FERIA ENTREVISTA AL ESCRITOR CATALAN ENRIQUE VILA-MATAS
Acaba de presentar en la Feria su última novela, Doctor Pasavento, una suerte de homenaje a lo Vila-Matas para el escritor suizo Robert Walser. En esta entrevista, el novelista y ensayista catalán habla de sus héroes y de la literatura, que siempre termina infiltrándose en sus obras.
› Por Silvina Friera
Los escritores aparecen en su vida, en sus sueños, en sus textos. Y también, claro, en sus pesadillas. El dice que no entiende cuando le preguntan por qué la literatura entra tanto en su literatura y los autores se pasean en sus novelas como si fueran una familia numerosa que se muda de barrios, de ciudades, de países. “¿Alguien se atrevería a preguntarle a Maradona por qué habla de fútbol?”, compara Enrique Vila-Matas, y su respuesta es como un gol de media cancha o de tiro libre, según como se lo mire. Sus libros –producto del mestizaje entre novela y ensayo, cuento y crónicas– son como viajes mentales o una fuga sin fin hacia mundos habitados por personajes que comparten el deseo de ser, que tienen mucha imaginación como para alimentarse de sí mismos, aunque se espanten con la gloria o la fama. En su última novela, Doctor Pasavento (Anagrama), el héroe moral del protagonista es el escritor suizo Robert Walser. Lo admira, sencillamente, por la extrema repugnancia que le producía a Walser todo tipo de poder y por su temprana renuncia a toda esperanza de éxito. Y si en el proyecto Vila-Matas –enunciado cuando recibió el Premio Rómulo Gallegos, en 2001– los límites siempre se confunden y la “realidad puede bailar en la frontera con lo ficticio”, al escritor catalán y al doctor Pasavento los unen la pasión por el suizo y cierto afán por desvanecerse.
“Cioran decía que se pensaba suicidar y, aunque se iba retrasando, no tenía prisa”, ironiza el escritor catalán. “Tal vez algún día desaparezca deliberadamente y pueda llevar a cabo la historia de Pasavento en el mundo real. Es una posibilidad que está abierta, y además en la que estoy muy interesado”, bromea Vila-Matas en la entrevista con Página/12. El escritor catalán, que estuvo ayer en la Feria del libro, en un debate sobre la estructura de la ficción junto con Marcelo Cohen y Alan Pauls, recuerda que Bolaño sentía orgullo de ser escritor. “El me devolvió ese orgullo por el trabajo –aclara–. Ya no ando con la cabeza baja diciendo ‘soy un escritor raro’.”
–¿Por qué parecería ser más verdadera la mentira de la ficción que la verdad de la vida real?
–Marguerite Duras siempre me dijo que ella era una escritora a la que no le pasaba nada en la vida real y que se había dedicado a escribir para tener grandes aventuras y experiencias. No me gusta la palabra mentira, prefiero usar la palabra ficción, mentir es una cosa infantil. Lo que me gusta es ensamblar la ficción con la realidad y que sea difícil en ocasiones ver dónde empieza una y dónde acaba la otra. No puedo precisar si lo que he contado es verdad o no porque una vez que lo escribo pasa a ser un hecho real para mí; la imaginación es tan real como la vida misma.
–¿Cómo explica que en los escritores haya una voluntad de afirmarse y al mismo tiempo el impulso de desaparecer?
–Esta ambigüedad entre estar y no estar, que elegí como tema, choca con el realismo español, porque si hubiera querido realmente desaparecer no hubiera escrito el libro. Pienso mucho en ese afán de exhibicionismo, que contrasta con algo que comparto, que es el retraimiento, la búsqueda de lo negativo y el rechazo a esa exhibición. Doctor Pasavento ha tenido bastante repercusión desde que se ha publicado y a veces lo vivo como una contradicción.
–¿Es un equívoco o una paradoja de su destino literario?
–Hago pocas apariciones públicas, estoy bastante escondido en Barcelona para poder escribir. Antes me podía dedicar a escribir y nadie me llamaba ni quería saber nada de mí, y yo exageraba la soledad del escritor, sobre todo en mis primeros libros, hasta que un día me llamaron para dar una conferencia. Empecé a escribir para conjurar los momentos de soledad y cuando obtuve un poco de repercusión con mis libros, tuve que aparecer en público...
–Pero le debe ocurrir, como al doctor Pasavento, que al mismo tiempo que le gusta estar escondido y fantasea con su desaparición, está pendiente de que los otros lo busquen.
–Aunque me interesaba tratar la desaparición del sujeto en Occidente y cómo el yo tiene nostalgia de volver a reaparecer, en el caso de este personaje me di cuenta de que el tema era la soledad. Como no lo busca nadie, tiene la esperanza de que alguien se acuerde de que existe, quizá sea el lector mismo leyendo el libro. Por ahora no me ha pasado esto, pero cuando estaba escribiendo la novela, un día estuve en la ciudad de Córdoba, en Andalucía, y como cambié de hotel sin avisar, no me podían encontrar. Ese error me sirvió para meterme en la piel del personaje y vivirlo con intensidad. Creo que en mi caso, si no me llamara nadie, llamaría yo para que sepan de mí (risas).
–Kafka decía que “un escritor que no escribe es de hecho un monstruo merodeando la locura”. ¿Siente algo similar?
–Sí, y con el tiempo mucho más. Cuando no puedo escribir, siento un enorme vacío y me agarran un malhumor y un malestar bastante importantes. Salvo en los viajes, porque no me siento obligado a escribir, sino que más bien me dedico a tomar nota de experiencias nuevas, de lo que veo y de lo que pienso. Si en mi vida cotidiana pierdo dos o tres días de escritura, me angustio porque a mí me gusta mucho escribir.
