CANNES BENJAMíN AVILA, DIRECTOR DE INFANCIA CLANDESTINA
Tras el documental Nietos (Identidad y Memoria), el director –cuya madre permanece desaparecida– realizó su primer largometraje de ficción. El film, protagonizado por Natalia Oreiro y Ernesto Alterio, se estrena hoy en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes.
› Por Oscar Ranzani
Su infancia estuvo marcada por la oscuridad de la dictadura: con tan solo cuatro años, Benjamín Avila emprendió el camino al exilio con su mamá Charo, militante de Montoneros, y la pareja de ella, que era una de las cabezas de la organización. Tras el golpe de 1976, la familia viajó a Brasil, luego a México y finalmente a Cuba, donde nació el hermano menor de Avila. Pero, a principios de 1979, regresaron a la Argentina como parte de la primera contraofensiva montonera. Charo desapareció el 13 de octubre de 1979 y el hermano de Benjamín –que en ese entonces tenía nueve meses–, fue criado por otra familia y recuperó su identidad a fines de 1984, como uno de los primeros nietos restituidos por Abuelas de Plaza de Mayo. “En realidad, no es un apropiado clásico sino que tiene una historia más larga y un poco más compleja de explicar”, comenta Avila en diálogo con Página/12. Con esa historia familiar marcada a fuego, era casi obvio que el realizador quisiera indagar a través del cine en lo que le tocó vivir. Su ópera prima, el documental Nietos (Identidad y Memoria) se estrenó en 2004, cuando hacía poco tiempo que Néstor Kirchner gobernaba el país, al frente de una gestión con un fuerte acento en la defensa de los derechos humanos. Y ahora, Avila se inspiró en su pasado familiar para debutar como director en ficción con Infancia clandestina, largometraje que hoy se presentará en la Quincena de los Realizadores del 65º Festival de Cannes. “Está inspirada en lo que nos pasó a mí y a mis hermanos, y en lo que vivimos con nuestros padres, pero no es autobiográfica”, aclara Avila.
Infancia clandestina está protagonizada por Natalia Oreiro, el también uruguayo César Troncoso, Ernesto Alterio, y por el brillante pequeño actor Teo Gutiérrez Moreno. La historia comienza con la pareja de militantes volviendo el país, en plena dictadura, con su hijo Juan, de 12 años, y con su beba Vicky. Planean todo al detalle para evitar que los militares les arruinen el regreso. La familia se asienta en la Argentina, donde Juan se reencuentra con su tío Beto (Alterio). La madre (Oreiro) y el padre de Juan (Troncoso) saben que no es momento de dar indicios. Por eso, la pareja vive clandestinamente y le indica a Juan que fuera de su casa se llamará Ernesto. Desde ese momento, Juan vivirá con una doble identidad. En la escuela, como en los pocos lugares que visite, no será Juan. Todo marcha dentro de lo previsible. Hasta que en el colegio, Juan conoce a una chica de su edad por la que pronto sentirá un profundo sentimiento. Y entonces no le resultará tan sencillo fingir con su primer amor.
A pesar de ciertas coincidencias con su pasado, Avila señala que, si bien en Buenos Aires él también tuvo una infancia clandestina –“iba a la escuela con otro nombre, estaba en segundo grado en ese momento, tenía todos papeles falsos y debía sostenerlo ante los vecinos y ante la escuela”, dice–, no lo vivió como algo traumático. “Entendía perfectamente lo que tenía que hacer, igual que mi hermano mayor. Para nosotros, era absolutamente normal la vida que llevábamos. La vida clandestina-militante era un estado de normalidad total. No era algo diferente de los demás”, admite el realizador.
Avila supo que quería ser director de cine desde los 13 años. Por eso, explica, en medio de la adolescencia empezó “a estudiar algunos temas”. Y así como supo desde temprano cuál era su vocación, también sintió desde muy joven que, en algún momento, iba a realizar una película inspirada en su infancia, porque tenía la necesidad de contar esa historia. “Tiempo después, empecé a estudiar cine y me di cuenta de qué manera quería narrarla: no era tan literal sobre mi infancia; quería basarla en ella, quería que existiera una historia de amor entre dos chicos. No había existido en mi vida una historia de amor. Sí había tenido una compañerita que era vecina mía. Y la película llegó por un camino de decantación rápido”, subraya el cineasta. A partir de 2004, “cuando empezamos con los primeros bocetos, comenzó a tomar un rumbo más concreto”, reconoce. Sin embargo, todo se demoró: “No fue fácil enfrentarme a mi propia vida, a mis propios fantasmas, a mis propias obligaciones históricas, etcétera”.
