CANNES KILLING THEM SOFTLY, CON BRAD PITT, Y THE ANGEL’S SHARE, DE KEN LOACH
El actor regresó a la Croisette cual sicario que maneja los asesinatos como negocio. Loach presentó una feel-good-comedy de gente de clase trabajadora, sólo que ahora está desempleada.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
Brad Pitt, James “Soprano” Gandolfini, Ray Liotta, Sam Shepard, Richard Jenkins... Hay muchos nombres famosos en el elenco de Killing them Softly, pero se diría que si hay un auténtico protagonista en el estilizado neo-noir que en la jornada de ayer hegemonizó la atención de la competencia oficial de la edición del 65° aniversario del Festival de Cannes, ése no fue otro que... Barack Obama.
Desde la primera hasta la última toma se ve su imagen y se escucha su voz –por radio, por televisión– en plena campaña electoral por la presidencia del país más poderoso y violento del mundo, cuando la derrota de la administración Bush suponía una esperanza de cambio tanto político como ético y social. Los suburbios grises, tristes, virtualmente arrasados en lo que se desarrolla Killing them Softly (Matándolos suavemente) hablan de un estado de las cosas en ese momento en los Estados Unidos: casas hipotecadas, desempleo, miseria... Pero lo que la película del neocelandés Andrew Dominik –largamente radicado en Hollywood– viene a expresar es que después de aquel momento de euforia e ilusión, cuando parecía que todo era posible, una transformación de fondo es impracticable en el país de las barras y estrellas.
“Estados Unidos no debe estar dividido, somos un único pueblo, un único país”, afirma Obama después de su victoria, desde la pantalla de un televisor de un bar tan oscuro como sórdido. Allí, dos personajes discuten el valor de un contrato por asesinato. “La plata ya no es la misma, bajaron las tarifas, hay recesión, ¿no te enteraste?”, le dice el empleador (el gran Richard Jenkins) a su asesino a sueldo, interpretado por Brad Pitt. A lo que el killer –de rigurosa campera de cuero negra y cadena al cuello– le responde: “No me interesa: Estados Unidos no es un país, es un negocio”. Business is business.
Basado en una novela de George V. Higgins (“el Balzac de los bajos fondos de Boston”, según la revista The New Yorker), el director de la ya lejana Chopper (2000) y de ese western subvalorado que fue El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007) se propone un film declaradamente político por donde se lo mire: por su texto y su contexto. Pero lo hace un poco a la manera del cine de David Mamet, con mucha menos acción de la que se supone pide el film noir y, en cambio, dándole preminencia a una dramaturgia muy elaborada, casi teatral, en la que personajes grises van dejando caer sus confesiones de madrugada.
“Son personajes típicos de las películas de la mafia, pero tienen un lado cómico. El personaje de Brad Pitt piensa que el mundo en el que vivimos es producto de la selección natural”, señaló Dominik, que reconoció haberse inspirado en un noir casi olvidado, Los amigos de la muerte (The Friends of Eddie Coyle, 1973), también basado en una novela de Higgins. “Interpretamos a personajes que tienen opiniones diferentes en un país dividido”, aportó a su vez Pitt, en su regreso a Cannes después de haber protagonizado la última Palma de Oro, El árbol de la vida, de Terrence Malick. “Los puntos de vista que se expresan en la película no tienen por qué ser necesariamente los míos. Interpretar a un asesino me incomoda menos que interpretar a un racista. Y Jackie Cogan es un personaje con códigos: intenta asesinar con precisión, para que no sea demasiado doloroso para su víctima, que debe morir pase lo que pase. Claro, esto es así porque el suyo también es un negocio, y en los negocios nadie tiene piedad”.
Menos crítica y más amable, pero igualmente anclada en los tiempos políticos que corren es The Angel’s Share, la nueva película del británico Ken Loach, definida por la prensa angloparlante como una feel-good-comedy. El director de Riff-raff –una vez más en competencia oficial en Cannes, donde ya ganó la Palma de Oro por El viento que acaricia el prado– vuelve a sus personajes de siempre: gente simple, de pueblo, clase trabajadora, pero ahora desempleada (en pleno gobierno conservador de David Cameron). Los films corales son, cada vez más, una especialidad de Loach: esta vez, el grupo está integrado por tres muchachos y una chica de Glasgow que deben cumplir con diversos trabajos sociales para evitar ir a parar a la cárcel. Y entre una y otra tarea (pintar una escuela, limpiar el cementerio) se introducen, como buenos escoceses que son, en el sofisticado mundo del whisky, en el que uno de ellos, Robbie (Paul Brannigan), provocará un pequeño terremoto.
“El whisky es para Robbie lo que era el pájaro para Billy Casper en Kes”, dijo Loach recordando su primer paso por Cannes, allá por 1970. “Gracias al whisky, se descubre el talento de Robbie. Pero la gran diferencia es que Kes transcurría en los años ’60 y que Billy Casper tenía trabajo. En 2012, Robbie no tiene trabajo. Su talento para el whisky representa una forma de observar la energía y la determinación de este chico”. Según el guionista de siempre de Loach, Paul Laverty, “la idea era mostrar que a pesar del desempleo, a pesar de la crisis, los jóvenes se proyectan hacia el futuro y tienen el deseo de hacer algo con sus vidas”. Nada nuevo bajo el sol de Cannes –que reapareció después de tres días de viento, frío y lluvia–, pero que colmó de risas la gran sala del Grand Théâtre Lumière.
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