“SANGRE”, DE DIEGO LEVY
En México DF, Río de Janeiro, Medellín y Buenos Aires, el fotógrafo Diego Levy relevó escenas de violencia. El resultado es un libro que fue editado por la editorial que dirige Gustavo Santaolalla.
En México DF hay un grupo de fotógrafos que persigue noticias policiales a bordo de una ambulancia especialmente preparada para transportarlos a toda velocidad. No es una tarea para maestras jardineras. Por eso los reporteros se miraron extrañados cuando un joven les comentó que había viajado desde Argentina para encarar la última etapa de un proyecto documental que ya lo había llevado por Buenos Aires, Río de Janeiro y Medellín siguiendo el rastro pringoso que deja tras de sí el paso cotidiano de la violencia. Y deben haber tardado menos de cinco segundos en verificar que, junto con la apariencia de peleador callejero –una estampa similar a la del boxeador polaco Andrew Golota–, Diego Levy lleva entreverada una curiosa sensibilidad. Hoy recorre el libro que acaba de publicar Retina, la editorial dirigida por Gustavo Santaolalla, y saca anécdotas de su memoria mientras recuerda los momentos en los que fue capturando las más de noventa escenas que componen las páginas de Sangre.
“Mientras trabajaba en los diarios empecé a notar que de vez en cuando aparecían elementos estéticos en las últimas páginas, las dedicadas a los delitos”, se acomoda el entrevistado entre breves impaciencias, como si todavía escuchara el eco de algún tiro. “En aquel momento –reconoce– no pensaba en un libro. Pero veía paisajes de Buenos Aires que de tan corrientes se nos han hecho invisibles. La agresión, la alegría y la pena estaban ahí siempre, y valían una foto.”
Esos registros iniciales ganaron en 2001 el primer premio de un concurso anual otorgado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que preside Gabriel García Márquez. El reconocimiento sentó las bases de un emprendimiento mayor: “Me encontré con dos situaciones: tenía los veinticinco mil dólares del premio y no tenía mucho laburo. Era el peor momento de la crisis, y entonces me decidí a viajar por ciudades de Latinoamérica para hacer lo mismo que había hecho acá. Y te digo: no tenía la menor noción de lo que podía llegar a encontrar”, revela el hombre que volvió a ser distinguido en 2003 al consagrarse finalista del Certamen Anual Fondo Internacional de Fotografía Documental de la Fundación Fifty Crows (con sede en San Francisco, California).
El primer destino fue Río de Janeiro, Brasil. Metido durante veinte días en las favelas de un país en el que el 4 por ciento más rico que lleva la mitad de los ingresos nacionales, el recién llegado se dejó seducir por el proyecto de armar un documento que mostrara cómo, todos los días, los habitantes de esta parte del globo caen de la cuerda floja en la que se ha transformado su existencia. “Empecé a encontrarle el yeite al laburo. Llamaba durante meses a los lugares donde me interesaba estar, hasta que alguien decidía atenderme y me esperaba allá para guiarme.” En su visita carioca, contactó a la prensa gráfica. Pero pronto tendió otras redes: “Periódicos, fiscalías, taxistas, fue apareciendo un grupo muy variado de colaboradores en cada viaje. Ellos me permitían estar antes que nadie en el lugar de los hechos”, relata Levy.
En ese momento ya había juntado una buena cantidad de fotos. Sólo algunas mostraban muertos. “No quería hacer un catálogo de fiambres. Para eso, podría haberme puesto a coleccionar archivos de la policía científica y hacer un libro intolerable. En cambio elegí un camino no sé si artístico, pero sí de búsqueda, para acercar esta realidad tan dura al resto de la sociedad. No revelo mucho de lo que hay detrás de cada incidente, prefiero dejar que eso lo intuya el que se encuentra con la imagen”, asegura. Hoy se sorprende de que almibaradas señoras de la Recoleta queden en éxtasis ante la foto de un ahorcado de la favela Acari. “Eso –confiesa– ya entra en el campo de lo que no puedo explicar.”
Después de un intermezzo en Buenos Aires, donde realizaba coberturas para la revista TXT, el destino elegido fue Colombia. Más precisamente Medellín, ciudad con dos millones de personas que a pesar de ostentar en sus callejas el triste promedio de producir “ocho muertes de bala por día”no tiene ningún medio gráfico que refleje mínimamente esa verdad. Mientras acompañaba a los fiscales locales en sus recorridos, Levy procuró ir más allá de los crímenes, haciendo foco en el entorno que rodeaba cada hecho violento. “Traté de mirar hacia los costados, para que el espectador que viera eso en el futuro pudiera trasladarse ahí y sentir las emociones del ambiente. Al girar un poquito la cabeza podía ver, por ejemplo, cómo pibes de cuatro o cinco años jugaban alrededor de un acribillado en la vereda.” Medellín no es un lugar en el que la muerte precise grandes justificaciones: “Un día llegué poco después de que un tipo le pegara un itakazo a su ex esposa. ¿Sabés lo que lo había sacado de las casillas? Que la mujer le pidiera la mensualidad para los chicos. Es como dice Ricardo Ragendorfer en el prólogo de Sangre: en este mundo es más fácil morirse que ganarse el bingo”.
Transitando las borrascas de la exclusión, Levy llegó a la última estación de su itinerario. México DF se presentó ante sus ojos como “la versión latinoamericana del infierno”, y lo sorprendió con toda una industria organizada alrededor de lo truculento. Vio cómo el grupo de fotógrafos “Los once” –que se llama así porque sus miembros pertenecen a once medios diferentes– salía a las siete de la mañana en una ambulancia para dar con “el asesinato o el accidente del día”. Pero ellos no eran los únicos. “Allá los fotógrafos y algunos cronistas van en motos enduro, cruzando como locos el smog y los embotellamientos. Yo traté de cuidarme un poco de esa locura porque mi deseo era volver”, estima.
Volvió. Hace unos días llevó a castrar su gatita y tuvo que alejarse porque no soportaba la idea de la operación. “En realidad soy muy sensible. Lo que pasa con mi trabajo se entiende a partir de lo que también viven los médicos o los choferes de ambulancia. Donde ellos intentan curar y trabajar, yo he ido a buscar noticias y, de vez en cuando, algo bello. Y te acostumbrás a ver cosas que a otro lo voltearían.”
La de Levy es una familiaridad dictada por sus rutinas de su trabajo. La mirada impávida de algunos de los que rodean a los asesinados, accidentados y detenidos que él captó en sus fotografías es, en cambio, muy diferente. Debe haber pasado mucha tristeza por esos cuerpos para lograr que sonrían a pesar de saber que pueden ser ellos el próximo centro del círculo que se formará cualquier tarde, con vecinos y niños ansiosos por saber a quién le tocó pagar con la vida el tributo que exigen diariamente los rincones más desiguales de la Tierra.
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