EL GUITARRISTA Y COMPOSITOR LUIS SALINAS HABLA DE “MUCHAS COSAS”, SU ULTIMO CD
El músico está presentando en ND Ateneo un álbum que lo lleva indefectiblemente a mirar hacia atrás. Con eje en el latin jazz, Salinas pasea por todos los géneros y dice que todo lo que le pasa en la vida se escucha luego en su guitarra.
› Por Karina Micheletto
Luis Salinas dice que en estos casi treinta años de carrera le pasaron muchas cosas y que es posible escucharlas en su música. Lo cual es toda una definición de lo que implica ser intérprete y compositor. Por eso, asegura, cuando escuchó su último trabajo terminado se dio cuenta de que era como mirar todo el camino recorrido, parado en un punto presente. Y así llamó a este CD doble: Muchas cosas. El guitarrista está presentando este disco en el teatro Ateneo y las entradas para hoy y mañana ya están agotadas. Eso sí: todavía quedan lugares para la última función del domingo.
Hace tiempo que Salinas trascendió los límites del jazz y se erigió como un intérprete virtuoso capaz de internarse en diferentes géneros, reconocido por colegas de lo más diversos. Su CD anterior, Luis Salinas en vivo, grabado en el Rosedal, es otro resumen posible de este recorrido personal: allí interpreta clásicos del folklore, boleros, candombes y tangos. Esta vez, el recorrido hace pie en el latin jazz, pero se extiende hacia otros géneros. La mayoría son temas propios, pero está, por ejemplo, el bolero Lamentablemente, de Chico Novarro, abordado a la Salinas.
Al escuchar Muchas cosas queda claro que, a pesar de que se trata de un disco solista, hay lugar para el lucimiento de todos los músicos. “Armé este disco primero en función del sonido de Martín Ibarburu (batería) y Javier Lozano (piano y teclados), que es como mi compadre musical: hace más de quince años que tocamos juntos y nunca habíamos hecho un disco”, confirma Salinas. “Después se agregó Cristian Gálvez, que es muy joven y para mí es el mejor músico de Chile”, halaga, y se entusiasma: “Este es uno de los discos que siento más propio”.
–¿Por qué dice eso?
–Es la primera vez que tengo el manejo total de la base. En otros discos de latin jazz hay toda una preproducción que hace que tengas muy poco tiempo: te encontrás con los músicos, tenés los temas y a grabar. Y encima con músicos diferentes. Están buenos los temas y los solos, pero en la base muchas veces te tenés que adaptar. Cuando grabé con Michael Bland, por ejemplo (ex baterista de Prince), sabía que tocaba increíble, pero a la salsa no la toca como yo quiero. En este caso, como tocamos juntos mucho tiempo sabíamos lo que queríamos. Y además, estos músicos son de los mejores del mundo, pueden tocar muchos estilos al mismo nivel.
–¿Cuáles son esas Muchas cosas que volcó en este disco?
–Se notan mis viajes a Estados Unidos, a Cuba y a tantos otros lugares. Está mi historia en cada tema. Domingo triste, por ejemplo, lo hice un domingo que había ido a tocar a Oliverio y no pude, porque se cortó la luz. Me fui a mi casa totalmente triste, porque era el único día que tocaba y estaba toda la semana esperando ese momento. Agarré la guitarra y salió ese tema. El tema que sigue, Oliverio, es un funkie con el que solía empezar en ese boliche, así que también es muy representativo.
–En estos casi treinta años, ¿cuáles son los hitos que marcaría?
–La vida y la muerte, puestas ahí adelante: en 2000 falleció mi madre, en el ’99 nació mi hijo.
–Le preguntaba más bien en lo artístico.
–¡Como si se pudieran separar! Todo lo que me pasa se escucha en mi música. Pero bueno, en lo estrictamente artístico puedo mencionar haber tocado con B.B. King, por ejemplo. Y después, los años de Oliverio, que fueron cerca de ocho. Lo que tenía de bueno es que cuando tocaba los domingos, caían todos. Era una época en que los artistas de afuera venían tres días, viernes, sábado y domingo. Los domingos ellos tocaban más temprano, y ya habían salido de farra después de los shows del viernes y el sábado. Entonces terminaban de tocar y pasaban por Oliverio. Se corría la bola y caían todos, estaban juntos los mejores músicos de acá y de afuera. Esa experiencia no la pude repetir en ningún lugar del mundo. Y quedó marcada en mi manera de tocar. Y después, de esos años de Oliverio salté a estar en un piso 50 de Manhattan, en la oficina de Tommy LiPuma (productor de Miles Davis, George Benson, Barbra Streisand y Diana Krall, entre otros).
