A LOS 62 AñOS MURIó EL ESCRITOR BRITáNICO CHRISTOPHER HITCHENS
Polémico y brillante, el autor de Dios no existe falleció a causa de una neumonía, consecuencia de un cáncer de esófago. Militó en la izquierda, pero en los últimos años giró hacia la derecha. Kissinger y la Madre Teresa, entre otros, fueron blanco de su pluma.
› Por Pablo E. Chacón
El escritor británico Christopher Hitchens murió el jueves a causa de una neumonía (consecuencia de un cáncer de esófago), rodeado por sus familiares y amigos en un centro oncológico de la ciudad de Houston sur, Estados Unidos, después de pelear a brazo partido contra la enfermedad desde que se le declaró, en junio de 2010.
El ensayista vivía en Washington desde 1982. Estuvo en la Argentina en 1977; conoció a Jorge Rafael Videla –que no sabía con quién hablaba– pero se enteró cuando leyó la crónica donde el inglés lo destruía, tanto como a su gobierno, a sus aliados civiles y a sus medidas económicas. Sin embargo, Hitchens no dudó en ponerse del lado de Margaret Thatcher cuando la líder conservadora respondió al intento de los militares locales de retomar las Islas Malvinas, una maniobra que intentó suturar los errores políticos de la dictadura inaugurada en marzo de 1976.
Por supuesto, el nacionalismo barato que se enseñorea por las veredas de este país no habría perdonado –de haber sabido quién fue– la osadía de ese polígrafo, educado en filosofía, ciencias políticas y economía, acunado por las ideas de Trotsky y activista contra la guerra de Vietnam.
El ensayista (y polemista) había nacido en 1949. El cáncer lo sorprendió –entre otras cosas por su virulencia– pero contra las especulaciones de algunos, jamás, en estos meses de agonía, cedió a la tentación religiosa. Era un ateo de ley.
Dos de sus títulos son Dios no es bueno y Dios no existe, pero su libro sobre Henry Kissinger y sobre todo La posición del misionero (jamás traducido), un ataque en todos los frentes contra la Madre Teresa de Calcuta, lo convirtieron en una celebridad. Su estudio sobre Kissinger, de quien sostuvo debía ser juzgado como criminal de guerra –considerando su actuación en Chile, Vietnam y Bangladesh–, levantó polvareda, cierto que no tanta como la investigación sobre otro Nobel de la Paz, la madre Teresa de Calcuta. Pruebas en mano, Hitchens probó la reducción a la servidumbre y el sufrimiento que la anciana dispensaba a las monjas de su orden; su relación con dictadores y criminales de guerra, y financistas, que “lavaban” dinero en su fundación. Por lo demás, la misionera del señor confiaba en la homeopatía pero cuando las cosas se ponían muy complicadas, no dudaba en tomarse el primer vuelo a los Estados Unidos para internarse en alguna clínica privada, financiada por la misericordia ajena.
Hitchens, una cruza de Voltaire y George Orwell, se enteró de su enfermedad a los pocos días de publicadas sus memorias, Hitch-22. Entonces, desde las páginas de la revista Vanity Fair siguió escribiendo, contando su tratamiento y su derrumbe.
Entre sus amigos, Martin Amis sin dudas era el preferido de “Hitch”; el otro era Salman Ru-shdie, a quien supo defender cuando el episodio que desató la publicación de Los versos satánicos. En su cuenta de Twitter, el escritor anglohindú despidió esta mañana a su “gran amigo. Se apagó una gran voz, se detuvo un gran corazón”.
En mayo pasado, agotado hasta de su causticidad, se refirió, por última vez, a su enfermedad: “A su manera, este nuevo país (el cáncer) es hospitalario. Todo el mundo sonríe para darte valor, aparentemente no hay racismo”. “Prevalece un espíritu igualitario y los habitantes con prestigio parecen habérselo ganado a partir del mérito y el trabajo duro.” Será que los hombres duros a veces bailan con la más fea.
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