–¿Qué le interesa de los héroes morales como Walser?
–Personajes como Kafka, Walser o Melville, son tan desarraigados que son los héroes negativos de nuestra época, pero son héroes morales, en el sentido de que uno puede admirarlos por su actitud ante la vida literaria, pero no para exponerlos como ejemplos. Se trata, simplemente, de seguir el hilo de soledad radical de estos personajes. Pero fijate que admiro a los solitarios y yo no soy solitario.
–¿Visitó el manicomio en el que estuvo Walser como lo cuenta en el libro?
–Sí, y eso me impresionó mucho, porque hacía meses que estaba esperando ese día y todo me quedó tan grabado hasta el punto de que no quise cambiar nada de lo que ocurrió, lo que resulta extraño en mí, que siempre prefiero la imaginación. Reproduje exactamente lo que pasó, cómo intenté convencer al doctor Kägi de que me aceptaran en el manicomio para terminar de escribir la novela. Y cómo él se negó, como es de suponer (risas).
–A pesar de que sólo en este caso no pudo eludir el realismo, ¿cree que está agotado en la literatura del siglo XXI?
–No, todo el mundo puede hacer lo que quiera, porque la literatura es muy amplia y hay muchísimas maneras de enfocar la vida y el mundo. A mí no me interesa el realismo, prefiero el mundo de la imaginación o de la reflexión. Me aburre mucho leer a un gran autor como Benito Pérez Galdós, en cambio me apasiona George Perec, me divierto mucho con sus planteos y además me estimulan sus teorías para escribir. Por lo tanto, soy como un lector que escribe, me dedico a encontrar a escritores que son teóricos que reflexionan.
–¿Escribir es dudar, como dijo Marguerite Duras?
–Sí, de hecho en esta entrevista no paro de dudar (risas). Nunca estoy seguro de nada, pero lo que sí sé es que una vez terminado el libro intento analizar lo que he querido hacer o lo que puede ser que haya hecho. Quizá porque soy catalán, tengo una tendencia a que me convenzan los argumentos de los otros. Puede haber cuatro personas peleadas, cada una por motivos diferentes, y puedo comprender las cuatro posturas, si están bien argumentadas. Antonio Tabucchi dice que detesta a las personas con certezas absolutas. Alguien que está muy convencido no tiene sentido del humor.
–A propósito del humor, ¿qué función cumple en su literatura?
–El humor es inconsciente, no sabía que lo tenía hasta que me hicieron ver que es un humor muy personal, que trata de poner en cuestionamiento lo que yo mismo he escrito, de darle una vuelta inesperada a lo que parecía cierto y seguro. Me hace muy bien cuando termino de escribir, volver sobre el tema como si fuera otra persona a la que le das lo que has escrito, un escritor más inteligente que se reiría de lo que ha dicho el anterior. Por eso me divierto mucho cuando retomo un tema para corregir, se supone, pero termino poniendo en entredicho lo que ha ido explicando el anterior. Como dice Montaigne, no hago nada sin alegría, siempre que escribo la paso bien y siempre busco un punto de vista nuevo.
–¿Por qué el escritor no es una persona “normal” en el imaginario colectivo?
–Quizá sea una imagen que esté vinculada con el romanticismo. Me suelen preguntar por qué pongo tanta pasión en la fusión entre vida y literatura y contesto que es una vocación cervantina. A pesar de que hemos celebrado los 500 años del Quijote, no lo han leído o lo han leído muy mal. El Quijote es un caso muy raro para la tradición española. Lo captaron mucho antes los ingleses y yo me hice cervantino leyendo a Tristam Shandy, de Laurence Sterne, que fue traducido por Javier Marías. No había leído el Quijote porque sonaba aburrido, pero lo leí gracias a Sterne. Para hacerme cervantino tuve que “viajar” a Inglaterra. En España se había instalado el tópico de que era un escritor raro, pero nadie sabía explicar por qué, si porque hacía extravagancias, porque me gustaba la literatura. Y aún me preguntan: ¿Es usted todavía raro? (risas). Sí, contesto, porque es más interesante ser raro, pero cuando trabajo, cuando estoy ocho horas escribiendo, eso de raro tiene muy poco.
–Es como si la gente les pidieran que fueran raros...
–Sí, pero hay que ser raro en cuanto a lo que se escribe, que es diferente de lo que se espera como imagen, y éste fue mi objetivo desde el principio. La narrativa española de mi generación era una imitación del boom y yo empecé a escribir en contra de eso.
–¿Siempre se escribe en contra de algo?
–Es recomendable que cualquier libro, aunque no sea explícito, esté en contra de una teoría, de una idea. De hecho, Tristam Shandy, por ejemplo, está escrito en contra del pensamiento de John Locke, lo descubrí en las notas de Javier Marías. Más que de imágenes, los libros han salido de las ideas, para refutar algo o mostrar una visión distinta del mundo.
–¿Y contra qué está escrito Doctor Pasavento?
–Una lectura facilona sería decir que está escrito contra las luces y candilejas del star system literario. Antes las madres en España querían casar a sus hijas con ingenieros y ahora los escritores son más buscados como candidatos (risas), porque aparecen bastante en las revistas y en la televisión y hay un mercado literario más fuerte que cuando empecé a escribir.
–Sin embargo, su libro parece escrito contra la deconstrucción y estaría mostrando que es difícil la disolución del sujeto...
–Sí, porque con Nietzsche el hombre aparece otra vez, luego quiere desaparecer y parece que no queda nada más. Ahora estamos ante la reaparición del yo. Pero también estaría escrito contra los padres de familia, contra la idea de que la sociedad se sustenta en la familia. Yo aliento una unión de solitarios, me resulta más interesante, aunque sería una contradicción (risas).
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