan a la rencilla personal o a la promoción de lanzamientos editoriales. Aquí, el autor de Indios, ejército y frontera y Literatura argentina y política adelanta el contenido de sus columnas en Ciudad Abierta, imagina la posibilidad de un libro basado en su obsesión reciente (La Nación: instrucciones para su uso) y repasa el panorama de la crítica actual.

–La excusa es poder hablar de periodismo y de medios, en un momento en que usted expresa un súbito interés...

–El interés no es súbito; el problema es dónde decirlo. Hubo un incidente, una discusión en Los siete locos (Canal 7), en la que yo cuestioné a una de las personas que estaban ahí, a Pacho O’Donnell... Se planteó una discusión crispada, pero hay gente que no quiere discutir nada, sino reiterar lo previsible. Así el trabajo se convierte en una rutina, ¡tanta prudencia! La prudencia es una virtud de la dictadura. Existe el mito de lo políticamente correcto, ¿qué quiere decir eso? Que no hay que meterse el dedo en la nariz... ¿Cuál es el canon, la etiqueta, de esa presunta reglamentación? ¿En qué cielo está escrita? Y nuestro país, además, ha hecho escuela en materia de divergencia de opiniones... Hay que remontarse a Lisandro de la Torre. Pero ya lo dijo Rodolfo Walsh: A mayor práctica crítica, mayor riesgo de sanción. Por razones de prudencia estamos llevados al silencio.

–Como comentarista cultural, ¿qué mira?

–Intento hacer una lectura a contrapelo, entre líneas: de atender a lo que finalmente no se dice. Lo predominante es el sentido común, el buen gusto. Un día leí una cosa de Maradona que me llamó la atención: a alguien le caía gordo ese aparataje, ese espectáculo. ¿Pero, en general, quién se mete con Maradona? Encuentro reiteraciones en los medios: al hablar de los militares en la reciente cobertura de los 30 años del golpe –de la que no leí todo–, a mí lo que me inquieta es el victimismo; es un género de colifeo; es mostrar las llagas. Y me parece que, en general, es un análisis peligroso. Se requiere una perspectiva, más espacio para escribir y tiempo.

–¿Por qué impugna el victimismo?

–El victimismo es un exhibicionismo; trabaja con una especie de melancolía, con un filantropismo genérico que solicita la repetición de ademanes y trabaja con la compasión. León Rozitchner, en cambio, avanza, va hacia la coyuntura con una perspectiva global, totalizadora; reflexiona más allá de la espontaneidad. Propondría que desconfiáramos de las espontaneidades, de ese primer movimiento que inmoviliza la cosa.

Viñas aprendió a decir lo que tiene que decir brevemente, en sólo tres minutos que le ofrece la televisión. No hablará rápido sino que será preciso. Si su desafío como crítico cultural es reinstalar la polémica como género mediático, uno de sus primeros temas –adelanta– será el personaje Alan Faena. Si la obra literaria y ensayística de Viñas –según Ricardo Piglia– mantiene como constante el estudio y señalamiento de “las formas de la violencia oligárquica”, lo que llega en 2006 es esa misma práctica aplicada al presente inmediato: el entorno, la coyuntura. Viñas, que reina en la Facultad de Filosofía y Letras, no desestima la vulgata: como otras colegas a las que homenajea nombrándolas (Josefina Ludmer, María Pía López, María Gabriela Mizrahe...) cree tanto en la difusión a un gran público como en las aulas en las que enseña la teoría.

“Me referiré en mis columnas –anticipa Viñas a Página/12– a un caballero llamado Alan Faena, que está construyendo una ciudad aparte, empresario paradigmático con sombrero tejano y botas de piel de víbora... Tiene el proyecto de hacer un gran barrio; ¡ríase usted de la urbanización de Torcuato de Alvear! Incluso va a comprarle el campo de deportes al Colegio Nacional de Buenos Aires: es el ideal del country, uno de los proyectos del sistema. Toda la panza de la provincia de Buenos Aires, siguiendo hacia el sur, se privatiza. Según el arquitecto Juan Molina y Vedia, se clausura el crecimiento natural de la ciudad, aparecen pequeñas ciudades limitadas por un círculo.

Su reciente contratapa de Página/12 sobre el periodista Andrés Oppenheimer (Un politólogo ejemplar, del 22 de febrero) es su modelo de intervención en estos días. La actualidad y sus difusores (periodistas, editorialistas, cronistas de variedades) cobran autonomía en los comentarios de Viñas; ganan la jerarquía de objeto de análisis que le negaba la crítica literaria. Viñas, en su momento actual, deconstruye el discurso mediático –además de asumirlo como propio– sin el prejuicio tan académico que lo opone a una “alta cultura literaria”, ampliando la incumbencia de la crítica a la cultura popular. En esa intervención reciente interpretaba la obra de Oppenheimer como “una página humorística; él es cronista permanente del The Miami Herald y tiene 21 repetidoras en los Estados Unidos. Frente a ese tipo de sanata, me dan –a veces– ganas de reírme, otras veces indignación. Trato de encontrar una ecuación en el trabajo, en la escritura, que sea más moderada”.

Viñas, comentarista cultural, mira la ciudad con ojos nuevos, es proclive a la crónica urbana, atiende al cartel en inglés que se extiende en la avenida Corrientes sin importar “una reglamentación que debería impedirlo”. O se preocupa –y tal vez por eso la elige como sede para la nota– por “la jibarización de la cafetería de Losada, por la influencia desmedida del mercado”. Pero, si bien la crítica cultural, en su discurso, está indisolublemente ligada a la política (no concibe análisis posible que no focalice en quién domina y quién lo sufre) no le gustaría que se lo califique como tendiente a la denuncia. “La denuncia, en la crítica –dice–, es una entonación previsible. La palabra no me entusiasma.”

–¿Podría anticipar otros blancos del Viñas comentarista?

–Me gustaría pensar desde dónde habla el poder, a través de sus mediaciones. Me referiré a la visita de la reina de Holanda: es un delirio de tilinguería fenomenal, alucinante, lo que ocurrió en la cobertura. ¿Cómo es posible que en el siglo XXI se pueda seguir escribiendo de esa manera? Ya en 1925 un número de La Nación dedicado al príncipe Eduardo de Gales hablaba de “el soltero más solicitado por las inglesas”; no parece haber cambiado demasiado el panorama. El estilo es inmodificable. No frecuento demasiado las revistas de la farándula, pero sé que hay una napa considerable en la Argentina que tiene un paladar triunfal respecto de lo monárquico. Esa napa disfruta de estos espectáculos.

–¿Qué otros vicios o problemas señalaría de la crítica y la crónica diaria?

–La crítica de arte, en algunos casos, confunde precios con valores; hace una crónica de los remates.... Un crítico debería deslindar campo y decir: esto es por tal y tal cosa. Citar a fulano de tal, experto en Rembrandt, demostrar que nada es lineal, que es contradictorio, zigzagueante. Pero hubo un señor llamado Carlos, que no era Gardel, que se ocupó de llevar a un extremo el mercantilismo, de crisparlo hasta hacerlo tocar su límite; es la contrarrevolución permanente.

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