–Sin escalas.
–Exacto. Y así todo. Mi primer viaje en avión fue para ir a tocar a Suecia. Para mí era como ir a Marte, en un trasbordador. Pero el verdadero disfrute no pasa por ahí, sino por la música. Si uno no disfruta cuando toca, la gente tampoco. Yo trato de hacer lo mío lo mejor que puedo, así esté tocando para una persona o para cinco mil. Así me voy a dormir tranquilo.
–¿Alguna vez tocó para una persona?
–Sí. Un domingo en Oliverio, que no salió el aviso y fue una persona que pasaba por ahí. Tocamos con unas ganas locas para que ese tipo se fuera feliz. Y para nosotros, sin más pretensión que el disfrute. La gente no tiene por qué saber de armonía o de ritmo; va a sentir.
–Sin embargo, en el jazz hay cierto prejuicio que indica que es una música “para entendidos”.
–Yo no me considero un guitarrista de jazz. Tipos del jazz son Oscar Alemán o Walter Malosetti, que vivieron para esa música. Del jazz sólo tomo el concepto de improvisar sobre diferentes ritmos. Todo lo que sea clasisismo para mí está mal, pero eso es sólo una visión, así lo entenderán algunos. Si pongo a Hermeto Pascoal a tocar el acordeón en la calle, seguro que se va a juntar un montón de gente a escucharlo, y no sólo “entendidos”. ¡A cualquiera le vuela la cabeza! O como me dijeron de Paco de Lucía: “Yo no entiendo nada de música... ¡pero toca bien el tipo!”. Ese es el verdadero artista: el que sorprende al que dice que no entiende nada de música.
Salinas tiene una relación especial con España. “Me siento halagado con el reconocimiento español porque esa es tierra de guitarras, allá están los mejores del mundo”, dice. Su disco Luis Salinas y amigos en España (con el que ganó un Premio Gardel) lo confirma. Después de una gira que lo llevará por la Argentina y por países como Holanda, Alemania y Francia, el guitarrista planea dos discos con españoles: uno con el productor Javier Limón y el percusionista El Piraña. Y otro con dos gitanos: su amigo Tomatito y el francés Bireli Lagreene. Es probable que allí también esté Paco de Lucía.
–¿Cómo surgió su relación con los músicos españoles?
–Con Tomatito nos conocimos cuando me llamaron para hacer el disco Palabra de guitarra latina. Nos hicimos amigos enseguida, ya desde los ensayos. Hoy en día es como un hermano. Lagreene es un gitano francés virtuosísimo, tocó con Pastorius, con los más grandes. Nos hicimos muy amigos sólo con la música: él habla francés e inglés y yo no. Pero cuando nos ponemos a tocar, no paramos. Es un amigo musical que me quedó para siempre. Así que estoy muy ilusionado con esta grabación. Vamos a ensayar en la casa de Tomate en Almería y de ahí nos metemos en un estudio en Madrid. Además de que la voy a pasar bárbaro, porque voy a estar entre amigos, va a ser pasar a jugar más en primera que nunca.
–Usted es autodidacta. ¿Eso jugó a favor de su carrera o fue una casualidad?
–Mis mejores maestros fueron los discos: escucharlos una y otra vez, tocar, equivocarme y volver a tocar. Scott Henderson, que se estudió todo, una vez me dijo que lo importante es llegar a un punto y no cómo se llega: algunos llegan desde el estudio, otros desde la intuición, y las dos cosas tienen su valor. Supongo que ser autodidacta me jugó a favor en muchas cosas, pero no saber escribir música hace las cosas más lentas. A veces voy a una grabación y se me complica explicar cómo quiero las cosas sin saber escribir música. Además, si tuviera que trabajar como sesionista, me muero de hambre. Lo importante, finalmente, es manejar el instrumento para que el instrumento no te maneje a vos. Eso te lleva toda la vida. Después hay que llegar a decir algo con el instrumento. Eso te lleva toda otra vida.
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