EN EL BARBICAN CENTRE, UNA EXPOSICIóN INTEGRAL DE JAMES BOND
Los Juegos Olímpicos no son el único punto de interés en Londres: como precalentamiento para el estreno de Skyfall, la exhibición Designing 007 - Fifty Years of Bond Style busca demostrar que, a 50 años de su aparición en cine, el agente secreto marca tendencia.
› Por John Walsh *
“No hay mayor icono del estilo de diseño británico en los últimos 50 años que James Bond”, dice el genial jefe del Barbican, Nicholas Kenyon. ¿En serio? ¿Ha sido el ficcional agente 007, en el último medio siglo, una influencia más fuerte en lo que hace a la creación de diseños que las minifaldas de Mary Quant, los platos blancos de Terence Conran, los productos hogareños de James Dyson o los vestidos de Vivienne Westwood? Probablemente no. Pero puede entenderse lo que las palabras de Kenyon quieren decir. En 23 películas realizadas a lo largo de cinco décadas, la saga de Bond estableció un patrón de heroísmo y aventura de gran brillo que efectivamente convenció al mundo de creer que era cool, con estilo. En realidad las películas tienen tanto estilo como los viejos comerciales de Martini, de esos que muestran playboys relajándose en yates sobre el Mediterráneo en compañía de rubias sonrientes. Las películas existieron en una burbuja de falsa sofisticación, con aterradores villanos ricos que buscan la dominación mundial, locaciones en lugares de alto atractivo turístico y hermosas mujeres a las que podía maltratar a gusto. Un héroe que vestía, manejaba, bebía y se movía a través de una enorme tienda de departamentos llena de cosas hermosas que uno no se podía costear. Uno capaz de derrotar a los esbirros del villano y quedarse con sus vengativas mujeres, y en rigor con todo lo que tuviera pechos y se metiera en el medio de la acción.
Como personaje, James Bond no siempre es tan cool. En las primeras películas tenía problemas con el champagne y se quejaba sobre necesitar orejeras cuando sonaban The Beatles. Su última encarnación sufrió las pullas de su jefe M sobre ser “un dinosaurio sexista”. Pero siempre fue –tal como lo concibió Ian Fleming– una eficiente máquina cuando se trata de matar, correr, esquivar balas y pilotar autos, aviones, tanques y lanchas de alta velocidad, además de un picante seductor al viejo estilo con las damas. Fuera lo que fuese que estuviera sucediendo en Inglaterra –flower power, glam rock, punk, thatcherismo, New Romantics, Brit pop–, las diversas encarnaciones de James Bond siempre serían encontradas en algún acto heroico, enfundado en su traje a medida, comandando una motocicleta, siendo suave con alguna chica en posición horizontal y electrocutando a los malos, en paisajes llenos de dinero e imágenes exóticas.
Mientras se aproxima el estreno de la nueva película Bond, Skyfall, que llegará en octubre y servirá para conmemorar el 50º aniversario de la primera entrega, Dr. No –lanzada en 1962–, el Barbican sirve este verano boreal de escenario para refrescar la memoria del Bond de celuloide. Designing 007 -Fifty Years of Bond Style (“Diseñando a 007 - Cincuenta años de Estilo Bond”) es una exhibición que intenta dar una buena muestra de todo el paquete, los escenarios, utilería, autos, gadgets y dobles, pero también los créditos, posters, storyboards y efectos especiales. El show fue diseñado por Ab Rogers y cocurado por Lindy Hemming, quien hizo el diseño de vestuario en cinco películas de Bond, y la historiadora de la moda Bronwyn Cosgrave, cuyo libro sobre la moda en las noches del Oscar Made for each other tiene que ver con los vestidos tanto como con las películas.
“Esperamos que cuando los visitantes terminen el recorrido entiendan de qué se trata cuando hay que diseñar una película de Bond –dice Cosgrave–. Entran a través del cañón de un arma, entran a un gran salón dorado que conmemora el aniversario de Oro, visitan la oficina de M, estudian los gadgets en el taller de Q, entran a un casino y luego visitan los territorios extranjeros que Bond ha visitado.” Hay un salón dedicado a los grandes villanos de la serie, desde el semisonriente Dr. Julius No con sus lentes de contacto y manos artificiales en Dr. No hasta el despiadado magnate de los negocios Dominic Greene, con su ayudante Elvis, de Quantum of solace. Para los puristas, ninguna película de Bond está completa sin una inaccesible y enorme cueva en la que el malo planea la dominación mundial. Y el recorrido incluye al espacio, como esas reproducciones a escala real de la estación espacial de Hugo Drax en Moonraker y la sumergible Atlantis de Karl Stromberg en La espía que me amó. “Tenemos dibujos del refugio de Blofeld en Al servicio secreto de su majestad (la de la cima de los Alpes suizos) –dice Cosgrave–. Fuimos al archivo y elegimos algunos artículos que pudiéramos recrear. Estamos proyectando las mejores escenas de las películas y exhibiendo objetos diseñados para ellas. La sala final de la muestra es el Palacio de Hielo de Otro día para morir, que es sencillamente fantástico.”
