Lun 23.04.2012
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SE VIENE EL DIáLOGO DE ESCRITORES LATINOAMERICANOS

“Hace ya demasiado tiempo que los autores estamos dispersos”

Es una de las novedades de la 38a Feria del Libro. Ercole Lissardi (Uruguay), Guadalupe Nettel (México), Tomás González (Colombia) y Alvaro Bisama adelantan algunos de los tópicos que se debatirán en la serie de encuentros que se desarrollarán a partir del viernes.

› Por Silvina Friera

El mapa de una pasión trágica siempre en construcción. Esto se podría balbucear, a duras penas, ante la pregunta por la literatura latinoamericana; una tentativa de respuesta tan precaria como insuficiente. Cuando el boom se extendía por el mundo, en la década del ’70, el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal describía a América latina como un territorio lleno de contradicciones, pero capaz de una producción literaria original e innovadora. La inauguración de la 38 Feria Internacional del libro –de la mano del lema “un futuro con libros”– ratificó, una vez más, que es un espacio donde se siembran y cosechan controversias. La novedad de esta edición es el Diálogo de Escritores Latinoamericanos, una serie de encuentros en los que participarán Ercole Lissardi (Uruguay), Guadalupe Nettel (México), Tomás González (Colombia) y Alvaro Bisama (Chile), entre otros (ver aparte), que intentará satisfacer una necesidad no menos urgente: fomentar la confluencia de autores, críticos y lectores. Y si es posible, definir cuáles son los nuevos ejes de la literatura latinoamericana; los paisajes exuberantes y las ciudades sobredimensionadas que se inscriben en los textos; los modos de narrar y los límites que postulan la violencia y la política.

Lissardi, autor de la Trilogía de la infidelidad, dice a Página/12 que la literatura latinoamericana es un rótulo que puede servir para establecer un inventario o una estrategia de marketing. “Se trata de un conjunto de países con realidades culturales, económicas y sociales muy diferentes, que siguen viviendo de espaldas los unos a los otros, excepto para el consumo de los grandes productos mediáticos. El común de los latinoamericanos ignora la cultura que se produce más allá de la más cercana de nuestras fronteras. Nuestros países padecen de ombliguismo; en Montevideo pueden encontrarse libros de algunas editoriales argentinas y de algunas mexicanas, y con suerte de alguna chilena. A la vez, libros uruguayos en el extranjero sólo los hay en Buenos Aires, y de una sola editorial (HUM), felizmente la que me ha venido publicando. Es una especie de autismo cultural, como si cada uno pensara que su mercado sólo pudiera interesarse en lo que su mercado produce”, advierte el narrador uruguayo, que nació en Montevideo, en 1950.

González, uno de los mejores narradores colombianos, autor de Primero estaba el mar, recuerda que en 1966 Rodríguez Monegal expresó la necesidad de insertar la cultura latinoamericana en un contexto internacional “que permita escuchar las voces casi siempre inaudibles o dispersas de todo un continente y establezca un diálogo que sobrepase las limitaciones de los nacionalismos”, cuando fundó la revista Mundo nuevo. “Durante los años del boom fuimos un solo país en lo que se refiere a literatura. Cortázar era mi compatriota, Onetti y Rulfo también. Pero entonces el péndulo político y cultural de la historia empezó a oscilar en el otro sentido, y todo aquello volvió a alejarse con relativa rapidez. Hasta tal punto se alejó, que aquellas palabras de presentación de Mundo Nuevo resultan por completo pertinentes hoy, casi cincuenta años después –plantea el escritor colombiano, que nació en Medellín, en 1950–. Hace ya demasiado tiempo que estamos dispersos y que nuestras voces no alcanzan a desbordar las fronteras nacionales. Por eso mismo es posible que muy pronto empecemos a ver señales de que el péndulo se mueve otra vez en el sentido de la integración.”

No cree que la exuberancia y el exotismo sean clichés típicamente regionales. “El cliché más bien estaría en la forma de abordarlos –sugiere González, autor de La luz difícil, su última novela–. Si el escritor busca el exotismo para vender en Europa, corre el peligro de escribir lo que los europeos quieren o creen ver en nuestro trópico y no lo que el escritor mismo está viendo, que muchas veces es una exuberancia caótica, maloliente, brutal: la exuberancia del trópico real. Y ésa ya no es tan vendible.” El escritor, que intuye los reparos y prejuicios, eleva la apuesta de su argumentación. “En Colombia la naturaleza es sobreabundante: para contar algún cuento sin que aparezca esa exuberancia, tendría uno que cerrar los ojos y taparse los oídos, o encerrarse en un apartamento o en algún país imaginario. Es casi ineludible en esta región la exuberancia, y es muchas veces trágica. La tremenda belleza natural del lugar nos ayuda a sobrellevar mejor el horror de la vida en general.”

