Mar 22.11.2011
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RECITAL DE BRITNEY SPEARS EN EL ESTADIO UNICO DE LA PLATA

La princesa pop lució previsible y artificial

› Por Mariano Lago

Parecía que los astros se habían alineado a favor de los fanáticos argentinos del pop: por primera vez en 13 años de carrera, Britney Spears, la princesa del pop, iba a presentarse en Argentina. Tras sus inicios inocentones a fines de los ’90, sus problemas de adicciones y su divorcio a mediados de la década pasada y su regreso triunfal con los discos Blackout y, sobre todo, Circus, Britney iba a venir por fin al país para presentar Femme Fatale –el disco que lanzó en marzo de este año– en el Estadio Unico de La Plata. Y allí acudieron a la cita unas 30 mil almas (en su mayoría adolescentes y veinteañeros), con la expectativa de disfrutar de la música, las coreografías y la puesta en escena en vivo de semejante miembro de la realeza pop mundial. Aunque lo que se vio la noche del domingo lamentablemente no estuvo a la altura del título nobiliario que se le otorga popularmente a Spears.

Sucede que Britney ya no canta ni baila como antes. Algo que se notó no bien empezó su show –que tuvo como teloneros a Teen Angels y al ex Backstreet Boys Howie D– sentada en un sillón para cantar “Hold it Against Me” mientras sus bailarines se lanzaban a coreografiar el hit de la cantante y, minutos después, contoneándose adentro de una cabina que se elevó varios metros por encima del escenario para “Up N’ Down”. Britney siguió un recorrido que combinó viejos hits como “3” y “Piece of Me” con canciones de su nueva placa, como “Big Fat Bass” –con Will.I.Am en pantalla gigante– y “How it Roll”, en versiones demasiado parecidas a las de los discos y con la rubia haciendo coreografías que le hubieran valido una automática sentencia si hubieran sido presentadas en Bailando por un sueño. Y ni hablar de cuando hizo subir a un miembro del público para hacerle un baile del caño en “Lace & Leather” que le hubiera valido su automática expulsión de Showmatch por su falta de riesgo y sensualidad.

Después hubo más cambios de ropa en medio de una estética de show popular bien estadounidense: previsible, artificial y con un glamour medio pelo. Más tarde, y casi como si quisiera sacarse de encima el trámite de cantar en vivo, llegó el final con una sucesión sin pausas de “I’m a Slave 4 U”, “I Wanna Go” y “Womanizer”, a la que se sumaron los bises “Toxic” y “Till the World Ends”, con lluvia de papelitos incluida.

Señalada en algún momento como la heredera del trono pop que ostenta Madonna –aunque ahora otras “princesas” como Lady Gaga y Rihanna le disputen dicho lugar–, Spears siguió la receta que la reina madre del pop impuso en los ’80: cambios de ambientación, vestuario teatral, coreografías coloridas y gran espectacularidad. Aunque hoy en día Britney no es ni la sombra de la ex “chica material” en vivo y en directo, a pesar de que tiene casi la mitad de la edad. Pero lo que sí tiene la ex chica Disney es el amor del público, que convirtió la presentación en una verdadera fiesta. Casi como en el cuento de “Las ropas nuevas del emperador”, los 30 mil súbditos de la princesa hicieron de cuenta que la performance era la mejor que habían visto en su vida y bailaron y cantaron en su honor. Pero no por obsecuencia, como en el tradicional relato, sino por cariño. ¿Le habrá llegado ese fervor a Britney? Difícil saberlo porque se la pasó muy concentrada haciendo sus temas en vertiginosa secuencia y casi no tuvo tiempo de dirigirse a los fans. Salvo al final, cuando en “I Wanna Go” invitó a varios chicos del público a subir al escenario para bailar con ella y terminó con una coreografía grupal estilo Jugate conmigo. Todo un símbolo del nivel que tuvo la ex de Justin Timberlake.

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