La palabra “traje” apenas sirve para retratar a James Bond. Siempre viste trajes de negocios, porque supuestamente es un ejecutivo que trabaja para “Universal Exports”. A veces usa pantalones cortos para correr por la playa, y ocasionalmente un smoking para esas visitas cruciales al casino. Eso es todo, ¿no? ¿Hubo una mayor evolución de Sean Connnery a Daniel Craig? “Terence Young, que dirigió Dr. No y reclutó a Sean Connery para encarnar a Bond, lo mandó a ver a Anthony Sinclair, el sastre que los atendía a él y a Ian Fleming –cuenta Cosgrave–. En ese momento, el diseño registrado de Sinclair era el Conduit Cut (“corte tubo”), inspirado en el físico atlético de sus clientes, muchos de los cuales eran ex oficiales de la Guardia Real. Los pantalones tenían un calce estrecho y la chaqueta un corte más largo. Ese traje fue copiado varias veces, ha servido como punto de referencia para todos los diseñadores posteriores, hasta Tom Ford, que diseñó el vestuario para Daniel Craig.” ¿Y los smokings? Después de todo, la primera vez que se lo ve a Bond es con un smoking blanco. “No –dice firmemente Cosgrave–. Es negro. Está en un casino llamado Le Circle, y la primera visión que tenemos es de sus mangas, un homenaje al traje de mangas vueltas de Ian Fleming.”
Cuando se piensa en las alrededor de 80 chicas Bond que han brillado y flirteado a través de las 23 películas, luchandoras, portadoras de armas, científicas de investigación, militantes feministas antes de rendirse ante 007, aparece el recuerdo de una sucesión de trajes de baño y vestidos de noche, como en los viejos shows de Miss Mundo. Pero los organizadores insisten con que hay más que eso. “Lo que me fascinó cuando empecé a examinar las películas es que los diseñadores de vestuario trabajaron con los mejores diseñadores de moda –dice Cosgrave–. Siempre hubo una firme dirección en el estilo de moda, del traje con pantalones cortos de Pussy Galore –las mujeres no usaban bermudas entonces– hasta hoy, cuando Muccia Prada adapta sus ropas para la pantalla.” Hay dos piezas de Prada en la exhibición: el vestido que Camille Montes usó mientras cruzaba el desierto con Daniel Craig en Quantum of solace y el top rojo que vistió Michelle Yeoh al encarnar a Wei Lin en El mañana nunca muere. “Hubert de Givenchy vistió a Lois Chiles en Moonraker, y tenemos el mono de satén negro que usaba al escapar de Mandíbulas en el cablecarril del Pan de Azúcar.” ¿Y quién diseñó el traje más loco de todos, el de la mortífera May Day, interpretada por Grace Jones en 007 en la mira de los asesinos? “Ese fue Azzedine Alaia –explica Cosgrave–. Era amigo de ella, Grace era su musa. Ella lo recomendó para trabajar en la película.”
A Cosgrave hay que evitar decirle que los autos y los gadgets y accesorios que aparecen en las películas de James Bond son básicamente juguetes fantásticos para muchachos, el equivalente en thriller de Wallace & Gromit. Ella insiste con que cada película de Bond está adelantada con respecto a la tecnología de su tiempo. “En el primer salón hay un dibujo del jet de Goldfinger, que fue diseñando tomando como modelo el del presidente estadounidense Lyndon Johnson. ¿Recuerda el teléfono plegable Ericsson que usaba Pierce Brosnan en El mañana nunca muere? Todo el concepto de teléfono plegable fue lanzado al año siguiente. ¿Y la moto BMW R1200 que Bond y Mai Lin manejaban por la ciudad de Ho Chi Minh en la misma película, en esa tremenda escena de riesgo? BMW la lanzó al mercado poco después. El Bombardier Skidoo, el móvil de nieve de Otro día para morir: ésa fue su primera aparición, y solo después se realizó su comercialización.”
En el sector del show dedicado al Taller de Q, los visitantes pueden ver la progresión de los gadgets, desde los primeros bocetos de John Stears (“El verdadero Q”) hasta el departamento de efectos especiales de los estudios Pinewood, donde se los construye y prueba. “Tenemos un Aston Martin DB5 –enumera Cosgrave–, los esquemas técnicos, los modelos, el minirrobot de 007 en la mira de los asesinos, el arma pitón que Pierce Brosnan dispara en Goldeneye. Tenemos dibujos de la Bondola (la góndola que se convertía en un deslizador turbo en Moonraker) y el Bote Q de El mundo no es suficiente.” Ciertamente, lo que sucederá hasta comienzos de septiembre en el Barbican es una cita de honor para Bondófilos. Pero aun admitiendo el grado de pasión puesto en esta exhibición (y la asombrosa investigación realizada por Cosgrave y su equipo), aún queda un margen de duda sobre si las películas de James Bond tienen vida más allá de su burbuja de sofisticación. ¿Puede Cosgrave dar un ejemplo de cómo las películas influyen en el estilo de vida real?
“Sastrería –dice ella, brevemente–. Usted no puede imaginar a cuántos sastres británicos sus clientes les han pedido verse como James Bond. Lo sé porque ellos me lo cuentan. Las películas también pusieron al Martini en el mapa. Y está el estilo innovador de Ken Adam, yuxtaponiendo la moderna combinación de acero inoxidable y cromo con antigüedades. Está allí desde el principio, desde el refugio del Dr. No, un ambiente futurista con una pintura bien antigua. En el jet de Goldfinger hay un Braque y un teléfono francés. Se volvió una firma de autor”, argumenta. “Creo que Bond es aún increíblemente influyente. Las películas muestran una manera de vivir que puede haber parecido demasiado forzada en los ’60. Pero piense en los tecnobillonarios que coleccionan memorabilia de Bond en las subastas, que quieren vivir como él. Y, gracias a que tiene más dinero de lo que podemos imaginar, piensan que pueden ser como él. Para ellos, las películas seguirán siendo siempre una referencia.” Mientras no quieran dominar el mundo...
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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