Infancia clandestina está coproducida por Habitación 1520 junto a Historias Cinematográficas, de Luis Puenzo, y la Televisión Pública, que comanda Tristán Bauer (en cuanto a la parte argentina). “Aprendí mucho con Luis”, dice Avila sobre Puenzo. “Es un tipo muy generoso en términos de enseñar, de dar su opinión y de brindar su experiencia. Y a la película le hizo muy bien en determinados aspectos de la producción, pero sobre todo en la parte creativa: él también colaboró mucho en el aporte de visiones en el momento del montaje”, agrega el cineasta. Y profundiza su opinión al señalar que tanto Puenzo como Bauer son “como grandes maestros” suyos. En relación con la coproducción con la TV Pública, Avila destaca que no es lo mismo contar con esa señal “que con otro canal, medio u otro coproductor”. “En el proceso político que se está viviendo en el país, es consecuente y mucho más interesante que sea la TV Pública la que coproduce y que difunda la película en un futuro”.
Después de haber padecido problemas de salud, Avila sostiene que el hecho de que Infancia clandestina se estrene en Cannes amerita “una gran borrachera”. Que participe en la muestra cinematográfica más importante del mundo “es como vivir el sueño del pibe”. Y lo ejemplifica con una metáfora futbolera: “Supongo que es lo mismo que para el pibe que es hincha de River cuando entra por primera vez al Monumental. Es acceder a un lugar donde el cine tiene una historia única”. Como Cannes está directamente vinculado con un cine de calidad, Avila vive con gran intensidad que su película “participe de esa calidad que uno siempre añoró, deseó o imaginó”.
–¿Le costó tomar distancia a la hora de construir una ficción inspirada en su propia historia?
–No en particular. Sí en principio, hasta que delineamos los caminos reales de la película. Hasta ese momento se teñía todo el tiempo de mi recuerdo original al que debería ser el de los personajes. Había una especie de interacción entre el pasado y el presente muy fuerte. Hablo del presente de la escritura. En un momento, cuando se definió la estructura definitiva de la película, la historia dejó de tener ese peso dentro del proceso.
–Se han hecho numerosas películas sobre los horrores y las consecuencias de la dictadura. ¿Cuál cree que es el mayor aporte de Infancia clandestina a esta temática?
–Quizás está en la misma oración que usted planteó: que no tiene horror. Lo que siempre creí y lo que me pasaba con los compañeros de Hijos, con amigos que han vivido esta historia de la misma generación, es que para nosotros no es una historia asociada al horror. El horror es una de las tantas cosas de esta historia, pero no es eso solamente. Por eso, la película tiene la posibilidad de incorporar humor, amor, de poder tener cuestiones absolutamente incorrectas sin que eso influya en su postura política. En ese sentido, es una película no dogmática. Y lo que importa es la visión humana. Lo que defiende todo el tiempo es que hay seres humanos que están ahí. Es muy importante la escena de la abuela de Juan con su madre: la discusión es la escena troncal de la película. Es una escena muy compleja, donde está puesta toda la carne al asador. Y la abuela y la madre de Juan representan las dos posturas.
–La abuela, interpretada por Cristina Banegas, representa la postura del “no te metás”.
–Del “no te metás” y también del genuino miedo. En ese sentido, no es nada tan absoluto. Y la madre de Juan tiene la cuestión del dogmatismo, pero por otro lado, la valentía y el coraje de ser fiel a una idea. Y esos dos personajes, en vez de seguir el camino de la historia que significó hasta ahora “es una cosa o la otra”, terminan abrazados. Y me parece que la película es ese abrazo. Simboliza que eso “no es una cosa o la otra” , sino que es un “todos juntos formamos parte de esto y, de algún modo, hay que llegar a ese abrazo”.
–¿La película tiene para usted una mirada más humana que política?