Intentos de resistencia

La crítica Josefina Ludmer recuerda una frase de Alfonso Reyes en Aquí América latina, “somos los que llegaron tarde al banquete de la civilización”, para luego afirmar: “No se puede no imaginar desde aquí algún tipo de resistencia (...); no se puede siempre perder”. ¿Qué tipo de resistencias anidan en las ficciones latinoamericanas contemporáneas? “Se trata de una resistencia sutil, no politizada, no abiertamente revolucionaria –analiza Nettel–. Donde más la encuentro es en el ámbito de la edición y en algunos de los temas que se plantean en el ensayo: la resistencia a la ética del trabajo, la defensa del plagio o de políticas como el Copy Left, que se han estado discutiendo mucho en nuestro continente. En la ficción, percibo una apología del cinismo, del desencanto, de la violencia, que en lo particular no me entusiasman pero que, sin lugar a dudas, considero intentos de resistencia o muestras de inconformidad.” La narradora mexicana, autora de El cuerpo en que nací, revela que le interesa “mucho más” lo que se está escribiendo en la región que en España. “Los nacidos en los ’70 en nuestro continente tenemos, por lo general, muchas más vivencias que los nacidos del otro lado del Atlántico. Hay una intención de reflexionar sobre estas vivencias, muy clara en los últimos libros de Alejandro Zambra o de Patricio Pron. No me refiero sólo a los acontecimientos políticos, sino a los comportamientos humanos en situaciones límite y en momentos de mucha tensión.”

“Mi generación ha rescatado a unos cuantos escritores del olvido y ha estigmatizado a algunas ‘vacas sagradas’; es como si se estuviera poniendo de moda el lado off contra el mainstream, como si se buscara privilegiar una estética de lo raro, lo diferente, a veces un poco frívolamente, como lo es cualquier moda”, admite Nettel. Las nuevas tecnologías difunden los textos que se escriben aquí y ahora, aunque la comunidad de lectores esté más atomizada. ¿Están cambiando el canon, las legitimaciones literarias? ¿Se están configurando nuevos paisajes? “No sé si todo esto incide en cierto canon, por lo menos en el más mediático: el periodismo cultural en lengua española sigue reproduciendo cualquier estupidez que se le ocurra a Carlos Fuentes –asegura el escritor chileno Alvaro Bisama–. Pero, paradójicamente, la discusión en la red es más feroz, más radical y destemplada y sus variaciones son más sutiles. Aunque aún tambalea entre dos mundos. Acá la industria del libro no se ha muerto como la de la música, no está en una crisis como la del cine. Latinoamérica está más llena de libros piratas que de Kindles. La literatura va más lento, administra con más cuidado sus procedimientos mientras cambia de piel. Quizá haya un nuevo perfil de escritores latinoamericanos, aunque también eso me da un poco de miedo: tipos autistas, escuchando canciones depresivas en grooveshark, desesperados por tener más y más followers en Twitter, viviendo en el cuarto oscuro de su propia cabeza mientras afuera explota el mundo.”

Inquietante extrañeza

“Noche freak: el lugar del terror en la literatura latinoamericana” es una de las mesas que despierta mayor curiosidad. “No entiendo por qué lo freak se relaciona con el terror –confiesa Nettel–. Sé bien que la palabra se traduce como ‘monstruo’, pero se trata de una monstruosidad diferente de la de Frankenstein o el conde Drácula. Los personajes que he retratado en Pétalos, por ejemplo, no tienen nada que ver con los monstruos convencionales. Son seres comunes y corrientes pero con el reflector puesto sobre sus manías y sus patologías. Estoy convencida de que todos los seres humanos tenemos alguna parte monstruosa o freak.” Desde que tiene memoria como lectora, le gusta el género fantástico “con tintes aterradores”, como en Edgar Allan Poe, Téophile Gautier, Mikhail Bulgakov, J. K. Huysmans y Guy de Maupassant. “En la Antología del cuento fantástico que editaron Borges, Bioy Casares y Ocampo, había muchos cuentos de este tipo que los alemanes suelen llamar umheimlich, y viene a ser como una inquietante extrañeza.”