–Absolutamente. No quise que la película fuera ni política ni dramática, pero sabía que iba a serlo, inevitablemente. Por eso, el acento no está puesto ahí, porque eso iba a ser inevitable, al ser parte de la historia. Sí me parecía muy importante que (y el objeto está puesto ahí) la mirada fuera la del sentir, del tacto, de esta cuestión del cotidiano. La película tiene mucho de cotidiano.
–En ese sentido, Infancia clandestina muestra el miedo de esa familia pero también el amor, la alegría e incluso los festejos. ¿Es una manera de homenajear el espíritu de la lucha?
–No tanto a la lucha como a la militancia. La construcción del discurso del miedo que se terminó de instalar en los ’80 en la Argentina asoció a la militancia con la muerte. “Mirá que si militás, te matan, ¿eh?”. Cuando, en realidad, es: “Mirá que si militás, defendés tus ideas, podés ser feliz, podés tener la construcción de un mundo real mucho mejor. Te pueden matar, es parte de las cosas”. Pero no es sólo “te van a matar”. Y esa idea de “te van a matar” es la que quedó impregnada en la sociedad. En la situación política que se está viviendo hoy, se empieza a entender que la militancia no es sinónimo de muerte sino sinónimo de creer. Es otra cosa.
–El personaje tiene una edad en la que si bien es chico, también entiende lo que está pasando. ¿Para Juan deja de ser un juego lo que vive cuando se ve involucrado o cuando siente amenazado su deseo?
–Es que hay un momento en que él ya deja ser niño. En realidad, en términos dramáticos, Infancia clandestina es la historia del traspaso real de la niñez a la adolescencia. Y Juan empieza a tomar decisiones sobre su mundo, en vez de que el mundo sea un proceso donde él vive. Por eso, también la mirada de la película tiene esa idea de cómo un pibe puede pasar a un lugar incorrecto como las decisiones que toma al final de la película.
–¿A Juan lo atormentan los dos mundos que vive con el cambio de identidad?
–No, en lo más mínimo. Para un chico, ese mundo no es algo complejo ni raro. Es normal. Es complejo para los demás y quizá para él cuando sea adolescente o sea joven. Pero, en ese proceso, su vida es absolutamente normal y no difiere mucho de la del otro. Aunque sabe que hay cosas diferentes, no significa que sea anormal.
–¿La historia de amor entre los chicos oxigena la película?
–Absolutamente. Le da a la película un aire y una posibilidad de entender la complejidad humana que tiene la historia de la militancia. Ese aire, esa distancia, son la posibilidad de que pueda haber otros espacios en esta historia. Y que sea tan importante para él la construcción de una sensación tan fuerte como es el primer amor hace que también pueda entenderse lo que pasa con el tío, con la madre, con el padre desde otro universo. Sin la historia de amor, esta película hubiera tenido una cuestión de una sola mirada: la militancia. Pero la historia de amor es algo muy complejo de vivir en esta situación con la libertad y la normalidad con que la vive él en ese estado. La película está concebida como una especie de onda: cuanto mejor le va a Ernesto, que es su nombre clandestino, peor le va a Juan, con la misma intensidad que le fue bien o mal en la escena anterior.
–¿Siente que hacer esta película lo ayudó a asimilar aún más su propia historia?
–No sé si me ayudó a asimilar, pero seguro que me ayudó a volver a transitar emociones muy añejas. Me pasó mucho en medio del rodaje. Lloré en algunos momentos de incontención emocional haciendo cámara. Y había momentos que estábamos en medio de la toma y se me disparaban sensaciones casi como en una especie de sesión de terapia, como cuando sentís que se te desprende algo, se desata un nudo y empezás a llorar sin saber por qué.
–Cuando estrenó Nietos (Identidad y Memoria) dijo que quería que la vieran los chicos y que se identificaran. ¿Con Infancia clandestina piensa lo mismo?
–Con Infancia clandestina espero varias cosas. En lo personal, muchas, pero en la cuestión de la película y los demás, espero que la generación de mis viejos se sienta identificada por verla realista y que entienda a nuestra generación de otra manera. De mi generación, espero que se sienta identificada con la posibilidad de creer. Y en cuanto a la de mis hijos, espero que Infancia clandestina sea una película que les sirva para poder quitarle peso a la discusión política.
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