Bisama no sabe qué lugar ocupa el terror en las ficciones latinoamericanas, pero arriesga una hipótesis. “Quizá sólo sea el de la parodia, una parodia vaciada de sarcasmo; es una parodia triste, profundamente precaria –subraya el autor, que nació en Valparaíso, en 1975–. Ese lugar arrasado me gusta mucho, me hace sentir bastante cómodo. Lo interesante es que de ahí aparecen autores como Laiseca, que es una reinterpretación más o menos radical del formato pero también es una demostración de su imposibilidad de ejecución.” El autor de Música marciana y Estrellas muertas duda de la distancia entre géneros “mayores” y “menores”. Y lanza un ejemplo para digerir: El obsceno pájaro de la noche, una novela de terror gótica sobre mutilaciones corporales y freaks, según la define Bisama. “¿Pero leemos a Donoso desde ese lado? Yo sí prefiero leerlo así, más cerca de Buñuel y Todd Browning que de Jorge Edwards. Por otro lado, entiendo el valor del terror en términos de tradición, de uso canónico: permite hacer ciertos deslindes, ciertos cortes, habilitar cierta clase de juego experimental. En realidad hablas de terror, pero estás hablando de otra cosa.”

Ecos de la violencia

¿El género del terror habilita una lectura política no sólo del presente sino del pasado? “Hace un par de días fui a ver Brujería, una banda de metal californiana que lleva cantando en español sobre narcos y satanismo más de veinte años, mucho antes de que el tema se volviera un tópico literario. Hay algo paródico ahí, en su show, pero en un momento, aquello desaparece y se vuelve otra cosa: los ecos de una violencia específica e imposible de narrar, los rastros de una lengua que trata de escribirla y se mutila para hacerlo. Mi respuesta es sí y siempre, porque acá sí hay algo político: creo que todo queda claro en una crónica de Daniel Riera que leí en la Rolling Stone, donde se preguntaba cómo debían leerse los códigos de la cultura sadomasoquista en países donde las dictaduras aplicaron sistemáticamente la tortura. Yo trato de entender el problema desde ahí, desde ese lugar –fundamenta Bisama–. Cualquier mediación que uno puede llegar hacer de géneros como el del terror debe carecer de cualquier clase de pureza y partir de aquella pregunta que es un espejo de nuestra historia.”

El derecho a escandalizar

El tópico del erotismo convoca a Lissardi, autor que estuvo exiliado en México durante la dictadura uruguaya. “En América latina cada vez más escritores se van dando cuenta de que la sexualidad es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de la industria de la pornografía –subraya Lissardi–. Para entrar con el pie derecho en el terreno de la erótica, basta con comprender que la erótica no tiene nada que ver con la fisiología genital, que de lo que se trata es de las infinitas variedades del deseo, cosa evidente y que no necesita demasiadas explicaciones. El problema es que los que tendrían que producir un discurso para recibir a esa nueva erótica, no están pudiendo hacerlo. No saben qué decir. Se manejan con un puñado de clichés y de anacronismos que ya no vienen al caso en la sociedad pornografizada en que vivimos.” En “Después de la pornografía”, el ensayo del escritor uruguayo que integra la antología Porno y postporno (HUM), hay una cita de Pier Paolo Pasolini que podría operar como punto de partida de un análisis sobre la violencia y el erotismo en el continente: “Yo pienso que escandalizar es un derecho”, afirmaba el escritor y cineasta italiano. “Escandalizar por escandalizar no era la idea de Pasolini –aclara Lissardi–. El creyó que la Revolución Sexual anunciaba una especie de Arcadia sexual. Esa convicción fue la fuerza espiritual que produjo su extraordinaria Trilogía de la Vida. Se equivocaba, por supuesto: la liberación sexual terminó en la pornografización de la sociedad, en esta Era de la Pseudopermisividad en la que vivimos.”

El debate promete mucha tela para cortar. “Busque o no escandalizar, el arte verdadero siempre escandaliza, porque queriéndolo o no, a los cañonazos o en sordina, lo que caracteriza al verdadero arte es contradecir la versión de la realidad en la que nos sentimos seguros y confiados –reflexiona Lissardi–. Delicada y parsimoniosamente, como solía hacerlo Kawabata, o desgañitándose al borde del grand guignol, como Céline, el arte siempre emponzoña la cristalina pureza de nuestras ingenuidades. Si la verdad sirve para algo, entonces no se trata del derecho a escandalizar, sino del derecho de la sociedad a ser escandalizada.”

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